![]() |
Por Beatriz Sarlo |
Aprendió a vestirse con elegancia durante la dictadura, para
no llamar la atención de la policía. Jorge Altamira, el trotskista de camisa
blanca y traje oscuro, nació en Buenos Aires en 1942. Es hincha de Huracán y,
en ese aspecto, imagino una infancia con más pesares que alegrías. Su madre,
socialista, le dio la primera indicación que un militante debe cumplir:
"Hacete vos solo tu cama". Se creía que la vida privada era un campo
de entrenamiento de la autonomía revolucionaria.
Los sobradores o los astutos,
hoy, podrán burlarse de estas cosas. Altamira sigue creyendo en ellas.
Las acciones de un militante, en cualquier circunstancia,
deben estar regidas por sus ideas. El burócrata (uno de los mayores insultos
trotskistas) es un traidor que cree en la independencia de las ideas respecto
de las conductas. Burócratas son muchos dirigentes sindicales; burócratas son
las camarillas políticas que se apoderan del Estado.
Me cuenta un amigo que el primer acto militante de Altamira
(que entonces llevaba su nombre, José Wermus) fue llevar mensajes entre
sindicalistas de la Resistencia, después del golpe de Estado de 1955. E
insubordinarse frente a una profesora del secundario, reclamando su derecho a
mostrar en la solapa un distintivo con la imagen de Eva Perón. Como muchos
trotskistas argentinos, pasó por el famoso Grupo Praxis, dirigido por Silvio
Frondizi, asesinado por la Triple A, hermano del presidente expulsado por un
golpe en 1962. Praxis fue un semillero intelectual y político. Altamira,
estudiante de Ciencias Económicas, se formó (podría decirse: se eligió) como
trotskista. En 1964, fundó Política Obrera. De allí en más, su nombre responde
al logotipo de esas dos letras: PO.
Militantes de clase media que van a trabajar a las fábricas
y obreros radicalizados: un amigo menciona a Gregorio Flores, dirigente
cordobés de Fiat Concord. Entonces recuerdo que, a comienzos de los setenta, en
el penal de Rawson había muchos de esos militantes clasistas, que adherían a
distintas vetas de la izquierda revolucionaria. Las organizaciones políticas de
la zona, especialmente de Trelew, inventaron un sistema de visitas a los
presos. A Gregorio Flores le tocó un obrero patagónico, Isidoro Pichilef, a
quien yo conocía muy bien. Cada vez que iba al penal de Rawson, Isidoro volvía
a Trelew con unos machetes escritos en el dorso de los papeles metalizados de
cigarrillos. Con letra minúscula, Gregorio Flores le entregaba una síntesis
histórica, proposiciones teóricas, consignas: horas y horas de calabozo para
redactar a mano un manual de educación revolucionaria.
La anécdota revela esa fe misional del trotskismo que está
también en la raíz de sus infinitas divisiones y su espíritu de secta. Pero que
continúa sosteniendo dos armas: delegados de base y asambleas. Altamira es el
más pertinaz y el más culto de esa intrincada familia política, acusada mil
veces de sectarismo. Esa acusación podría traducirse como "purismo
doctrinario". Pero me temo que esas discusiones no interesan demasiado a
quienes no participaron o participan de tradiciones marxistas.
Interesa, en cambio, lo sucedido en las elecciones de agosto
con el PO. Capaz de organizar un frente con otras organizaciones, levantó unos
resultados que pueden llamarse victoria dentro de los límites de una minoría.
En el total nacional, supera el 3,25%. En Mendoza alcanzó el 7,60, y en Salta,
el 11%, tan sorprendente como el 9 y medio de Jujuy. Para quienes saben lo
difícil que es presentar candidatos en todos los distritos, las organizaciones
que agrupó el PO en distintos frentes a nivel nacional tuvieron una presencia
extendida. Hace dos años, Rialle pedía al dios de la televisión "un
milagro para Altamira". Hoy, él y sus camaradas se mandaron un verdadero
milagrito.
Altamira lo atribuye a la progresiva conciencia de los
sectores obreros y populares sobre la crisis del capitalismo. Ése es su léxico.
Podrían también explorarse otras hipótesis: la eficacia de un sindicalismo
honesto y combativo que pudo haber movido al voto a una periferia de activistas
(imposible olvidar que el hoy condenado Pedraza fue responsable del asesinato
de Mariano Ferreyra, militante del PO que defendía a los tercerizados del
ferrocarril). La eficacia reivindicativa de los metrodelegados del subte, con
figuras que dan bien en los medios, como el Pollo Sobrero, y otros activistas
de una larga marcha del sindicalismo a la política, como Néstor Pitrola. El
desencanto por promesas incumplidas y arbitrariedades de toda índole cometidas por
los oficialismos provinciales, algunos de ellos de la peor especie, cuyos jefes
se fotografían a diario con la Presidenta. La transferencia a estas elecciones
de votos estudiantiles en universidades masivas que han acompañado al PO o a
frentes donde está ese partido.
Pero nada de esto termina de explicar la carrera política de
Altamira. Los ojos celestes de mirada impávida obedecen al control de quien
está convencido para siempre, atado a sus principios, tanto como sostenido en
ellos. Alguien que piensa que el capitalismo no ha respetado sus propias
premisas, porque los mercados no son libres, ni los capitalistas renuncian a
las prebendas del Estado, que no es una instancia autónoma frente al poder del
dinero. Alguien que, contra los dictámenes "post", valora al
parlamento como lugar donde se emiten discursos, el pueblo los escucha y puede
descubrir cómo se producen las leyes. Suena singular en una era donde todo es
devorado por la palabra "gestión".
Quizá la política que desea Altamira tenga más de utopía que
de programa. Pero, en estas elecciones, ganó a sus votantes. Ciudadanos que
quieren que la palabra capitalismo, de vez en cuando, suene en la Cámara de
Diputados. Como si fuera un ácido.
0 comments :
Publicar un comentario