miércoles, 16 de julio de 2014

Puerperio mundialista


Por Relato del Presente

Podía fallar y falló, pero vamos, que nadie pensó que llegaríamos tan lejos. Quizás una de las pocas cosas por las que el kirchnerismo podría sentirse representada por esta Selección es precisamente en haber perdurado con la imagen que dio en su primer partido. Pero la comparación queda ahí, no más, dado que los pibes llegaron a la final gracias a la mejora, mientras que estos cristianos perduran a pesar de comerse un tortazo tras otro.

Sacamos cuentas de cuántos años teníamos en el último Mundial y nos deprimimos. Luego nos damos cuenta que recordamos con lujo de detalles qué hacíamos la última vez que llegamos a una final y nos queremos matar por hablar de un cuarto de siglo como quien cuenta lo que hizo el fin de semana. Se nos viene el Mundial encima y estamos relajados a fuerza de fracasos, puteamos a Sabella por kirchnerista, a Grondona por garca y Capitanich por boludo.

Vemos el primer partido, criticamos el planteo, criticamos a los jugadores, aplaudimos a los jugadores que criticaron el planteo. Acto de la bandera, nos reímos de los militantes que fueron a putear a la embajada norteamericana mientras Cristina prometía negociar. El Pocho se convierte en el David Beckham de las pampas. Enfrentamos a Irán, agradecemos que llegaron en micro y no en combi, se cuelgan del arco, puteamos a lo jugadores y a Messi, gol de Messi, grande Messi. Tarifazo en los bondis. Los que no hacen un abdominal desde quinto año recuerdan que Lavezzi fue un croto con panza. Pasamos a los nigerianos, Rojo mete un gol, se lesiona Agüero, Lijo homenajea a los empleados públicos en su día procesando a Boudou. Paradojas del destino, justo se nos viene Suiza. Agüero se queda sin Mundial. Lo de Agüero no es tan grave.

Kicillof no se reunirá con los buitres. Kicillof putea a Griesa. Kicillof se reúne con los buitres en el juzgado de Griesa. Me como el partido contra Suiza a través de una vidriera en la calle, con seis grados y una gotera en la cabeza. Ganamos, pero no nos hacemos ilusiones porque siempre volvemos en cuartos. Se toma licencia un miembro del tribunal que enjuicia a Campagnoli, le ganamos a los belgas, renuncia la del tribunal, pasamos a semifinales por primera vez en 24 años. Los diputados bloquean el juicio político a Boudou, Adela Segarra sale del anonimato a fuerza de incapacidad. Cristina se toma la licencia por dolor de garganta más larga de la historia. Boudou encabezará el acto por el 9 de julio en Tucumán. Boudou no estará y lo hará Gerardo Zamora. Gerardo Zamora es santiagueño, encabeza Boudou. Randazzo lo ningunea, Randazzo se saca una foto después del ninguneo. Boudou dice “Patria sí, colonia no”. Se le cagan de risa a Boudou.

Alemania viola en banda a los brasileros. Nos reímos. Nos preocupamos porque podemos jugar contra ellos. La selección le gana a los holandeses, pasamos a la final. Amar a Mascherano por sobre todas las cosas. Aplaudir a Sabella por la inteligencia y hacer cola para disculparse con Romero. Ciento veinte minutos -más penales- sentado en la misma posición. No sé si lloro por llegar a la final o por la lumbalgia. Escribo sobre mundiales y política, soy más resistido que Hrabina y Mac Allister opinando de buen fútbol y fair play. Víctor Hugo es condenado judicialmente a pesar de apelar a la obediencia debida.

Cristina viaja a la final. Cristina puede que viaje a la final. Cristina no viaja a la final. Cristina le manda una carta a Dilma en la que explica que no va porque tiene laringofaringitis, el lunes cumple un año el nieto y el viaje a Río Gallegos en un avión exclusivo es muy duro. Cristina recibe a Putin. Cristina homenajea a Putin. Cristina no está muy convaleciente que digamos.

Llegamos cagados al Maracaná. Nos comemos nueve. Nos comemos tres. No son tan duros. Lo podemos ganar. Lo ganamos. Perdimos. La gente festeja igual, va al Obelisco sin darse cuenta de que es la casa de la jauría que vive en la galería subterránea y tiene el jardín con quincho en la peatonal de Diagonal Norte.

Clima de fiesta. Puteo, me aíslo y saco a flote todos los trastornos obsesivos. Limpio, lavo la ropa, lustro los muebles, paso la aspiradora, me ofrezco a lavar los platos de los vecinos, me miran raro. Prendo la tele. Quilombo en el Obelisco, destrozos, saqueos, detenidos, un winner de la década sentado en un sillón robado de un bar, justo debajo del cartel que dice “Sarmiento”.

Al día siguiente, como si nada hubiera pasado, hay mucha gente de vuelta en el Obelisco y un escenario montado en el jardín de los ganadores de la 9 de Julio. Cristina espera a los jugadores en el predio de la AFA. La faringitis no era tan grave y el primer añito de Néstor Iván puede esperar. Se para en el medio, bien en el medio del plantel. Grita, tirá mal los apodos, le dice “Flaco” a Romero. Excitada como Boudou en fábrica de Epson vocifera “¡Eh, Lavezzi, vo’ sex symbol, vení que soy una dama!”. Jura no haber visto un solo partido, pero se enorgullece de todo lo que pasó en los partidos. Así gobierna.

Los jugadores van al Obelisco. Los jugadores no van al Obelisco. Los jugadores terminan de darse cuenta que volvieron a la Argentina. Los jugadores afirman que no van al Obelisco porque nadie garantiza la seguridad ni de ellos ni de los asistentes. No le erran al horóscopo y arranca otra vez la joda. Menores de edad mamados hasta las patas, un gordo en cuero en julio, botellas que vuelan. Un tipo decide violar las leyes de la gravedad y de la evolución al subirse arriba de un semáforo para saltar. La cana charla al lado. La cana le pide que se baje. El pibe se baja. El cana y el pibe se van para distintos lados y aquí no ha pasado nada. Autos robados, comercios saqueados y un teatro destrozado. Todo lo que no saben cómo se consigue -y ni intentan averiguar el método- lo destruyen. Se van a la casa.

Del escepticismo a la euforia, de ahí a la ilusión, siguiente parada la frustración y, finalmente, la vuelta a la realidad. El fútbol no es otra cosa que la maximización de los estados de ánimo individuales, no colectivos. Y se contagia la maximización, la exaltación, no los ánimos. El que necesitaba creer en algo, cree cada vez más con cada partido. El que quería putear, puteó muchísimo más que nunca. El que nunca pudo digerir que su mamá no lo abrazara de niño porque estaba ocupada haciendo la calle, purga su necesidad de sentirse importante cuando se hace matón en banda -siempre en banda, por las dudas- y el que ya se encuentra hastiado de tanta presión, aprovecha para tomarse un recreo de la vida y festeja por cosas que no domina.

Lo bueno de este Mundial es que sólo gastamos energía en ilusión y no en putear por nuestro país al compararlo con el de afuera. Porque, convengamos, una de las peores cosas de la depresión del puerperio mundialista es pasar de ver a las grandes potencias a un Patronato-Claypole. De admirar los estadios de los países desarrollados a los potreros de cemento de las canchas argentinas. De maravillarnos con la infraestructura del transporte del primer mundo, a los bondis destartalados, trenes abarrotados y autovías arruinadas.

Nos vino bien que el Mundial lo haya organizado Brasil, ya que nos permitió ver que la obra pública cumple con los parámetros de calidad de la patria grande nuestroamericana, en la que te anuncian una ruta y se parte al medio en el momento menos indicado. Del mismo modo, pudimos notar que la sensación de inseguridad también se ajusta a los acuerdos del Mercosur y nos acompaña sin pasaporte a nuestro país vecino. Por si fuera poco, el nivel de las grandes potencias -salvo unas pocas excepciones que incluyen a los que salieron campeones- estuvieron tan lejos de las expectativas como lo puede estar Alejandro Apo de meter un pique corto.

En medio de esta vorágine, el Gobierno prestó un servicio que a los jugadores les ahorrará años de terapia conductista: presenciaron lo que es tener una mina que no entiende nada de lo que habla opinando sobre la labor ajena. También vivieron en carne propia lo que es tener muchas ganas de salir a pasarla bien, analizar los pasos a seguir en una mesa de situación militar y suspender todos los planes por temor a lo que podría pasar. Y todo en menos de una hora.

Algunos marcianos que aterrizaron en el planeta Tierra en la última semana sostienen que los terrícolas del Obelisco se ofuscaron porque Argentina no trajo la Copa. No se dan cuenta de que la posibilidad de sociabilizar con lo ajeno en un tumulto y dar vía libre a las ganas de romper lo que encuentren a su alcance, no es para dejarla pasar. En un país en el que las barras son el brazo armado de la política futbolera -y de la ordinaria- cuyos miembros hablan de fútbol y no miran los partidos por estar de espaldas a la cancha -casualmente como la recepcionista de la AFA- sólo un boludo puede sorprenderse por lo que pasó.

Salís feliz a pasear y te cagan a trompadas -en el mejor de los casos- delante de tus hijos para sacarte lo que llevás encima. Te cagan el día. Miles de personas salen con la felicidad acumulada a festejar. La proporción hace el resto.

La cultura de lo marginal, protegida por el Gobierno que crea el Día de los Valores Villeros en vez de facilitarle los medios para la mejora de sus vidas, se entremezcla con el folklore del fútbol y todo es lo mismo. Señal de una época en la que el Gobierno no tiene drama en armar una ensalada con los conceptos de libertad, Estado omnipresente, espionaje interno, asistencialismo perpetuo y progreso económico, da igual la picardía de gastar a Brasil que chorearse un caja registradora.

Mientras tanto, el único factor que nos sumerge en la depresión de tener que volver al día a día sin distracciones mundialistas, es tomar conciencia de que no hay forma de revertir en poco tiempo tanta marginalidad estructural añejada.

Eso y sacar cuentas de cuántos años tendremos en el próximo Mundial.

Martes. De la muerte, de los cuernos, de los granos y de perder frente a Alemania, no se salva nadie. Pero hay imágenes que no se borrarán jamás. De las buenas.

© blogs.perfil.com

0 comments :

Publicar un comentario