jueves, 13 de junio de 2013

Octubre vuelve indispensable a Scioli

Por Álvaro Abós
La paradoja del partido que están jugando Cristina Kirchner y Daniel Scioli es que ella quiere sacar de la cancha al gobernador de Buenos Aires, pero al mismo tiempo lo necesita para el partido que le interesa, la re-reelección. Este intríngulis político tiene algo de Macbeth, una tragedia sobre la ambición de poder, el precio que por él se paga y la traición, que William Shakespeare escribió en 1606. En el reino de Escocia, Macbeth y Banquo deben su poder al rey Duncan, que en su momento los privilegió con su dedo. Sin embargo, a Duncan lo sacrifican sin piedad. Luego Macbeth hace lo mismo con Banquo.

Peor aún que Macbeth es su señora, la famosa Lady Macbeth, una mujer para la que el poder lo es todo. Tan grande es la ambición de esta gente que aun saciándola no hallan paz. A los Macbeth, gobernar los llena de desasosiego, los perturba el espectro de Banquo y de otros que quedaron en el camino.

¿Les suena este cuento sin moraleja? El cuento de Macbeth

Kirchner, Lady Macbeth/Cristina, Banquo/Scioli, (¿quizás Duncan/Duhalde?) que hoy recitan Cristina y Scioli es una tragedia oscura. Sin embargo, observada de cerca y sin la fulguración poética que le presta Shakespeare, también podría leerse como un sainete cómico.

El poder era para Shakespeare era "una sombra que avanza, un cómico que se agita y pavonea". Hoy, en la Argentina, el poder se llama re-reelección. Ésta es una aspiración a la cual no renunciará el cristinismo, porque forma parte de su misma naturaleza. La buscará hasta el último aliento. El poder se identifica con el Estado y solamente con el Estado. Inimaginable resulta hoy la experiencia de un Juan Perón destituido en 1955 y arrojado al llano, a pesar de lo cual conservó el protagonismo o cierta parte de él, tanto simbólico como real, durante dieciocho años, hasta retornar al gobierno en 1973.

Para Cristina, estar fuera del Estado es percibido como la muerte. Para eludirla, necesita ganar las legislativas de octubre por más del 40%. Sólo así el Frente para la Victoria podría lanzar un operativo clamor que habilitara una reforma constitucional.

Parece una meta difícil, pero no imposible, teniendo en cuenta que en noviembre de 2011 Cristina sacó más del 50%. Todo lo que hace el Gobierno está encaminado a esa meta. Se activan iniciativas y se relanzan sin cesar proyectos de carga simbólica como la malvinización o la estatización de YPF. Se insiste en la retórica contra los fondos buitre. Se distorsionan filiaciones ideológicas, tal, por ejemplo, el incoherente proyecto de apropiación kirchnerista del "papismo".

El gobierno nacional machaca cada día contra Scioli, reticente al proyecto de continuismo cristinista. En algunos de sus voceros la crítica es ideológica. "Daniel es conservador, siempre lo fue", pontifica la diputada Conti, la más constante propagadora de rayos y centellas antisciolistas. Luis D'Elía sostiene que "Scioli no integra el proyecto nacional y popular". Otros tinterillos abundan en pormenorizados análisis sobre la criminalidad que se ensaña en la provincia o sobre atrocidades que habrían cometido los cuerpos policiales o sobre la pobreza que abunda en los vastos conglomerados suburbanos, como si tales miserias no existieran en los paraísos kirchneristas, como la Formosa de Insfrán o el Chaco de Capitanich. Pero la peor pesadilla no son las críticas del aparato propagandístico oficial, sino la restricción de fondos con que la Rosada mortifica a La Plata. Esas restricciones van acompañadas de la cancelación del diálogo y de la hostilidad verbal, según la conocida modalidad confrontativa que es marca de fábrica del cristinismo y que tuvo su culminación, hasta el momento, en el virulento discurso de Lomas de Zamora.

Tuvieron que producirse las inundaciones de Semana Santa para que la Presidenta accediera a verse con el gobernador de Buenos Aires, a quien le negaba todo contacto, como se lo negaba a Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires, como se lo niega al gobernador de Córdoba y a otros gobernadores que no se someten a sus designios. El primer mandamiento del Gobierno reza: debe aprovecharse cualquier contingencia para lastimar al rival. Esa premisa sólo cedió cuando quedó claro que las lluvias habían adquirido la magnitud de las grandes catástrofes. Se hizo evidente entonces que hasta el más desinformado de los argentinos consideraría rastrero sacar ventaja de la tragedia.

No falta quien filia las rispideces de la relación entre Cristina y Scioli como una vuelta más de la infinita antropofagia del peronismo, conforme con la frase atribuida a Perón: "Los peronistas son como los gatos: cuando se ve a dos trenzados, parece que pelean, pero, en realidad, se están reproduciendo". Al margen de este folklore, veo el salvajismo en política más nacional que sectorial. El poder en este país se disputa sin merced, a menudo sin reglas. El antiperonismo también lo hizo, ¿o acaso en 1955 Aramburu, el duro, no aniquiló sin contemplaciones al blando Lonardi, que osó proponer un ciclo sin vencedores ni vencidos? Que Lonardi y Aramburu fueran antiperonistas no los privó de usar los peores vicios del peronismo, a cuya exclusión del escenario ambos contribuyeron. Otros ejemplos podría brindar la historia: tal, la llamada "maldición de la provincia de Buenos Aires", según la cual ningún gobernador de la provincia, algunos de ellos grandes figuras políticas, alcanzó la Presidencia. Un camino, el que va de La Plata a la Rosada, que en un país más normal sería lógico. A los conservadores Marcelino Ugarte y Manuel Fresco los desplazó el voto secreto y obligatorio. A Oscar Mercante, primero el veto de Perón, luego la caída del propio Perón y la proscripción de ese movimiento. A Oscar Alende, los golpes militares. A Eduardo Duhalde, la catástrofe de 2001, que lo hizo entrar a la Rosada no por las urnas, sino por un acuerdo legislativo provisorio, finalmente nunca confirmado en votos. La mentada maldición no es una anécdota curiosa, sino una muestra de la ferocidad política argentina.

La crítica ideológica a Scioli es una retórica que adorna la lucha darwiniana por el poder. Esto, traducido al argentino básico, significa lucha absoluta, total por la re-reelección, una meta a la que Cristina nunca aludirá en público y que algunos kirchneristas, por mera táctica, omiten en su discurso diario, aunque nunca en las abluciones con las que cada mañana se insuflan energía para su misión.

El cristinismo podría desplazar a Scioli de la gobernación ya mismo. Le bastaría multiplicar el caos en la provincia, con recursos que domina: por ejemplo, huelgas salvajes, puebladas como la de Junín y toneladas de propaganda difundida por sus medios. El resto sería un juicio político en la Legislatura provincial. Pero ese plan de acción, si se consumara antes de octubre, echaría a Scioli en brazos del peronismo antikirchnerista y alejaría muchos votos del frente oficialista, léase del voto re-reeleccionista. Octubre vuelve indispensable a Scioli. Por eso, el Gobierno lo ablandará, lo debilitará todo lo que pueda, pero sin rematarlo. ¿Y después de octubre? Entonces, de nuevo Macbeth: "La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia".

© La Nación

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