Por Ignacio Fidanza |
El cuerpo de Cristina Kirchner empieza a acumular las
tensiones de un gobierno que no logra superar sus prácticas más disfuncionales.
El presidencialismo extremo que acumula todas las decisiones es antes que nada
un castigo físico, un desafío de imposible cumplimiento, un punto crítico sin
posibilidad de fuga.
El fracaso entonces del método de conducción, que se observa
con más claridad en la acumulación de problemas económicos sin solución a la
vista, tiene su correlato electoral y también físico.
Un gabinete profesional integrado por ministros con poder
político y capacidad de decisión es también una red de protección para el
líder, una válvula de escape para un cargo que se sabe imposible. Acumular
todos los saberes, todas las decisiones, todas las presiones, además de
ineficiente es peligroso.
Ese sistema que colapsó en lo económico y lo electoral,
ahora empieza a pasarle su factura al cuerpo de la Presidenta. Hay entonces un
triple desafío, el Gobierno tiene que reinventarse desde su corazón.
Existe también la presión brutal de la realidad. El gobierno
ha decidido negar los problemas más evidentes, para replegarse en un caparazón
que busca resistir, primero hasta las primarias, después hasta las generales de
octubre y después no se sabe; pero se vislumbra una lógica del aguante fractal,
que acaso sueña con llegar al final del mandato sin tomar ninguna decisión
“dolorosa” que contradiga de manera irreversible las banderas del relato.
Dejar para el próximo presidente la sucia faena del
“sinceramiento”, apostando acaso a tener las manos libres para la
reconstrucción desde unas banderas que no fueron del todo ajadas por el ejercicio
del poder.
Sin embargo, la dilación y el aguante como política de
Estado, sufren el asedio despiadado de los indicadores económicos: Caída de
reservas, aumento de la brecha cambiaria, crecimiento del déficit. Un
agotamiento en tiempo real de las energías, de los horizontes, un vivir
resistiendo como se resiste la vejez, como quien libra una pelea que no es tal,
sino apenas la demora de un derrota.
Se trata de una fuerza abismal que castiga el cuerpo
presidencial, por la sencilla razón que es el único lugar del dispositivo de
poder que conservó márgenes de decisión. El único lugar que puede cambiar una
lógica que acumula presión sobre presiones, a fuerza de negar.
La interna del bloque gobernante
Es por eso que el forzado paso al costado de ese verdadero
aleph del poder que todo lo concentra, amenaza con desatar las peores
tempestades. Todavía no ocurrió pero el riesgo hoy casi se podía palpar, con
sólo recorrer la superficie de la cúpula del poder.
La designación de Amado Boudou como presidente fue resistida
hasta el final por Carlos Zannini, su mayor enemigo. El vicepresidente sigue
convencido que fue el secretario Legal y Técnico quien dejó correr el caso
Ciccone y acaso lo agitó judicialmente, para correr del camino a quien entonces
había logrado disputarle la cercanía presidencial y asomaba como un sucesor
posible.
La necesidad de intervenir a la Presidenta, derribó la
estratagema de crear una “licencia activa”, subterfugio ensayado para no ceder
el poder al vicepresidente, tal como establece el art. 88 de la Constitución
Nacional. Se trataba en los hechos de una suerte del golpe de Palacio, para
sustraer el poder a las autoridades electas.
Con Cristina ingresando al quirófano para una operación en
el cerebro, bajo los efectos de la anestesia total, se volvió imposible la
opción de la licencia activa.
Boudou presidente es un problema para muchos y una
oportunidad para otros. La denominada “ala racional” del kirchnerismo ve en la
reubicación del vicepresidente un riesgo pero también la posibilidad de
recuperar espacios perdidos.
Julio de Vido, Juan Manuel Abal Medina, Diego Bossio, Daniel
Scioli, son las caras mas visibles, pero no las únicas de sectores del
oficialismo que sufren la lluvia ácida de ese núcleo de poder que constituyen
Zannini, La Cámpora y Máximo Kirchner. Todos tienen buena relación con Boudou.
Y no casualmente casi todos ellos –más Sergio Uberti, otro hombre de buena
relación con el vicepresidente- lo acompañaron en su caminata soleada por la
explanada de la Casa Rosada.
Es esta interna la que se libra por estas horas con sordina
y está atada a un interrogante central: ¿Cuánto tardará la Presidenta en
recuperarse y volver a ejercer plenamente el cargo? Si hablamos de un mes, no
parece un lapso suficiente para que se concrete un deslizamiento profundo en el
poder.
Pero hay otras versiones. Entre los gobernadores peronistas
se habla de un lapso que podría ir de 45 a 90 días.
Esta desconfianza mutua es la que también alimenta una
versión insólita: Zannini estaría buscando “garantías” para asegurarse un
eventual paso al costado de Boudou en caso que el vice exprese autonomías no
autorizadas. Siempre según esta versión, el jefe de los senadores oficialistas,
Miguel Ángel Pichetto, habría sido alertado para el caso que sea necesario
designar un reemplazante del vice, ya que quien le sigue en la línea de
sucesión es el presidente provisional del Senado, hoy a cargo de la tucumana Beatriz
Rojkés, pero posible de reemplazar con una votación.
La propia circulación de rumores tan disparatados habla de
la sensibilidad extrema que recorre el poder. El colapso de la salud
presidencial es acaso un síntoma y una metáfora de un sistema que empieza a
encontrar sus límites.
La situación extrema que plantea un problema serio de salud,
a veces sirve de aviso, cuando todas las otras alarmas fallaron.
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