sábado, 3 de mayo de 2014

Empoderamiento

Código Penal e Hidrocarburos, dos reformas que buscan ocupar espacios y cargos, y cubrir la retirada.

Por Roberto García
Le cuesta aceptar al Gobierno el término: la contraofensiva. Delata otros recuerdos funestos de los 70, sacrificios imperdonables. Pero los sectores más afines a Cristina se esfuerzan e intentan ese ejercicio bélico para no parecer vencidos aun vencidos, desterrar un epitafio precoz y repetido por la oposición – “el ciclo está terminado”– y, sobre todo, vestidos de cierta épica publicitaria, avanzan hacia la dirigida ocupación de espacios, cargos, dependencias, no vaya a ser que, si se cumple el período, el nuevo mandato los encuentre a la intemperie, sin becas, prebendas ni garantías, desprotegidos.

Y esa contraofensiva también requiere de afanes legales y fracturas jurídicas denominadas leyes resumidas como doctrina en una sola palabra, “empoderamiento”, de uso predilecto y de dudoso castellano, importada del inglés y de uso común entre los que hacen coaching como señuelo para que los políticos muestren lo que no son, confianza en sí mismos. “Empoderar”, entonces, es un verbo que reiteran dos cultores como Cristina y Zannini, también su cohorte de feligreses, que en el lenguaje político significa “quitar algo”, “apropiar”, “despojar”, “confiscar”, “arrebatar”. Demasiadas argucias del idioma para decir lo mismo. Como se verá en la modificación de dos normas, ejemplo de un rosario más vasto y voraz, con las cuales el cristinismo desafía: la reforma del Código Penal (1) y la de Hidrocarburos (2).

1) Empezó mal el oficialismo con la reforma del Código diseñada por Eugenio Zaffaroni y convalidada por colegas del ramo y aquiescencias irresponsables de Binner, Macri y el radicalismo. Ocurrió que los cambios penales ofrecidos por Cristina se asimilaron al imperio de la inseguridad alimentada en su administración, al terror de que la indulgencia a proveer por el nuevo Código entrara con más violencia a las casas de la que se padece ahora. Aprovechó esa contingencia Sergio Massa, retrocedió finalmente el Gobierno y se horrorizó el ego de los autores por ser disminuidos ante un amateur de la materia (paradójico: nunca se irritan, en cambio, con la insolvencia de los jóvenes oficialistas que ni siquiera redactaron un breviario de Penal 1). Pero reincide la mandataria, hace campaña, se nutre de expectativas y entre el camporista número dos de Justicia, Julián Alvarez, y varios fiscales, encabezaron la contraofensiva hace pocas horas. Uno, para sostener que el actual Poder Judicial interfiere al Gobierno, que proviene como representación de la dictadura de los 70, como si Norberto Oyarbide –por citar un ejemplo común de las complicidades oficiales– fuera un endemoniado destructor de los negocios y el honor del kirchnerismo. Los fiscales, menos conocidos, pero tan soberbios como el funcionario, objetaron el Código vigente gracias al diccionario de los mil insultos, lo tildaron de clasista, sexista, oligarca, misógino y hasta aliado al fascismo de la Segunda Guerra, cuando su origen es previo. Como el general Nicolaides cuando le atribuyó al marxismo un nacimiento anterior al cristianismo. Podían haberlo imputado también de excluyente, totalitario, negro o azul, intolerante, vano, desubicado, da lo mismo. Nunca un razonamiento o explicaciones, ninguna información, sólo descalificaciones: un estilo. Si hasta dijeron, y dicen, que el castigo o la sanción es el Mal –como si dispusieran de esa sabia distinción con el Bien– y los delincuentes un hecho social, sin plantearse siquiera que los sicarios o el narcotráfico son un hecho económico. Exigen la reforma porque la impulsan los técnicos, los profesionales como Zaffaroni y ellos mismos, sin recordar que fueron los mejores profesionales, los más reputados y mejor pagos, quienes diseñaron el Titanic. Ni siquiera participan de la duda que en Alemania produjo la escuela garantista que parece reunirlos –al menos en la palabra–, que se hizo famosa con esta anécdota: un juez fue al campo para pasar vacaciones y, como se aburría, pidió que le encargaran una faena del lugar. Le pidieron que recogiera las papas de un campo y las separara entre chicas, medianas y grandes. Pasó la jornada y, al atardecer, el terreno y las papas seguían igual que a la mañana. Mientras, el juez estaba parado sobre la tierra con una papa en la mano, preguntándose cual Hamlet: ¿grande, chica o mediana?

2) El otro ejemplo de “empoderamiento” y “contraofensiva” se vincula a YPF, a la maniobra de Miguel Galuccio por modificar la Ley de Hidrocarburos, restándole facultades que le pertenecen a las provincias y que, se supone, están consagradas en la Constitución. Sobre todo, la concesión de áreas, su explotación y dividendos. Neuquén, la más afectada por esta operación –por la imaginada riqueza que se le atribuye a Vaca Muerta–, se resiste: quiere imponer su propia empresa de energía (GyP), su potestad para licitar y no cederle a Galuccio que disponga, por su arbitrio, conveniencia personal o necesidad, el reparto de áreas como hizo con Chevron quedándose con la parte del león y reduciendo la participación provincial a una expresión mínima. Por supuesto, se trata de una discusión por dinero, en la cual los provincianos denuncian que por su cuenta YPF ya entregó más de cien áreas cuando la ley sólo le habilita concesionar cinco. Uno, el gobernador Jorge Sapag, pretende agrandar su compañía –aquejada por cierto secretismo administrativo como YPF– y, el otro, con la misma misión, se postula para continuarse en otros gobiernos (ya hizo sondeos o lo hicieron por él con varios candidatos presidenciales), invoca que a través de sí mismo habrá más seguridad jurídica, vendrán más inversiones y, curiosamente, logra adhesiones de todo tipo en favor de esta proposición. Economistas que no se sabía que fueran expertos en energía, medios que desconocían la actividad, profesionales de todo tipo que creen que el designado por un gobierno es más que el propio gobierno elegido. Maravillosa gestión publicitaria del funcionario, agencia incluida, bendecido inclusive por la Presidenta y a pesar de que Galuccio despotrica contra la gestión anterior que en YPF impuso Néstor Kirchner y Julio De Vido, ya que fueron ellos quienes en la inédita universalmente compra de acciones de Repsol –adquisición a pagar con dividendos que la misma YPF produciría– ubicaron empresarios, directivos y hasta administradores. Un modelo de “empoderamiento” que no tuvo un final feliz.

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