sábado, 5 de octubre de 2013

El pacto que no fue

Por Roberto García
Detalles e intimidades desconocidas del acuerdo político que habría trastocado el tablero actual de la Argentina.

Casi sin explicaciones, el vértigo electoral por poco ocultó una historia fascinante: el pacto que no fue. El acuerdo que, luego de varios meses, tejieron los protagonistas de la elección del domingo 27 y que estalló, abortado, la misma semana en que las partes debían presentar las listas de candidatos. A horas apenas de esa consumación. Y quienes iban juntos, agremiados y entusiastas –Daniel Scioli, Sergio Massa, Mauricio Macri, Francisco de Narváez y, en un plano menor, Hugo Moyano– culminaron la breve luna de miel separándose en desvíos diferentes, con destinos opuestos. Como adversarios, odiándose lenta, progresivamente.

La primera cumbre de esa agitada semana entre Massa y Scioli, un martes, se realizó en el domicilio del empresario mediático y futbolístico Daniel Vila, quien actuaba como celestino con la confianza doble de las partes: uno debido a una vieja relación íntima, familiar, forjada en la Gobernación; el otro porque había compartido veraneos en carpas vecinas, en Pinamar, antes de que el dueño de casa se fuera a vivir con Pamela David (de ahí atribuyen la influencia que en ocasiones ejerce el socio de Vila, José Luis Manzano, sobre el intendente de Tigre). Hubo coincidencias previamente ensayadas por laderos de los jefes políticos, rubricadas de palabra. Hasta acordaron la hechura consensuada de las listas –tema que suele dividir a los participantes de una coalición–, la proporcionalidad del reparto: acá había lugar para todos. Parecía superarlos un solo criterio: impedir, bloquear las aspiraciones reeleccionistas de Cristina de Kirchner.

Para el gobernador, había una condición: no agraviar al Gobierno y evitar temas urticantes que afectaran a la Presidenta (su interlocutor asintió, él había sido jefe de Gabinete). A buen entendedor, pocas palabras. Si bien sólo Massa y Scioli participaron de la reunión, no eran los únicos con la misma iniciativa política y, en el encuentro, planeó el convencimiento de que Macri y De Narváez (quien portaba al sindicalista Moyano como furgón) se acoplaban en esa defensa constitucional. En rigor, los dos contertulios ya habían conversado con esos ausentes, compartían una vocación común; a su modo, cada uno ya había formalizado un tratado con esos dirigentes. Tanto que en unas pocas horas se había consagrado una división en la nómina de las postulaciones: mayor dominio de Massa, cerca la gente de Scioli, más reducido el volumen para el macrismo y un remanente pequeño para De Narváez-Moyano. Algo así como 50, 30, l5 y 5% .

Avance. Durante el miércoles y el jueves de esos días febriles, al margen de los intercambios telefónicos para resolver dudas, se juntaron varios equipos designados por las partes. Una de las usinas más activas para la unificación respondía a las convocatorias e instrucciones que operaba Fabián Perechodnik, un reconocido especialista en encuestas (Poliarquía), quien hasta expuso su casa para una cena que se entendió inolvidable debido a la constitución de una lista llamada a ser invencible (ni siquiera entonces advirtieron que no era necesaria tanta convergencia de fuerzas para la epopeya de vencer al kirchnerismo; bastó, por último, con una sola).

Avanzó tan velozmente la alianza que la agencia y el próspero publicista Ernesto Savaglio se responsabilizaron de la propaganda futura del combinado, aceptado y recomendado por todos. Curiosamente, por culpa del fracaso posterior del pacto, el mismo agente con tantas dificultades para divulgar el castellano en sus afiches hoy se ocupa de la campaña del oficialista Martín Insaurralde, bajo la obviedad del MI que sus detractores convirtieron en Misión Imposible. Se debatían colores, cartelería y eslóganes; hasta el ministro Jorge Telerman fue designado desde la provincia para interesarse en la comunicación futura del mensaje y los postulantes.

Si hubo secreto inicial, la ampliación de la tarea obligó a disminuir el hermetismo. Se pasó entonces a una órbita simplemente discreta. Aun así, para asombro de algunos, la Casa Rosada parecía ignorar estos movimientos tan obvios en filas opositoras y otras en cierta forma disidentes. Nadie denunciaba el contubernio (definición arquetípica para estos casos), ni tampoco se alertaba con preguntas o advertencias. Scioli debía sorprenderse por esta ignorancia (de los servicios de inteligencia, al menos) de sus actos. Casi con seguridad, se supone, en la Rosada se distraían de este fenómeno a constituirse por la convicción de que Massa jamás se presentaría por su cuenta, ni Scioli se atrevería a un acto de tamaña intrepidez política. Raro igual en una administración tan celosa de radiografiar la actividad de sus ciudadanos. Más cuando en la noche del jueves, en un programa de TN, al intendente Jesús Cariglino le transmiten por teléfono de urgencia –lo que obligó a postergar por minutos su participación– un mensaje revelador: “Ya se cocinó la lista contra la Tía, primero va Massa, luego Karina (Rabolini), tercero De Narváez”.

Perplejo en parte, igual Cariglino no se aventuró a difundir la información: no tanto porque desconfiara de la fuente, que era indubitable, sino porque a él mismo se le desmoronaba o retrasaba un candidato en esa hilera, su hermano.

Sospechas. Para el viernes, con los ánimos en las nubes con la formalización de las listas (a presentar al día siguiente ante la Justicia), surgió un desencanto al mediodía: los bien informados se anoticiaron de que Scioli presentaba inéditas reticencias, versiones de que había recibido consejos poco amistosos de Carlos Zannini para bajarse del pacto (las que luego no fueron confirmadas), y que de repente había cambiado los hábitos, pues no viajaba a la Capital para instalarse en sus oficinas porteñas del Banco Provincia y que se recluía en La Ñata. Desbande en las primeras líneas, estupor en Massa y Macri, ni qué decir entre el mundo de los colaboradores privilegiados que ultimaban el acuerdo y esperaban lanzarse a la calle. Conciliábulos, búsquedas y la restringida invitación de Scioli para que Massa se acercara a La Ñata. En la confusión y los merodeos, se postergó el encuentro otra media hora. Y en el atardecer, con Karina trayendo café para los recién llegados, aterrizaron propios como Alberto Pérez, su jefe de Gabinete, el titular del Banco Provincia, Gustavo Marangoni, Telerman, entre otros, anfitriones comedidos y azorados de un Massa campante, sosegado, sin reproches. A esa altura, más de uno había comprado la versión de que Juan Carlos Mazzón, operador de Néstor primero y en menor medida de Cristina (con experiencia en Menem y Duhalde) le había notificado al gobernador su impresión de que el solo lanzamiento de esa alianza significaba una eventual liquidación del Gobierno, ya deteriorado por reclamos y rechazos de la población.

Cierta o no la especie, Scioli le formuló esos temores advertidos a Macri por teléfono y, también de cuerpo presente, al propio Massa. “Creo que debo revisar mi compromiso ante ustedes, no los puedo acompañar, no deseo provocar ningún tipo de conmoción institucional.” Palabras más palabras menos, fue lo que expresó sin enjundia. No podía contribuir a la derrota del candidato de Cristina, más bien debía protegerla, quizás contenerla en el mal momento que atravesaba.

Reacción. Sin parecer molesto por la decisión, comprensivo, Massa le desvirtuó esas aprehensiones, ya que –según él– la alianza no contemplaba ninguna acechanza constitucional (de hecho a él no parece beneficiarlo un anticipo de crisis), por el contrario, velaba por la escritura de la Constitución y, además, a los cuatro vientos proclamaba su adhesión a ciertas reformas que había hecho el Gobierno. Tan sólo, en todo caso, aspiraba a ciertas correcciones, las mismas que obviamente también había ventilado Scioli en esas reuniones.

Ese discurso provocó en el gobernador algún sacudón interno, por lo menos es lo que creen los presentes. Se volvió titubeante, como si recapacitara de lo que había manifestado, y empezó a consultar la opinión con sus funcionarios. En la marea de apreciaciones se incluyó alguna diferencia sobre los roles del macrismo y De Narváez, ya que Massa señaló inquietud por la actitud demasiado beligerante que le atribuía a FDN en la campaña (de ahí que el Colorado, herido, repitiera en público que Massa era el caballo de Troya de Cristina) y tampoco se sentía del todo identificado con su aparición cercana a Macri, al que las encuestas ubican en un flanco extremo de la política, cuando a él le interesa caminar en exclusividad por la autopista del centro. Dentro del nerviosismo del ambiente, la conversación era afable, Scioli insistía en interrogar a sus colaboradores sobre el curso a seguir y, como si nada fuera inminente, se apocaba en una dulce y transitoria espera.

Pero al día siguiente había que presentar las listas ante la Justicia, establecer los candidatos. No se podía aguardar más. Scioli volvió al comienzo de su presentación y dijo que prescindía del acuerdo por la responsabilidad del cargo. Cuando exponía las razones de su deserción, pareció emocionarse, amagó incluso una descarga sentimental. En rigor, fue un instante de congoja: luego se fue al vestuario, se equipó para el futsal y se fue para la cancha a jugar con Tevez, el invitado de la noche. Luego hubo comida, quizás hasta jugó al ajedrez con el controversial Alberto Samid. Como suele decir, el despliegue físico, la actividad deportiva, le evita la concurrencia al psicólogo, le repara ciertas desavenencias con él mismo.

La novedad del retiro pasmó a muchos; ni tiempo tuvieron Massa y De Narváez para armar sus nuevas listas, para reemplazar a los caídos de Scioli. Incluso, hasta llegó tarde la información: el sábado al mediodía, en el hotel Emperador, todavía rondaban los punteros del Colorado sin saber quién integraría las nóminas, menos si era necesario salir a buscar voluntarios en algunos distritos para cubrir las vacantes perdidas. Tarea que, en alguna medida, pudo componer Moyano cuando a primera hora de la tarde se apersonó en el lugar y empezó a cubrir baches. O sea, a conseguir ubicaciones que ni siquiera había negociado. Aunque fuera una ilusión inútil, ya que las primarias del domingo siguiente demostraron que esa fuerza descendía en declive y, para el próximo 27, se la consignaba disgregada, en disolución. Hasta con los mismos protagonistas.

Conjeturas. Para algunos atentos, la retirada de Scioli correspondió al mensaje alarmante vertido por Mazzón. Aunque a esta altura de la vida, se supone que Mazzón ya no asusta a nadie. O tal vez hubo otros mensajes más intimidantes cuya procedencia se ignora. O se sospecha. También es posible que el gobernador entendiera en la prisa por el armado de la unidad que, sin desearlo, podía convertirse en un detonante de una crisis política o económica anunciada por varios sectores. Y se negó a ese protagonismo que podría ensuciarle sus aspiraciones futuras a la Presidencia.

Más bien, como otros gobernadores, detectó cierta peligrosidad en la energía de Massa, ya que algunos –por la formación peronista– tienden a creer que puede convertirse en una réplica de lo que fue Néstor Kirchner (además, a su vera también lo asiste una mujer belicosa). Y se asumió Scioli, en ese viernes complicado, en un cristinista de la primera hora (por lo menos, hasta el próximo 28, cuando quizás comience a jugar otro papel), en un defensor del modelo más ferviente que Luis D’Elía.

Estrategia. Por lo intempestivo de la ruptura, impropia para un contumaz y avezado jugador de ajedrez como él, se sugieren otros análisis. Por ejemplo, copiando las escuelas pasadas de Menem y Duhalde en este tipo de ejercicios, hay quienes imaginan que su aventura pactista jugaba a un doble propósito: no romper con la Rosada, presentarse como el mejor alumno para el futuro del kirchnerismo y, sobre todo, llevar a Massa hasta el desfiladero, acompañarlo, para luego dejarlo solo ante el abismo, suponiendo que éste no se animaría a saltar. Y, por lo tanto, contenerlo en su avance para la Presidencia, sujetarlo a una postulación provincial, al puesto que él mismo debe abandonar en 20l5. En realidad, con el pacto arrastraba a Massa como gobernador. Ahora, en cambio, al abandonarlo, lo volvió postulante seguro a Balcarce 50. Pero son muchas las especulaciones que genera el pacto que no fue, refinadas o no, incluyendo la suspicaz inquietud de que toda estrategia sciolista –si la hubo– estuvo acordada con la Casa Rosada, connivencia que ahora cualquiera podría suscribir. Pero no en ese momento.

Sin embargo, estos tanteos mostrarían una apreciación equivocada. Y, sobre todo, una falla en su propio servicio informativo. Por un lado, no aceptar que Massa se arrojaría al vacío de cualquier forma, que no parecía tener miedo de ese salto; compartía el mismo criterio con Cristina, consensuado o no, ya que tampoco Ella imaginó esa aventura solitaria en un intendente.

El gobernador y la Presidenta quizás adolecieron de un dato imprescindible y que ahora se vuelve determinante: desconocieron que Massa ya había jurado saltar y que ese destete lo había compartido con una veintena de colegas bonaerenses, todos titulares de municipios clave.

Esa coronación ocurrió un mes antes de las primarias, en un encuentro con intendentes, donde una tarde confirmaron que confrontarían al Gobierno luego de tres exposiciones profesionales. Ese día, y al margen de lo que estaba en sus cabezas hacía varios meses, escucharon la exposición económica de Ricardo Delgado –mucho más crítico de la situación de lo que hablaba por TV–, la tendencia de las encuestas de opinión formuladas por el ecuatoriano Jaime Duran Barba y un pormenorizado sondeo psicológico de perfiles e impresiones que elaboró Guillermo Olivetto, un experto en marcas y consumo. Aunque no se conoció el saldo, fue obvio que allí emergió la indeclinable candidatura de Massa, también el compromiso de los participantes. Hubo quienes no lo vieron, y otros que no quisieron verlo.

© Perfil

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