miércoles, 13 de agosto de 2014

Perfiles / Manuel J. Castilla

Poeta, escritor, periodista, "anticipador de los tiempos..."

Manuel J. Castilla: el poeta en la dignidad de la tierra.

Por Nelson Francisco Muloni

Nació en Cerrillos, el 14 de agosto de 1918 y murió en la ciudad de Salta el 19 de julio de 1980.

La sola mención del poeta Manuel José Castilla implica el reconocimiento de la valoración sustancial de la poesía como forma de volver a la tierra en todo el esplendor de su dignidad. 

Es en Castilla donde la poesía argentina toma dimensiones excelsas respecto de su pertenencia, de sus afectos: es la tierra por la que el poeta convierte su obra en un canto, siempre presente, siempre eterno.

Es, precisamente, el propio Castilla que dice “Esta tierra es hermosa./Déjenme que la alabe desbordado...”

Considerado el mayor poeta de Salta y una de las voces más representativas del cancionero latinoamericano, Castilla es el símbolo, sin dudas, de la estirpe aquella del canto fortalecido en una verdadera actitud creadora. El canto de Latinoamérica tuvo en él su más prodigioso hijo: No te puedo olvidar y La atardecida, con Eduardo Falú; Zamba del sauce solo, con Rolando Valladares y las inolvidables canciones que construyó con Gustavo “Cuchi” Leguizamón (Zamba de Balderrama, Zamba del panadero, Carnavalito del duende, Zamba de Lozano, Zamba del pañuelo, La pomeña, La enojosa) fueron hitos fundamentales de la música popular argentina en la que se apoyaron todos los grandes intérpretes para sustentar su propia voz.

Castilla refundó la poesía argentina con obras como Agua de lluvia, Luna muerta, Copajira, La tierra de uno, y Cantos del gozante, entre otros libros y en prosa publicó De solo estar.

El ensayista y escritor Aldo Parfeniuk, en su libro “Manuel J. Castilla – Desde la aldea americana”, supo decir del poeta salteño: “Como un anticipador de los tiempos (en rigor, todo poeta es un delicadísimo sensor de lo por venir) innegablemente el poeta salteño recuperó para el espíritu cuanto depara aún al hombre una justa convivencia, una amorosa impenetración de la que su experiencia es un acabado testimonio, que permita el reconocimiento de una identidad y de una pertenencia (que él es un animal más de un vasto reino) ante cuyo olvido debe pagar altos precios. Bueno será recordar, sin embargo, que ello sólo será posible en tanto tal hombre que se proponga negarlo todo, haya tenido antes la experiencia (...) de serlo todo”.


De La niebla y el árbol (fragmento)

Tú buscabas la tierra,
pero una tierra negra y desolada
y brutal y confiada.
Tú buscabas el hombre de esta tierra
con una amplia canción en la garganta.

La canción es del aire,
pero en el aire vuelan pájaros de hojas secas.
La canción es del aire y en el aire
ruedan los remolinos de la tierra.

Porque sabías de las aguas turbias
y de olvidadas tardes de ladrillo,
la tierra te llevaba a sus riberas
porque vieras la sangre desbordada
de sus ríos crecidos.

Pero la tierra se prolonga en la tarde
como es prolongación tu voz que cae a veces
más hermosa que la tarde, en la tierra.

Tú buscabas el agua
sin saber que tus ojos
recién habían salido de las aguas;
tú buscabas el viento
cuando el viento nacía en tu cabello,
tú buscabas el árbol y soltabas
pájaros para los árboles.

(...)

Si te hubieras quedado,
tal vez no te encontrara
para cantarte en medio de tantas hojas secas.

Tú buscabas la tierra.


© Agensur.info

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