sábado, 12 de octubre de 2013

Dos en desgracia

Por Roberto García
Vicisitudes y resurrecciones efímeras del vice en ejercicio presidencial y del secretario de Comercio.

Uno pensaba en los viajes; el otro, en la languidez del ocaso. Y de repente un golpe menor, ajeno, les cambió la vida. Más, quizá, que a la propia afectada por la contusión. Parece el destino inesperado y común de Amado Boudou y Guillermo Moreno, aunque entre ellos haya poco en común; dos enviados a la tortura del potro, a ser tironeados, estirados y desguazados por extraños y propios como resultado político de la operación a Cristina en la Favaloro. 

No estaba en los cálculos este epílogo imprevisto al que contribuyen el conjunto opositor y los miembros del Gobierno, como si el ajusticiamiento público de los dos funcionarios desinfectara la Argentina.

Ambos son el alimento recomendable para quienes compiten desde afuera –y se nutren con el repudio que la sociedad manifiesta por este dúo– y, también, para un oficialismo que imagina liberarse de culpas desviándolas a la cuenta particular de los dos atrevidos. Se trata de un ardid contable: en un gobierno donde no prevalece el libre albedrío y la sumisión es intrínseca a su existencia e imprescindible condición para el ascenso, parece gracioso que Moreno y Boudou sean en exclusivo los autores de fracasos y delitos, de cuestionables dictámenes y gestiones. Apenas han sido los alumnos preferidos.

Boudou, al que así llaman en el Gobierno como si decirle presidente fuera un menoscabo para el cargo que la propia mandataria le obsequió, disponía de una agenda turística envidiable para estar lejos de las elecciones. Y de la actividad política en general. Su contacto mancha. No es de esos invitados a los que se convoca a cenar sin reservas. Moreno está con cabeza y pies fuera del Gobierno desde hace meses (aunque Cristina dijo que la iba a acompañar los próximos dos años, casi copiando a Raúl Alfonsín cuando anunció, antes de despedirlo, que Juan Sourrouille estaría hasta el final del mandato), lanzando amenazas de castigos insólitos (nacionalizar los bancos nacionales, pero no los extranjeros) o diseñando auxilios económicos del mismo tipo, como pedirles plata prestada a las cerealeras para el Estado que, según el Estado, le deben plata al Estado.

Ambos eran proscriptos, aunque nunca sospecharon que se les derrumbaría el mundo por culpa de un chichón en la cabeza presidencial. Aunque esa hematoma ya desaparecida no fue la causante del doble drama: la hecatombe empezó cuando se conocieron los resultados de las primarias y Cristina dejó ese domingo no sólo la pertinaz voluntad por hacerse reelegir y reformar la Constitución.

Abrumado por las causas judiciales (luego de que vuelva Cristina, se dice, tomarían algún brío por la incidencia de Carlos Zannini entre los magistrados; si éste mantiene su peso específico luego de ciertas objeciones que le endilgaron por el manejo médico de la paciente ) y el desapego del Gobierno a su figura desde que trascendió una inquina con el influyente hijo Máximo, Boudou igual presagiaba disgustos. Sobre todo desde el día que, en su departamento de Puerto Madero, un visitante le advirtió ante una irrupción lumínica en el living: “Che, alguien te está enfocando con un láser”. Distraído, miró por la ventana y concluyó que se trataría de algún vecino adolescente. Más tarde, habrá asumido la advertencia de que la señal luminosa no provenía de un consorcista alucinado. Ahora, en el ejercicio presunto del poder presidencial, cuando ni siquiera se le habilitó un despacho en la Casa Rosada –semejando el día en que expulsaron de ese edificio a Daniel Scioli, siendo vice, enterándose por un portero que le habían cerrado la oficina porque “había que pintarla”–, tiene en claro el mensaje de aquella luz verde. Mientras, le explotan los tímpanos con la recurrencia servil de “sólo manda Cristina”, algún subalterno lo fustiga en público (Gabriel Mariotto) y el resto de la corte lo ningunea.

Por si fuera poco, lo que podía ser un galardón dentro del oficialismo –las críticas de Carrió, Macri y De la Sota– también se le vuelve en contra. Más allá de merecimientos, no hay que olvidar un detalle: Boudou nunca hizo lo que no deseara u ordenara su autoridad superior.

Lo mismo que Moreno, la bestia negra a la que le reprochan todos los dislates de la economía, como si fuera un piloto de Fórmula Uno que gira solo en la pista y no consulta a su equipo. Justo él, que fue siempre un prodigio de obediencia debida, un cultor del populismo simplón que les agradaba a los Kirchner y con quien hasta un hombre declarado de izquierda como Axel Kicillof cuenta en su formación de más vivos que tontos (recordar el blanqueo postergado o lo de YPF, que ahora hasta Cristina repudia, ¿o pagar no significa admitir el error?). Moreno guarda silencio ante el cartel “Miren a Bossio”, como muchos creen que es lo que se viene. Dudosamente, le agrada el ascenso de ese funcionario: lo quiere menos que a Boudou (además, a ver si por ciertas relaciones comerciales aparece de la mano con Mario Blejer, hoy ya sin la ocupación anunciada para el Banco Central de Israel).

Pero el secretario de Comercio que se suponía ministro se inquieta por otra situación, a pesar de que –como dijo Cristina– “nunca hubo siquiera una sospecha de corrupción con Guillermo”. Incomparable con Boudou, claro, pero quizá más comprometido en la arena judicial: la alteración del Indec, más allá de las responsabilidades de Néstor y Cristina, supuso no sólo modificar el índice del costo de vida. También, no pagar los bonos que se instruyeron bajo esa condición. O pagar menos, lo que, por otro lado, se pagaba mucho más a quienes disponían de títulos regidos por el adefesio de las tasas chinas: el crecimiento del PBI (dañando en especial a los jubilados, ya que la Anses disponía de una abrumadora mayoría de títulos vinculados a la tasa inflacionaria). ¿Esa malversación estadística constituye un delito? ¿Ese traslado de fondos a favor de unos y en contra de otros merece una calificación de estafa o alguna observación al funcionario que no cumplió con sus deberes?

Son interrogantes elementales –parte en verdad de otra multitud de preguntas– que hoy angustian al devaluado Moreno, a sus abogados defensores y a otros abogados que no son de su cuña y piensan más en atacar. Como si fueran buitres, cuervos, ante la carne abandonada. Y no son extranjeros. Dicen que no lo salva ni el Papa, y eso que Francisco le mandó un rosario de regalo la semana pasada. Aunque no se sabe de ningún argentino que no tenga un rosario o una foto con el bienamado Pontífice.

© Perfil

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