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Por Fernando González |
Es así de simple. La Argentina está atravesando una
situación sumamente crítica en términos económicos, financieros y sociales. Es
uno de los países con mayor suba inflacionaria del planeta. Y está atrapada en
un laberinto conocido que incluye freno productivo y de consumo; fuerte déficit
fiscal; descenso de los ingresos por exportaciones; derrumbe de las reservas
monetarias y congelamiento de las inversiones extranjeras debido al default con
los acreedores más duros de nuestra deuda externa.
Este año el crecimiento será
nulo y el próximo será peor. Hace dos trimestres que cae el empleo y hace 15
meses que no se publican cifras sobre la pobreza porque su aumento en todo el
país es inocultable. Así y todo, la crisis sería un poco más soportable si no
arreciaran los robos y los asesinatos por la inseguridad, que crecen día a día
sobre el cóctel invencible de ineficacia judicial, corrupción policial y estado
ausente que alimenta el kirchnerismo.
Sin embargo, el Gobierno nacional está concentrado en
prioridades que envidiaría cualquier guionista de suspenso. Hace algunas
semanas fue la creación de una batalla fantástica contra los fondos buitres,
culpables de la errática estrategia K frente a los acreedores y financistas
presuntos de cuánto reclamo surgía en el país adolescente. En esa temática de
Alfred Hitchcock, los fondos buitres manejaban las empresas nacionales, a toda
la dirigencia opositora y a cada medio periodístico que esbozara algo parecido
a una crítica. Los buitres se han convertido en el toque humorístico de los
programas de entretenimiento en TV y en el sarcasmo preferido del ciudadano de
a pie.
Después de los buitres, la Presidenta le regaló el
protagonismo de la saga ficcional a las amenazas de atentado contra su persona.
Un día fue el fundamentalismo islámico y al otro los oscuros intereses del
imperialismo yanky. La sucesión de discursos sorprendentes en cadena nacional y
la frecuencia con la que Cristina aparece en televisión terminaron restándole
credibilidad e impacto político. Su imagen positiva descendió rápido y la
percepción negativa trepó a niveles impensados en las encuestas.
Claro que ayer fue otro clásico del kirchnerismo el que
recobró visibilidad. En boca del inefable dirigente de Morón, Martín Sabatella,
volvió la batalla contra el Grupo Clarín. La adecuación a la desprestigiada Ley
de Medios audiovisuales, que era aceptada hasta hace un par de meses, ahora
pasó a ser inaceptable. La amenaza de la hora es enviar a remate Canal 13, la
señal de cable Todo Noticias y Radio Mitre, poseedoras todas de un nivel de
audiencia que el Gobierno jamás pudo insuflarle a sus empleados mediáticos pese
al soporte del financiamiento estatal.
El decadente sainete argentino quiso que, mientras resurgía
la guerra con Clarín, dos motochorros asaltaran y golpearan al periodista
Marcelo Longobardi, justamente el más escuchado de la mañana en la radio que
pertenece al grupo apuntado. Ojalá haya sido sólo la maldita casualidad de un
país donde los disparates no tienen descanso.
© EC
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