lunes, 15 de diciembre de 2014

“Es la política, estúpido”

Por Alberto Asseff (*)
Es harto conocida la frase atribuida al presidente Clinton sobre que era la economía la que le sustentó su reelección: ¡“Es la economía, estúpido”!

¿Cuál es el motivo para que la octava y esplendorosa superficie política del planeta, poblada por escasos 41 millones, esté trabada por una constelación de problemas con tendencia a agudizarse y pronóstico reservado? Respondo que ¡‘es la política, estúpido’! Contesto, obviamente, con respeto, pero con crudeza.

Naturalmente, la causa de nuestros males no es la política en sí, sino la mala política. Tan mala en sus intenciones como en sus funestos resultados. La mala política tiene una matriz perversa: se hace política para fines personales, disociados por completo y a sabiendas – con alevosía, diría un criminalista - de los intereses generales, del acertadamente llamado bien común.

La mala política es indiferente a los intereses nacionales que abarcan los del pueblo. No se puede ignorar a los objetivos e intereses del país y paralelamente proclamar que se sirve a los intereses del pueblo. Precisamente, desconocer y desguarnecer a los intereses generales en nombre del presunto tributo al pueblo se llama populismo, ese espejismo embriagador que devasta a cualquier país que lo sufra.

La mala política es siempre cortoplacista, emparchadora, zigzagueante, con agenda diaria, pero sin metas de larga mirada. La mala política practica a pie juntillas el ‘aquí y ahora’, hace leyes a medida de la necesidad momentánea, desnaturaliza el debate – suplantado por la obediencia ciega que es la antítesis de la disciplina-, es ‘encantadora’ y anestesiante, pero vacua, demagógica, cínica. Es toda codicia, sin sana ambición.

La mala política es, paradojalmente, milagrosa, tanto que puede trocar un país rico en pobre, un pueblo dotado en inerme y atónito, una vasta comarca inicialmente prometedora en un mar de desazones y desesperanzas.

¿Cuál es el genésis de la mala política? Seguramente, en la raíz está la impunidad combinada con la tentación de ‘avivarse’ y hacer trampa. Nosotros tuvimos desde siempre dos inconductas: burlar la ley y buscar el acomodo fácil. Anomia y facilismo fueron letales porque los fogoneó la impunidad. Cuando se comprobó que no eran el mérito y el esfuerzo los que garantizaban el ascenso económico y que tampoco era un seguro cumplir la ley, la hidra de la descomposición avanzó con su veneno.

En un contexto como el descripto, sólo la política puede corregir el rumbo errado. Empero, si la política es ganada por las patologías identificadas, el remedio se torna inasequible.

Estamos en los pórticos del año electoral que podría significar el fin de un ciclo decadente que abarca mucho más que los doce años del llamado ‘pingüinismo’ ¿Será fin de ciclo o continuidad disfrazada de cambio? La respuesta depende del grado de conciencia-exigencia de los ciudadanos. Vinculo los dos vocablos con un guión copulativo porque ambas actitudes están asociadas. Si hay conciencia de algo, de alguna necesidad, de un reclamo de otra conducta dirigencial, habrá exigencia de que así sea. Y habrá un voto precisamente tan consciente como exigente. Habrá votantes en vigilia que no se limitan a sufragar y luego distraerse, sino que vigilarán cómo se ejercita el poder que con su expresión de voluntad delegaron.

La buena política puede lograr que el país retome un gran rumbo. Esa política fructífera no es espontánea, sino una construcción social o como suele decirse, colectiva. No es menester que los 41 millones hablen entre sí, militen codo a codo, sino que se requiere que se desplieguen esos comportamientos propios del civismo: asumir la ciudadanía en plenitud, con cabalidad; jamás mirar para otro lado o dejar que ‘otro lo arregle’ si yo puedo hacer algo útil; nunca creer que la solución viene en avión y aterriza trayendo sus dones y su generosidad, ya que los resultados son el producto de acciones colectivas timoneadas por dirigentes que elegimos cargándolos de responsabilidad y controlándolos con nuestra activa y vigilante participación.

Por último, nunca nos permitamos tentarnos con la falaz propuesta de que a la mala política la podemos sustituir con la ausencia de política. Como dirían en el bar de la esquina, ahí sí que estaríamos definitivamente ‘en el horno’.

El fin de ciclo va a acarrear soluciones perdurables. Depende de nosotros y de la buena política que podamos proveernos.

(*) Diputado nacional UNIR- Frente Renovador

Especial para Agensur.info

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