Por Roberto García |
Como si no hubiera un mañana, la oposición en general
festeja anticipadamente la presunta derrota del cristinismo en las elecciones.
Y ni una pregunta se formula sobre el período que le resta cumplir a la
Presidenta hasta 20l5, un océano de tiempo y enigmas. Período para el cual
abundan señales, declaraciones y nombramientos del oficialismo, tanto en lo
económico como en lo político. Pero el arco adversario evita pronunciarse, como
si los acontecimientos de ese ciclo no fueran a marcar el rumbo de la sociedad,
la vida misma de los argentinos. Y ellos no fueran, al decir del derecho,
partícipes necesarios.
Este olvido a sabiendas constituye una evasión política
singular. Inclusive extraña que los condenados en apariencia a la desventaja
sepan lo que quieren del futuro con más claridad que los eventuales
triunfadores.
En lo económico, por ejemplo, la mandataria ya definió roles
para el mandato a cumplir: sienta a su diestra a Guillermo Moreno y a Axel
Kicillof, convertidos en vicarios de sus dobles intimidaciones a empresarios,
banqueros, industriales y comerciantes (o cuanto otro rubro aparezca). No
importa si uno es un peronista confeso y el otro vomita al peronismo. Tampoco
importa si en algún momento se odiaron y denunciaron, hoy los reúne una causa
superior por orden cristinista: quedarse con más cargos (tema en el que el
viceministro revela más expertise), suprimir aliados (Marcó del Pont,
Lorenzino) y promover más estatización en todos los actos del Gobierno (lo que
implica confiscaciones, intervenciones, controles y hasta arbitrariedades como
cobrarle menos tasa a los supermercados y más a los exportadores). También
superan impudicias: el Banco Nación que premia y financia a Lázaro Báez no
alberga solo a ex compañeros odiados de Julio de Vido, como Juan Carlos
Fabrega, ahora la autoridad se estaciona en una treintañera codiciada de la
escuelita de los no tan tontos que se han mudado sin prejuicios a La Cámpora.
Coinciden estos recién llegados en la radicalización de la
economía y en que, justificandose en una eventual ayuda a los pobres, a alguien
habrá que sacarle para cubrir sus propios deficits e ineficiencias (del brutal
agujero energético a la inflacion incremental). Al respecto abundan versiones
osadas. Es que nada alcanza, ni siquiera que suban los precios de la soja por
gracia divina o que, en opinión contraria a lo que siempre dijo Cristina, se le
imponga un gravamen a las transacciones financieras, la declamada y recurrente
demanda opositora que luego el Gobierno utilizará como autoría propia según el
relato. Igual a lo que hizo con la asignación universal, propuesta de Carrió y
Prat Gay, negada varias veces por Néstor Kirchner ante sus colaboradores porque
“no me alcanza la plata”, y consentida finalmente por la multiplicación del
reclamo como original de la Patagonia.
En lo político, la obviedad es repetir el acecho a la Corte,
sea por ampliar el número de sus miembros o desplazar a los viejos Petracchi y
Fayt, olvidando que los seres humanos tienen la edad de la persona que aman (y
las compañeras de ambos son sensiblemente más jovenes). O cuestionar el control
constitucional por parte del organismo apelando a una idea del difunto asesor
de Alfonsín, Carlos Nino, cuando en verdad se busca ese cambio porque anida
algún proyecto propio de dudosa constitucionalidad. No será el único temporal
para la Justicia, ese instituto ahora sospechado por la Presidenta luego de una
década ganada en usufructo.
Los datos indican que el cerrojo presidencial se habrá de
clausurar más que oxigenar por una apertura, lo que se prueba con la
resistencia a cualquier tipo de cambio en áreas inservibles y en la nómina
presentada de candidatos a diputados bonaerenses, un ranking de obedientes que
prevalecen por los golpes de fe que se propinan en el pecho. Feligreses,
algunos festivos con ellos mismos. Ni siquiera se admite, en la crisis
cismática que ofrecen las encuestas, que Cristina dio una vuelta de tuerca al
legado de Néstor en la alteración de su política electoral, fundada en las
asociaciones corporativas con los gremios ( Hugo Moyano, buena parte de la CGT)
y con los intendentes del GBA. Por el contrario, Ella desconectó esos
respiradores y no los reemplazó por otros, olvidó una recomendación elemental
que un asesor le brindó al monarca británico antes de la Carta Magna y cuando
los feudos interiores se volvían belicosos: los hombres más peligrosos son los
olvidados. Ni en la Rosada, ni en Olivos, esos barones –del conurbano o
gremiales– fueron recibidos a pesar de que manifestaban lealtad, más bien se
los postergó, le suspendieron subsidios u obras, les negaron otras y, para
colmo, hasta se imaginó reemplazarlos con una cáfila nueva de arribistas.
Ahora se paga el precio. Y Sergio Massa es apenas una
expresión de ese fenómeno colectivo. No en vano, antes de la definición de las
listas, los intendentes se hablaban entre sí, se consultaban, descubrieron la
conveniencia de una defensa común, sea el de Tigre, el de Lomas, el de Berazategui
o el de La Matanza (quien, a propósito, elevó su cotización con el Gobierno,
dialoga con los disidentes y si llegara a saltar de refugio, le quebraria el
espinazo a la Casa Rosada).
Néstor no podría creer lo que ve: si le temía a una junta de
Gobernadores decisiva, la misma que él integro en alguna oportunidad que jaqueó
o desalojó gobiernos, ahora observaría otro engendro tambien determinante que
construyó su mujer: una junta de Intendentes, nuevo poder hegemónico a
configurarse luego de las elecciones.
Puede festejar la variada oposición los buenos aires que la
asisten desde los sondeos, pero no se observa criterio, discusión o unidad en
su núcleo para ubicarse frente al ciclo venidero de Cristina, más radicalizado,
estatista, poco tolerante y apartado de lo que el mundo reconoce genéricamente
como occidental y cristiano. Ni una palabra hasta ahora sobre esos
acontecimientos y si bien es cierto que no hay una sola oposición, el Gobierno
ha establecido una esfera tan propia e impenetrable que solo permite la
existencia de otra esfera. No varias bolitas que confrontan entre sí.
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