Llegan a 69 los muertos en la tragedia ferroviaria de Galicia. (Foto: La Voz de Galicia) |
Santiago de Compostela vivía el miércoles los prolegómenos
de su fiesta grande cuando el tren Alvia, que cada tarde-noche entra en la
estación de la capital de Galicia procedente de Madrid y con destino a Ferrol,
descarriló, a solo cuatro kilómetros de la parada, con una fuerza brutal, de
tal intensidad que uno de los ocho imponentes vagones voló a 15 metros de la
vía.
El accidente, registrado a las 20.41, dejó un saldo
provisional de 69 muertos y más de un centenar de heridos, según contabilizó la
pasada madrugada el delegado del Gobierno en Galicia, Samuel Juárez. El
presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, afirmó que entre 10 y 20 heridos
estaban “en situación comprometida” y 111 fuera de peligro. Una hora después,
la consejera de Sanidad del Gobierno gallego, Rocío Mosquera, admitió que había
pacientes en coma sin identificar, cinco de ellos en el Hospital Clínico de
Santiago.
En el convoy, formado por ocho vagones y dos máquinas,
viajaban 218 pasajeros y cuatro tripulantes. Dos supervivientes relataron a EL PAÍS cómo sintieron que el tren
tomaba una curva cerrada, bajo el viaducto de la principal autopista de peaje
de Galicia; cuando abrieron los ojos, estaban rodeados de cadáveres.
El maquinista, que sufrió heridas leves, reconoció
inmediatamente después del siniestro que el tren circulaba a 190 kilómetros por
hora, en una curva cerrada en la que la velocidad está limitada a 80, aunque en
la recta previa, preparada para el AVE, pueden alcanzarse los 250 kilómetros.
Uno de los dos conductores que llevaba el convoy accidentado hizo una llamada
por teléfono tras el descarrilamiento y no paraba de repetir: “Descarrilé, qué
le voy a hacer, qué voy a hacer”, informaba la noche del miércoles la edición
digital de La Voz de Galicia. Los dos
conductores del Alvia se incorporaron a las tareas de rescate y ayuda a los
heridos
Este es el primer accidente con víctimas mortales en una
línea de alta velocidad en España y el más grave siniestro ferroviario en
nuestro país en los últimos 40 años. La vía había sido renovada para adaptarla
a la alta velocidad, pero no el sistema de señalización. Un ingeniero de Adif,
que reconoció desconocer las circunstancias exactas del accidente, explicaba el
miércoles que es muy difícil que un tren descarrile solo por exceso de
velocidad y que, aunque esa circunstancia aumentó la gravedad del siniestro,
debió de existir alguna otra causa concurrente en la máquina o la vía para que
se saliese.
Los residentes hablan de un gran estruendo, de un torpedo de
ruido y polvo y de unas vías sembradas de cuerpos en apariencia sin vida. En
medio de la confusión inicial, los muertos y heridos se contaban por decenas.
Los vecinos y los pasajeros supervivientes no paraban de alertar, horrorizados,
de que la cifra definitiva de víctimas mortales sería estremecedora. Al filo de
la medianoche, aún quedaban dos vagones sin revisar, uno de ellos reducido a
chatarra.
Los profesionales del dispositivo de rescate tardaron cinco
minutos en llegar al lugar, según han relatado algunos supervivientes. Y se
encontraron un infierno. Teléfonos móviles sonaban en los bolsillos de algunos
fallecidos, según contó entre lágrimas un agente de policía. Metralla, restos
de chatarra y sangre por todas partes. Cuerpos dentro y debajo de los vagones,
algunos mutilados. La Consejería de Sanidad asume que serán necesarias pruebas
de ADN para lograr identificarlos.
En el primer vagón viajaba Óscar Mateos, un guardia civil de
Cáceres que venía haciendo el Camino de Santiago. Se saltó parte de la ruta
para llegar a la capital el día grande del Apóstol. Subió con su bici al tren
en la parada de Puebla de Sanabria. Apenas sufrió heridas leves. Tras el primer
impacto comprobó cómo los viajeros se fueron al suelo. Los de las filas de la
derecha notaron primero el golpe y después cómo se le venían encima los
pasajeros de la izquierda. Hubo una avalancha. “La ayuda llegó en cinco minutos
pero ese tiempo se hizo eterno. Ayudé a salir a gente con las piernas rotas y
muchas magulladuras”, cuenta, aún aturdido, a las puertas del hospital. Muy
cerca, un mexicano de mediana edad vaga por la explanada del complejo
hospitalario en busca de noticias de sus familiares.
El tren Alvia, serie 730, un híbrido con tracción diésel y
eléctrica, prácticamente nuevo, descarriló al tomar la curva más cerrada del
recién renovado trayecto entre Santiago y Ourense, reformado para acoger la
alta velocidad.
El convoy salió de la estación de Madrid-Chamartín a las
tres de la tarde y tenía que haber llegado a Ferrol a las 22.30. Los ocho
vagones volcaron y uno de ellos acabó convertido en un amasijo de hierros.
Un amplio despliegue de servicios de emergencia se desplazó
al lugar rápidamente gracias a que la ciudad iba a vivir una de las noches, la
de su patrón, en la que más policía y ambulancias se preparan. Miembros de este
dispositivo reconocieron que esta coincidencia había facilitado la atención
rápida a las víctimas. La confusión que reinó durante los primeros momentos
hizo que 20 minutos después de la colisión aún hubiese por las calles de la
capital gallega algún policía que no había sido alertado y ambulancias buscando
el lugar del siniestro. Bomberos en huelga de los parques comarcales de la
provincia de A Coruña suspendieron su protesta por la precarización de sus
condiciones laborales para colaborar en las tareas de rescate. Los actos
programados para celebrar el Día de Galicia, tanto los festivos como los
políticos, fueron suspendidos de inmediato en señal de duelo.
Todos los hospitales gallegos fueron movilizados para
atender a las decenas de heridos, algunos en estado crítico. En el Clínico de
Santiago, al que llegaron buena parte de ellos, se congregaron numerosos
familiares, angustiados, que eran llamados continuamente por los servicios
médicos para comunicarles el estado de sus allegados. Supervivientes
desorientados vagaban por los centros sanitarios sin documentación ni móviles
con los que poder contactar con los conocidos que les acompañaban en el trágico
viaje.
La consejera de Sanidad, Rocío Mosquera, participó en las
labores de información a las víctimas en el principal centro hospitalario de la
capital gallega.
A la zona de Angrois se trasladó una grúa gigante para
retirar los restos de los convoyes, de los que durante horas los efectivos de
emergencias no cesaron de retirar heridos y cadáveres atrapados. Las
autoridades utilizaron los medios de comunicación para pedir a los ciudadanos
que no se acercasen a la zona del siniestro para evitar un atasco que
dificultase la asistencia a las víctimas. Otro dato ilustra la fuerza del golpe
que sufrieron los ocupantes del Alvia. Varios pasajeros relataron a EL PAÍS cómo vieron saltar por los aires
los asientos fuertemente anclados de los vagones.
El Alvia es el ferrocarril más veloz que atraviesa este
trayecto reformado para que en el futuro circulen por sus vías los AVE que
comunicarán Galicia con Madrid. El impacto del miércoles fue de tal magnitud
que la máquina trasera del tren accidentado ardió y otro de los vagones voló
sobre un talud a cinco metros de altura y quedó a 15 metros de distancia de las
vías. El motor de una de las máquinas, una enorme mole, salió despedido por el
choque.
La curva de la catástrofe ya fue escenario de un trágico
suceso hace casi 12 años. En ese mismo lugar de Angrois, al sudeste de
Santiago, se produjo otro accidente ferroviario en septiembre de 2001, cuando
una niña fue arrollada por un tren.
Junto a la explanada en la que se celebran las fiestas del
barrio, en la que el miércoles acabó uno de los vagones que salió despedido,
había entonces una pequeña puerta de metal que daba acceso a las viejas vías de
la línea convencional que comunicaba Santiago y Ourense. Mucho antes de que se comenzase
a construir el AVE, los vecinos usaban esa puerta para acortar camino, pero
aquel día se metieron por ella cuatro niñas para pasear en bicicleta junto a
las vías. Un tren que pasó junto a ellas arrolló a una de las menores, mientras
las otras tres lograron apartarse a tiempo para salvar su vida.
Los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado se afanarán
ahora en aclarar las causas del accidente, aunque ya trabajan sobre la
hipótesis del exceso de velocidad. Hasta el lugar de la tragedia, sobre el que
se levantó una intensa columna de humo, se acercaron Núñez Feijóo, que al
llegar admitió que los fallecidos iban a ser “muchos”; y la ministra de
Fomento, Ana Pastor, entre otras autoridades.
Renfe facilitó un número de teléfono de atención a las víctimas
y sus familias: 900 101 660. La policía judicial ya ha comenzado las labores
para intentar identificar a las víctimas mortales. Los cadáveres fueron
trasladados al pabellón multiusos del Sar, en Santiago, una ciudad para la que
el 25 de julio estará ya siempre marcado por esta tragedia.
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