Código Penal e
Hidrocarburos, dos reformas que buscan ocupar espacios y cargos, y cubrir la
retirada.
Por Roberto García |
Le cuesta aceptar al Gobierno el término: la contraofensiva.
Delata otros recuerdos funestos de los 70, sacrificios imperdonables. Pero los
sectores más afines a Cristina se esfuerzan e intentan ese ejercicio bélico
para no parecer vencidos aun vencidos, desterrar un epitafio precoz y repetido
por la oposición – “el ciclo está terminado”– y, sobre todo, vestidos de cierta
épica publicitaria, avanzan hacia la dirigida ocupación de espacios, cargos,
dependencias, no vaya a ser que, si se cumple el período, el nuevo mandato los
encuentre a la intemperie, sin becas, prebendas ni garantías, desprotegidos.
Y
esa contraofensiva también requiere de afanes legales y fracturas jurídicas
denominadas leyes resumidas como doctrina en una sola palabra,
“empoderamiento”, de uso predilecto y de dudoso castellano, importada del
inglés y de uso común entre los que hacen coaching como señuelo para que los
políticos muestren lo que no son, confianza en sí mismos. “Empoderar”,
entonces, es un verbo que reiteran dos cultores como Cristina y Zannini,
también su cohorte de feligreses, que en el lenguaje político significa “quitar
algo”, “apropiar”, “despojar”, “confiscar”, “arrebatar”. Demasiadas argucias
del idioma para decir lo mismo. Como se verá en la modificación de dos normas,
ejemplo de un rosario más vasto y voraz, con las cuales el cristinismo desafía:
la reforma del Código Penal (1) y la de Hidrocarburos (2).
1) Empezó mal el oficialismo con la reforma del Código
diseñada por Eugenio Zaffaroni y convalidada por colegas del ramo y
aquiescencias irresponsables de Binner, Macri y el radicalismo. Ocurrió que los
cambios penales ofrecidos por Cristina se asimilaron al imperio de la
inseguridad alimentada en su administración, al terror de que la indulgencia a
proveer por el nuevo Código entrara con más violencia a las casas de la que se
padece ahora. Aprovechó esa contingencia Sergio Massa, retrocedió finalmente el
Gobierno y se horrorizó el ego de los autores por ser disminuidos ante un
amateur de la materia (paradójico: nunca se irritan, en cambio, con la
insolvencia de los jóvenes oficialistas que ni siquiera redactaron un breviario
de Penal 1). Pero reincide la mandataria, hace campaña, se nutre de
expectativas y entre el camporista número dos de Justicia, Julián Alvarez, y
varios fiscales, encabezaron la contraofensiva hace pocas horas. Uno, para
sostener que el actual Poder Judicial interfiere al Gobierno, que proviene como
representación de la dictadura de los 70, como si Norberto Oyarbide –por citar
un ejemplo común de las complicidades oficiales– fuera un endemoniado
destructor de los negocios y el honor del kirchnerismo. Los fiscales, menos
conocidos, pero tan soberbios como el funcionario, objetaron el Código vigente
gracias al diccionario de los mil insultos, lo tildaron de clasista, sexista,
oligarca, misógino y hasta aliado al fascismo de la Segunda Guerra, cuando su
origen es previo. Como el general Nicolaides cuando le atribuyó al marxismo un
nacimiento anterior al cristianismo. Podían haberlo imputado también de
excluyente, totalitario, negro o azul, intolerante, vano, desubicado, da lo
mismo. Nunca un razonamiento o explicaciones, ninguna información, sólo
descalificaciones: un estilo. Si hasta dijeron, y dicen, que el castigo o la
sanción es el Mal –como si dispusieran de esa sabia distinción con el Bien– y
los delincuentes un hecho social, sin plantearse siquiera que los sicarios o el
narcotráfico son un hecho económico. Exigen la reforma porque la impulsan los
técnicos, los profesionales como Zaffaroni y ellos mismos, sin recordar que
fueron los mejores profesionales, los más reputados y mejor pagos, quienes
diseñaron el Titanic. Ni siquiera participan de la duda que en Alemania produjo
la escuela garantista que parece reunirlos –al menos en la palabra–, que se
hizo famosa con esta anécdota: un juez fue al campo para pasar vacaciones y,
como se aburría, pidió que le encargaran una faena del lugar. Le pidieron que
recogiera las papas de un campo y las separara entre chicas, medianas y
grandes. Pasó la jornada y, al atardecer, el terreno y las papas seguían igual
que a la mañana. Mientras, el juez estaba parado sobre la tierra con una papa
en la mano, preguntándose cual Hamlet: ¿grande, chica o mediana?
2) El otro ejemplo de “empoderamiento” y “contraofensiva” se
vincula a YPF, a la maniobra de Miguel Galuccio por modificar la Ley de
Hidrocarburos, restándole facultades que le pertenecen a las provincias y que,
se supone, están consagradas en la Constitución. Sobre todo, la concesión de
áreas, su explotación y dividendos. Neuquén, la más afectada por esta operación
–por la imaginada riqueza que se le atribuye a Vaca Muerta–, se resiste: quiere
imponer su propia empresa de energía (GyP), su potestad para licitar y no
cederle a Galuccio que disponga, por su arbitrio, conveniencia personal o
necesidad, el reparto de áreas como hizo con Chevron quedándose con la parte
del león y reduciendo la participación provincial a una expresión mínima. Por
supuesto, se trata de una discusión por dinero, en la cual los provincianos
denuncian que por su cuenta YPF ya entregó más de cien áreas cuando la ley sólo
le habilita concesionar cinco. Uno, el gobernador Jorge Sapag, pretende
agrandar su compañía –aquejada por cierto secretismo administrativo como YPF–
y, el otro, con la misma misión, se postula para continuarse en otros gobiernos
(ya hizo sondeos o lo hicieron por él con varios candidatos presidenciales),
invoca que a través de sí mismo habrá más seguridad jurídica, vendrán más
inversiones y, curiosamente, logra adhesiones de todo tipo en favor de esta
proposición. Economistas que no se sabía que fueran expertos en energía, medios
que desconocían la actividad, profesionales de todo tipo que creen que el
designado por un gobierno es más que el propio gobierno elegido. Maravillosa
gestión publicitaria del funcionario, agencia incluida, bendecido inclusive por
la Presidenta y a pesar de que Galuccio despotrica contra la gestión anterior
que en YPF impuso Néstor Kirchner y Julio De Vido, ya que fueron ellos quienes
en la inédita universalmente compra de acciones de Repsol –adquisición a pagar
con dividendos que la misma YPF produciría– ubicaron empresarios, directivos y
hasta administradores. Un modelo de “empoderamiento” que no tuvo un final
feliz.
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