Por Ana Gerschenson |
El gobierno de Cristina Fernández finaliza convertido en la
antítesis de la administración de Néstor Kirchner. Su detractor.
El santacruceño, a grandes rasgos, se preocupaba
especialmente por mantener al peronismo sindicalista con los pies dentro del
espacio, rechazaba cualquier salto en el dólar que generara inquietud social,
elegía escuchar las protestas espontáneas de la sociedad ante un reclamo
concreto aunque le disgustaran (como fue el caso Blumberg en 2004) y era una de
sus obsesiones avanzar en el esclarecimiento de la voladura de la AMIA.
Cristina destruyó el primer consejo de su marido -ya
fallecido- dos días después de ganar las elecciones del 2011 con el 54 por
ciento de los votos. De un día para otro, instrumentó el cepo cambiario, una
herramienta que causó estragos en la economía hasta estos días. Y si bien había
dicho que no devaluaría durante su Gobierno, lo ordenó en enero de 2014.
En el 2007, Néstor no se presentó a la reelección por
decisión propia y, tal como figura en declaraciones públicas antes de su
muerte, estaba decidido a regresar a competir por la Presidencia en 2011. En
ese mientras tanto, siguió manejando absolutamente todo el aspecto político de
la gestión.
La Presidenta decidió, apenas comenzó su segundo mandato,
darle aire político a los jóvenes de La Cámpora, mantenidos por su marido en el
segundo plano de su esquema político, siempre lejos del grupo de la toma de
decisiones.
Relegó al peronismo, que no protestó en pos de conservar su
pequeño espacio cerca del poder, a un partido inorgánico y sin opinión propia.
Y rompió la alianza con la CGT de Hugo Moyano, con menores
consecuencias que las que el camionero imaginaba. Ya no le atendió el teléfono,
el mismo que su compañero político durante 23 años utilizaba intensamente.
Cristina se ha ocupado en los últimos meses, además, de
desconfiar de los "nestoristas", como Juan Carlos Fábrega, el ex
presidente del Banco Central al que echó sin miramientos, y Héctor Icazuriaga,
a quien removió de la exSIDE.
En el caso AMIA también desoyó al ex presidente fallecido.
En 2013 firmó un polémico entendimiento con Irán, en donde se establecieron
mecanismos sin plazo alguno, para conformar junto a ese país una Comisión de la
Verdad y someter a los acusados del atentado terrorista de 1994 a un
interrogatorio judicial en Teherán, sin mayores precisiones.
Otra vez, Cristina se desdijo. Les había prometido a los
familiares de las víctimas y a la sociedad en sendos discursos que no tomaría
una decisión de este tipo sin someterlo a consulta y consenso. Fue más allá. A
pesar de las críticas de muchos legisladores, las organizaciones judías y
juristas internacionales sobre la constitucionalidad del entendimiento, ordenó
aprobarlo de todas formas.
El ex vicecanciller de Néstor Kirchner, Roberto García
Moritán, reveló que en la última década, el gobierno de Teherán había intentado
seducir a la Argentina con acuerdos similares. "La orden de Kirchner fue
siempre clara. Que no se aceptara nada que no sea que los acusados iraníes se
sometan a la Justicia argentina", recuerda el diplomático. El propio
Nisman lo dice en la causa que conmovió al país: "Hubo un giro de 180
grados" en la posición argentina.
Cristina dejará la Casa Rosada en diciembre de este año
siendo la contracara del gobierno de su marido. Devaluó, quebró al peronismo,
ascendió a La Cámpora a los niveles más altos del poder, no cultiva el diálogo
político, ni con asados, como Néstor, pero tampoco con cafés. Ignora
sistemáticamente las manifestaciones, los reclamos de la sociedad que reclama
seguridad o, en la última semana, Justicia por el fiscal Nisman. Y hasta
termina diluyendo el símbolo que había logrado construir el kichnerismo: la
defensa de los derechos humanos con la fuerza que no había tenido ningún otro
gobierno. Cristina eligió destruir también ese legado: sostiene nada menos que
a un jefe del Ejército investigado por delitos de lesa humanidad. Un final
anti-nestorista. A toda pompa.
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