Por Roberto García |
Casi sin explicaciones, el vértigo electoral por poco ocultó una historia fascinante: el pacto que no fue. El acuerdo que, luego de varios meses, tejieron los protagonistas de la elección del domingo 27 y que estalló, abortado, la misma semana en que las partes debían presentar las listas de candidatos. A horas apenas de esa consumación. Y quienes iban juntos, agremiados y entusiastas –Daniel Scioli, Sergio Massa, Mauricio Macri, Francisco de Narváez y, en un plano menor, Hugo Moyano– culminaron la breve luna de miel separándose en desvíos diferentes, con destinos opuestos. Como adversarios, odiándose lenta, progresivamente.
La primera cumbre de esa agitada semana entre Massa y
Scioli, un martes, se realizó en el domicilio del empresario mediático y
futbolístico Daniel Vila, quien actuaba como celestino con la confianza doble
de las partes: uno debido a una vieja relación íntima, familiar, forjada en la
Gobernación; el otro porque había compartido veraneos en carpas vecinas, en
Pinamar, antes de que el dueño de casa se fuera a vivir con Pamela David (de
ahí atribuyen la influencia que en ocasiones ejerce el socio de Vila, José Luis
Manzano, sobre el intendente de Tigre). Hubo coincidencias previamente
ensayadas por laderos de los jefes políticos, rubricadas de palabra. Hasta
acordaron la hechura consensuada de las listas –tema que suele dividir a los
participantes de una coalición–, la proporcionalidad del reparto: acá había
lugar para todos. Parecía superarlos un solo criterio: impedir, bloquear las
aspiraciones reeleccionistas de Cristina de Kirchner.
Para el gobernador, había una condición: no agraviar al
Gobierno y evitar temas urticantes que afectaran a la Presidenta (su
interlocutor asintió, él había sido jefe de Gabinete). A buen entendedor, pocas
palabras. Si bien sólo Massa y Scioli participaron de la reunión, no eran los
únicos con la misma iniciativa política y, en el encuentro, planeó el
convencimiento de que Macri y De Narváez (quien portaba al sindicalista Moyano
como furgón) se acoplaban en esa defensa constitucional. En rigor, los dos
contertulios ya habían conversado con esos ausentes, compartían una vocación
común; a su modo, cada uno ya había formalizado un tratado con esos dirigentes.
Tanto que en unas pocas horas se había consagrado una división en la nómina de
las postulaciones: mayor dominio de Massa, cerca la gente de Scioli, más
reducido el volumen para el macrismo y un remanente pequeño para De
Narváez-Moyano. Algo así como 50, 30, l5 y 5% .
Avance. Durante el miércoles y el jueves de esos días
febriles, al margen de los intercambios telefónicos para resolver dudas, se
juntaron varios equipos designados por las partes. Una de las usinas más
activas para la unificación respondía a las convocatorias e instrucciones que
operaba Fabián Perechodnik, un reconocido especialista en encuestas
(Poliarquía), quien hasta expuso su casa para una cena que se entendió
inolvidable debido a la constitución de una lista llamada a ser invencible (ni
siquiera entonces advirtieron que no era necesaria tanta convergencia de
fuerzas para la epopeya de vencer al kirchnerismo; bastó, por último, con una
sola).
Avanzó tan velozmente la alianza que la agencia y el próspero
publicista Ernesto Savaglio se responsabilizaron de la propaganda futura del
combinado, aceptado y recomendado por todos. Curiosamente, por culpa del
fracaso posterior del pacto, el mismo agente con tantas dificultades para
divulgar el castellano en sus afiches hoy se ocupa de la campaña del
oficialista Martín Insaurralde, bajo la obviedad del MI que sus detractores
convirtieron en Misión Imposible. Se debatían colores, cartelería y eslóganes;
hasta el ministro Jorge Telerman fue designado desde la provincia para
interesarse en la comunicación futura del mensaje y los postulantes.
Si hubo secreto inicial, la ampliación de la tarea obligó a
disminuir el hermetismo. Se pasó entonces a una órbita simplemente discreta.
Aun así, para asombro de algunos, la Casa Rosada parecía ignorar estos
movimientos tan obvios en filas opositoras y otras en cierta forma disidentes.
Nadie denunciaba el contubernio (definición arquetípica para estos casos), ni
tampoco se alertaba con preguntas o advertencias. Scioli debía sorprenderse por
esta ignorancia (de los servicios de inteligencia, al menos) de sus actos. Casi
con seguridad, se supone, en la Rosada se distraían de este fenómeno a
constituirse por la convicción de que Massa jamás se presentaría por su cuenta,
ni Scioli se atrevería a un acto de tamaña intrepidez política. Raro igual en
una administración tan celosa de radiografiar la actividad de sus ciudadanos.
Más cuando en la noche del jueves, en un programa de TN, al intendente Jesús
Cariglino le transmiten por teléfono de urgencia –lo que obligó a postergar por
minutos su participación– un mensaje revelador: “Ya se cocinó la lista contra
la Tía, primero va Massa, luego Karina (Rabolini), tercero De Narváez”.
Perplejo en parte, igual Cariglino no se aventuró a difundir
la información: no tanto porque desconfiara de la fuente, que era indubitable,
sino porque a él mismo se le desmoronaba o retrasaba un candidato en esa
hilera, su hermano.
Sospechas. Para el viernes, con los ánimos en las nubes con
la formalización de las listas (a presentar al día siguiente ante la Justicia),
surgió un desencanto al mediodía: los bien informados se anoticiaron de que
Scioli presentaba inéditas reticencias, versiones de que había recibido
consejos poco amistosos de Carlos Zannini para bajarse del pacto (las que luego
no fueron confirmadas), y que de repente había cambiado los hábitos, pues no
viajaba a la Capital para instalarse en sus oficinas porteñas del Banco
Provincia y que se recluía en La Ñata. Desbande en las primeras líneas, estupor
en Massa y Macri, ni qué decir entre el mundo de los colaboradores
privilegiados que ultimaban el acuerdo y esperaban lanzarse a la calle.
Conciliábulos, búsquedas y la restringida invitación de Scioli para que Massa
se acercara a La Ñata. En la confusión y los merodeos, se postergó el encuentro
otra media hora. Y en el atardecer, con Karina trayendo café para los recién
llegados, aterrizaron propios como Alberto Pérez, su jefe de Gabinete, el
titular del Banco Provincia, Gustavo Marangoni, Telerman, entre otros,
anfitriones comedidos y azorados de un Massa campante, sosegado, sin reproches.
A esa altura, más de uno había comprado la versión de que Juan Carlos Mazzón,
operador de Néstor primero y en menor medida de Cristina (con experiencia en
Menem y Duhalde) le había notificado al gobernador su impresión de que el solo
lanzamiento de esa alianza significaba una eventual liquidación del Gobierno,
ya deteriorado por reclamos y rechazos de la población.
Cierta o no la especie, Scioli le formuló esos temores
advertidos a Macri por teléfono y, también de cuerpo presente, al propio Massa.
“Creo que debo revisar mi compromiso ante ustedes, no los puedo acompañar, no
deseo provocar ningún tipo de conmoción institucional.” Palabras más palabras
menos, fue lo que expresó sin enjundia. No podía contribuir a la derrota del
candidato de Cristina, más bien debía protegerla, quizás contenerla en el mal
momento que atravesaba.
Reacción. Sin parecer molesto por la decisión, comprensivo,
Massa le desvirtuó esas aprehensiones, ya que –según él– la alianza no
contemplaba ninguna acechanza constitucional (de hecho a él no parece
beneficiarlo un anticipo de crisis), por el contrario, velaba por la escritura
de la Constitución y, además, a los cuatro vientos proclamaba su adhesión a
ciertas reformas que había hecho el Gobierno. Tan sólo, en todo caso, aspiraba
a ciertas correcciones, las mismas que obviamente también había ventilado
Scioli en esas reuniones.
Ese discurso provocó en el gobernador algún sacudón interno,
por lo menos es lo que creen los presentes. Se volvió titubeante, como si
recapacitara de lo que había manifestado, y empezó a consultar la opinión con
sus funcionarios. En la marea de apreciaciones se incluyó alguna diferencia
sobre los roles del macrismo y De Narváez, ya que Massa señaló inquietud por la
actitud demasiado beligerante que le atribuía a FDN en la campaña (de ahí que
el Colorado, herido, repitiera en público que Massa era el caballo de Troya de
Cristina) y tampoco se sentía del todo identificado con su aparición cercana a
Macri, al que las encuestas ubican en un flanco extremo de la política, cuando
a él le interesa caminar en exclusividad por la autopista del centro. Dentro
del nerviosismo del ambiente, la conversación era afable, Scioli insistía en
interrogar a sus colaboradores sobre el curso a seguir y, como si nada fuera
inminente, se apocaba en una dulce y transitoria espera.
Pero al día siguiente había que presentar las listas ante la
Justicia, establecer los candidatos. No se podía aguardar más. Scioli volvió al
comienzo de su presentación y dijo que prescindía del acuerdo por la
responsabilidad del cargo. Cuando exponía las razones de su deserción, pareció
emocionarse, amagó incluso una descarga sentimental. En rigor, fue un instante
de congoja: luego se fue al vestuario, se equipó para el futsal y se fue para
la cancha a jugar con Tevez, el invitado de la noche. Luego hubo comida, quizás
hasta jugó al ajedrez con el controversial Alberto Samid. Como suele decir, el
despliegue físico, la actividad deportiva, le evita la concurrencia al
psicólogo, le repara ciertas desavenencias con él mismo.
La novedad del retiro pasmó a muchos; ni tiempo tuvieron
Massa y De Narváez para armar sus nuevas listas, para reemplazar a los caídos
de Scioli. Incluso, hasta llegó tarde la información: el sábado al mediodía, en
el hotel Emperador, todavía rondaban los punteros del Colorado sin saber quién
integraría las nóminas, menos si era necesario salir a buscar voluntarios en
algunos distritos para cubrir las vacantes perdidas. Tarea que, en alguna
medida, pudo componer Moyano cuando a primera hora de la tarde se apersonó en
el lugar y empezó a cubrir baches. O sea, a conseguir ubicaciones que ni
siquiera había negociado. Aunque fuera una ilusión inútil, ya que las primarias
del domingo siguiente demostraron que esa fuerza descendía en declive y, para
el próximo 27, se la consignaba disgregada, en disolución. Hasta con los mismos
protagonistas.
Conjeturas. Para algunos atentos, la retirada de Scioli
correspondió al mensaje alarmante vertido por Mazzón. Aunque a esta altura de
la vida, se supone que Mazzón ya no asusta a nadie. O tal vez hubo otros
mensajes más intimidantes cuya procedencia se ignora. O se sospecha. También es
posible que el gobernador entendiera en la prisa por el armado de la unidad
que, sin desearlo, podía convertirse en un detonante de una crisis política o
económica anunciada por varios sectores. Y se negó a ese protagonismo que
podría ensuciarle sus aspiraciones futuras a la Presidencia.
Más bien, como otros gobernadores, detectó cierta
peligrosidad en la energía de Massa, ya que algunos –por la formación
peronista– tienden a creer que puede convertirse en una réplica de lo que fue
Néstor Kirchner (además, a su vera también lo asiste una mujer belicosa). Y se
asumió Scioli, en ese viernes complicado, en un cristinista de la primera hora
(por lo menos, hasta el próximo 28, cuando quizás comience a jugar otro papel),
en un defensor del modelo más ferviente que Luis D’Elía.
Estrategia. Por lo intempestivo de la ruptura, impropia para
un contumaz y avezado jugador de ajedrez como él, se sugieren otros análisis.
Por ejemplo, copiando las escuelas pasadas de Menem y Duhalde en este tipo de
ejercicios, hay quienes imaginan que su aventura pactista jugaba a un doble
propósito: no romper con la Rosada, presentarse como el mejor alumno para el
futuro del kirchnerismo y, sobre todo, llevar a Massa hasta el desfiladero,
acompañarlo, para luego dejarlo solo ante el abismo, suponiendo que éste no se
animaría a saltar. Y, por lo tanto, contenerlo en su avance para la
Presidencia, sujetarlo a una postulación provincial, al puesto que él mismo
debe abandonar en 20l5. En realidad, con el pacto arrastraba a Massa como
gobernador. Ahora, en cambio, al abandonarlo, lo volvió postulante seguro a
Balcarce 50. Pero son muchas las especulaciones que genera el pacto que no fue,
refinadas o no, incluyendo la suspicaz inquietud de que toda estrategia
sciolista –si la hubo– estuvo acordada con la Casa Rosada, connivencia que
ahora cualquiera podría suscribir. Pero no en ese momento.
Sin embargo, estos tanteos mostrarían una apreciación
equivocada. Y, sobre todo, una falla en su propio servicio informativo. Por un
lado, no aceptar que Massa se arrojaría al vacío de cualquier forma, que no
parecía tener miedo de ese salto; compartía el mismo criterio con Cristina,
consensuado o no, ya que tampoco Ella imaginó esa aventura solitaria en un
intendente.
El gobernador y la Presidenta quizás adolecieron de un dato
imprescindible y que ahora se vuelve determinante: desconocieron que Massa ya
había jurado saltar y que ese destete lo había compartido con una veintena de
colegas bonaerenses, todos titulares de municipios clave.
Esa coronación ocurrió un mes antes de las primarias, en un
encuentro con intendentes, donde una tarde confirmaron que confrontarían al
Gobierno luego de tres exposiciones profesionales. Ese día, y al margen de lo
que estaba en sus cabezas hacía varios meses, escucharon la exposición
económica de Ricardo Delgado –mucho más crítico de la situación de lo que
hablaba por TV–, la tendencia de las encuestas de opinión formuladas por el
ecuatoriano Jaime Duran Barba y un pormenorizado sondeo psicológico de perfiles
e impresiones que elaboró Guillermo Olivetto, un experto en marcas y consumo.
Aunque no se conoció el saldo, fue obvio que allí emergió la indeclinable
candidatura de Massa, también el compromiso de los participantes. Hubo quienes
no lo vieron, y otros que no quisieron verlo.
0 comments :
Publicar un comentario