Una suculenta entrada
en el personalísimo mundo de Slavoj Žižek a partir de la frase de uno de sus
últimos libros.
Las referencias de Žižek a ese "bípedo implume" que es el hombre refuerzan su insolencia y humor. |
Por Gabriel Arnaiz
No nos engañemos: Žižek es un filósofo serio. A pesar de sus
múltiples tics nerviosos, de su verborrea incontinente, de su marcado acento
germánico (cuando habla inglés), de sus chistes verdes y sus observaciones
escatológicas, de sus anécdotas hilarantes y de sus continuas referencias a
películas norteamericanas.
A pesar de que parezca más bien un showman que un
reputado profesor universitario, Slavoj Žižek es un filósofo muy serio, como
atestigua el hecho de que es uno de los filósofos más prolíficos que existen.
Un payaso muy serio
El humor es una cosa muy seria, como bien sabe cualquier
payaso (y si no, que se lo pregunten a Leo Bassi, a quien le pusieron una bomba
en el teatro por reírse en una función de la Iglesia y del Papa). Cuando
Diógenes se masturbaba en la plaza pública o cuando Aristipo se vestía como una
mujer, lo hacían con un propósito muy claro. En el primer caso, mostrar por los
hechos que la masturbación es una cosa natural, como comer o defecar, y que uno
no debería avergonzarse por ello (algo similar intentó Montaigne cuando en sus
Ensayos se atrevió a hablar de estas cuestiones); en el segundo, que vestirse
de mujer es algo convencional y no natural (todavía en nuestra época podemos
recordar el escándalo que causó Miguel Bosé cuando salió en televisión con una
falda allá por los años noventa).
Nos arroja su cinismo
Žižek, como Leo Bassi, utiliza la provocación y el humor
para hacernos tragar una píldora amarga: la ideología actual en la que estamos
inmersos sin darnos cuenta y que se enmascara como no-ideología. Žižek, igual
que un cínico, arremete contra nuestras ideas más queridas para demostrarnos
que vivimos en el error. Ese es su encanto y también su mayor peligro, pues esa
vertiente cómica, ese querer hacer siempre de “bufón de la corte” es también su
condena y su mayor obstáculo (para que los biempensantes consideren seriamente
sus argumentos). Es cierto que Žižek es muy popular entre el gran público y que
es uno de los filósofos más conocidos (tal vez el que más), pero ¿se le toma en
serio? ¿Se tiene en cuenta “lo que quiere decir” y no tanto “lo que hace y cómo
lo hace” (por ejemplo, salir en un documental desnudo en la cama)? Žižek, como
un Diógenes contemporáneo, nos escupe sin temor ni rubor la verdad a nuestra
cara, practica el ejercicio filosófico de la parresía (el hablar libre de los
cínicos que tan bien analizó Foucault en El gobierno de sí y de los otros),
pero también, con ello, se arriesga a que no lo tomemos en serio, a que no
aceptemos su argumentación porque no respeta las formas convencionales del
discurso filosófico tradicional.
“Las cosas se presentan casi siempre como sus opuestos”,
escribe el filósofo esloveno en uno de sus últimos y mejores libros, En defensa
de las causas perdidas (Akal, 2011). Žižek se presenta como un payaso, pero
quizás sea solo su opuesto. Aunque… ¿qué es lo opuesto a un payaso? Vayamos al
fondo de la cuestión: ¿no serán esos señores tan serios, tan empingorotados,
que pontifican sobre economía y política con cara de pocos amigos quienes en
realidad nos están tomando el pelo, los que de verdad se ríen de nosotros? Ahí
está la paradoja.
Pongámonos, pues, un poco serios (aunque solo sea un rato) y
dejemos los chistes para otra ocasión. El problema fundamental de hoy día es
que vivimos una época –como las anteriores– profundamente ideológica, pero la
novedad se encuentra en que esta ideología, en lugar de aparecer como en otros
momentos históricos, desnuda, de manera descarada, aparece más camuflada que
nunca, más opaca y difícil de detectar. Después de los desenmascaramientos
propiciados por “los filósofos de la sospecha” (Marx, Freud y Nietzsche), la
ideología se ha sofisticado, se ha hecho más sutil, más filosófica, se ha
travestido de no-ideología. Hoy vivimos en una época posideológica, un momento
en que las (grandes) ideologías ya no existen, en el que las utopías de antaño
(comunismo, cristianismo, etc.) han dejado de estar vigentes y donde la lucha
de clases ya no tiene ningún sentido. O eso quieren hacernos creer los que
manejan los hilos y sus intelectuales orgánicos.
Insidiosa ideología
“Constantemente la era contemporánea se proclama a sí misma
como posideológica, pero esta negación de la ideología lo único que hace es
proporcionar la prueba definitiva de que estamos más que nunca inmersos en
ella”, explica en Primero como farsa, luego como tragedia (Akal, 2011).
Žižek desmonta cuidadosamente este discurso (ideológico) que
se nos ofrece como un hecho irrefutable, esta “verdad” que se ha convertido en
lugar común y que constituye el núcleo que sostiene el consenso liberal en el
que nos movemos. Žižek, como un Diógenes contemporáneo, despluma el pollo de la
doxa posmoderna en la casa de Derrida y Habermas y nos escupe con displicencia
que ahí está ese “bípedo implume” que él llama hombre. Y para ello, para
desmontar (deconstruir, como dirían los derridianos) este discurso ideológico
que pasa por ser no-ideología, utilizará el instrumental del psicoanálisis
lacaniano; es decir, se servirá de las categorías lacanianas (lo real, lo
simbólico y lo imaginario) para realizar una crítica de los mecanismos
ideológicos del sistema capitalista (recordemos esa célebre frase de Marx: “Las
ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”),
expresados sobre todo en las películas comerciales, las series de televisión,
las situaciones cotidianas, los chistes y las anécdotas, etc. De hecho, una de
las grandes virtudes de Žižek es la de haber sido capaz de traducir la
jerigonza lacaniana (el lacanés, como algunos lo llaman un poco
despectivamente) a un lenguaje más accesible para los legos y utilizarlo como
cedazo hermenéutico para analizar el cine contemporáneo y la cultura popular. Y
para ello no ha escrito un libro, sino cuatro (Žižek es excesivo en todo,
también en este punto): Cómo leer a Lacan (Paidós, 2008), Mirando al sesgo: una
introducción a Jacques Lacan a través de la cultura popular (Paidós, 2000),
¡Goza tu síntoma! Jacques Lacan dentro y fuera de Hollywood (Nueva Visión,
2004) y Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a
preguntarle a Hitchcock (Manantial, 1994). Con ese afán divulgativo ha
realizado también un documental de dos horas y media (The Pervert's Guide to
Cinema) en el que se sirve del lacanés para analizar fragmentos de cuarenta y
tantas películas.
La idea es seguir el camino inverso emprendido por la
crítica tradicional y “pasar de las imágenes pseudoconcretas a los procesos
abstractos que, en la práctica, estructuran nuestra experiencia vital”, como
muy bien expone en El acoso de las fantasías (Akal, 2011). De ahí que sus
libros y conferencias estén trufados de análisis de casos concretos donde se
encarna esta ideología oficial que pasa por ser antiideológica (y que tanto nos
recuerda a ese consejo de Franco a alguno de sus ministros: “Tú haz como yo y
no te metas en política”). Lo que uno más valora en Žižek es, más que sus a
veces alambicadas exposiciones teóricas, los casos concretos que ofrece, tanto
de la vida real como de la ficción (la sustancia material que introduce en sus
libros teóricos y que le dan ese aroma especial y esa textura idiosincrática a
sus textos) y cómo se esclarecen con los análisis lacanianos que aporta. Al
menos, es lo que yo recuerdo de manera más vívida: sus ejemplos.
El chocolate laxante
El ejemplo paradigmático lo representa lo que él denomina
“la lógica típicamente posmoderna del laxante de chocolate”, que permite
obtener lo que se quiere sin tener que sufrir sus efectos secundarios (como el
café descafeinado, la cerveza sin alcohol, la Coca-Cola sin calorías, las
guerras sin muertos, la tortura sin dolor, el capitalismo sin pobres, etc.).
“¿Tienes estreñimiento? ¡Come más de este chocolate!”. Y nadie mejor que Bill
Gates o Georges Soros para ejemplificar esta lógica. Dos personajes que
representan mejor que nadie esa doble cara del empresario actual. “Soros
representa la explotación financiera y especulativa más despiadada combinada
con una opuesta preocupación humanitaria por las consecuencias sociales
catastróficas de una economía de mercado desbocada”, nos cuenta en Sobre la
violencia (Paidós, 2009). Según él, tras esta máscara humanitaria se oculta el
rostro de la explotación económica. No podemos hacernos ilusiones: “los
comunistas liberales –así llama Žižek a estos magnates cuya ideología no se
diferencia en nada de los izquierdistas radicales partidarios de la
antiglobalización– son hoy el enemigo de cualquier lucha progresista”, pues
gracias a ellos el sistema capitalista consigue posponer sus crisis.
Otro ejemplo de esta lógica lo constituye este tipo de
publicidad de algunos productos en los que, al comprarlos, quieren darte la
impresión de que estás favoreciendo alguna noble causa (plantar un árbol en el
caso del agua Lanjarón o apoyar la investigación sobre el cáncer de mama en el
caso de las compresas Ausonia, por ejemplo). ¡Repugnante! Él se refiere al caso
de las cafeterías Starbucks (más repugnante si cabe que los anteriores), que en
su línea de apostar por “un café con buen karma”, decidieron vender una marca
de agua que destinaba parte del dinero a financiar proyectos de potabilización
del agua en el Tercer Mundo, pero, eso sí, a un precio más caro que en otros
lugares. Y a eso lo llaman capitalismo “con cara amable”.
¡Mentira!
¡Hipócritas!
Žižek es un maestro, como Diógenes, en detectar nuestra
hipocresía enmascarada y nos la restriega por la cara siempre que puede. Para
él, “los derechos humanos universales son en realidad el derecho de los
propietarios blancos a intercambiar y explotar en el mercado a los trabajadores
y a las mujeres con total libertad, así como el derecho a ejercer la dominación
política”, explica también en Sobre la violencia. Y que “es profundamente
sintomático que las sociedades occidentales, tan sensibles a las diferentes formas
de persecución, sean también capaces de poner en marcha infinidad de mecanismos
destinados a hacernos insensibles a las formas más brutales de la violencia,
paradójicamente, en la misma forma en que despiertan la simpatía humanitaria
para con las víctimas”.
Slavoj Žižek nació en Liubliana (Eslovenia), el 21 de marzo de 1949). Filósofo,
sociólogo, psicoanalista y crítico cultural.
© Filosofía Hoy
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