Por Alfredo Leuco |
Sergio Massa, feliz y abrazado a su esposa Malena, levantará
la copa y brindará por el futuro. Hoy, al mediodía, al final del asado festivo,
todos cantarán y le desearán felicidades al gran protagonista. Tomás, su hijo,
recibirá los regalos por su cumpleaños que fue el jueves y el intendente de
Tigre podrá distenderse un poco de todas las presiones y tensiones que
concentra la decisión más importante de su vida política: ser o no ser
candidato a diputado nacional por el Frente Renovador que inscribirá esta semana
en la Justicia.
Muchos aseguran que por la noche habrá otra comida pero con
los intendentes que lo apoyan.
El dirigente político que más íntimamente lo
conoce dijo a PERFIL: “Sergio ya no tiene marcha atrás. Es impresionante el
cariño que despierta en cada una de las recorridas que hacemos por la
Provincia”. Entre la decena de fuentes consultadas y que se entrevistaron con
Massa en los últimos días, hay algunos que todavía tienen alguna duda. Los
jefes comunales de San Miguel y San Martín se atrevieron a decirlo
públicamente. Pero la inmensa mayoría cree que su postulación va a cambiar todo
el tablero político de la Provincia y de la Argentina. Por ahora, en este truco
que está jugando Massa con la presidenta de la Nación, nadie mostró las cartas.
Jorge Fernández Díaz inmortalizó en un libro que el truco es nuestro juego
nacional y popular. El que nos entrena para la mentira, la simulación y el
engaño. Carlos Reutemann, comparó a Massa con “el as de espadas”. Casi un lema
de campaña. Justo el senador con el que Massa será comparado si decide
guardarse para 2015. Todos recuerdan el freno que puso Lole cuando dijo que
“vio algo” y abandonó su carrera presidencial.
En este mano a mano, Massa demora su anuncio y Cristina
también. Nadie sabe quiénes serán los dos candidatos que polarizarán la pelea
electoral bonaerense. Hasta ahora es Francisco de Narváez quien encabeza las
encuestas en el espacio opositor y el fantasma de Alicia Kirchner la que se
ubica en segundo lugar. Por algún motivo Massa y Cristina decidieron no cantar
falta envido hasta el último momento. Eso significa que alguna sorpresa están
preparando. Veremos.
Políticamente, Massa tiene todo a su favor. Con sólo 41 años
aparece como un político joven pero experimentado que tiene en la capacidad de
gestión y en la no confrontación sus mejores argumentos. Si ganara con
comodidad en octubre, como dicen casi todas las encuestas, habría que barajar y
dar de nuevo. Sacaría de la cancha presidencial a Daniel Scioli que no tiene
reelección como gobernador y se convertiría en el jefe de la oposición y del
peronismo que quiere reemplazar a Cristina en el 2015.
¿Cuál es el talón de
Aquiles de Massa? Las tres encuestas más serias (una de ellas es la de Mariel
Fornoni, publicada por este diario) muestran una alta imagen positiva e
intención de voto. Alguna supera el 50%. Todas coinciden en que es muy baja su
imagen negativa, entre 9 y 12% pero también en que cualitativamente, sus
potenciales votantes simpatizan y critican a Cristina casi por mitades. Por eso
la moderación y la prudencia de Massa. Cuando se defina, seguramente va a
perder un porcentaje de ambos lados. Ese es su gran riesgo. El que define, suma
y resta. El que calla sigue igual. Por eso, Massa no apunta a los sectores más
definidos que son los de mayor nivel informativo sino al ciudadano común que
vota o castiga a la Presidenta por motivos más de vida cotidiana y realidad
económica que ideológicos. Hacia allí tendió sus redes. No quiere gastar
energía en tratar de convencer a camporistas o antikirchneristas que ya tienen
su decisión tomada de hace tiempo.
Pretende construir una suerte de tercera posición entre los
sectores más duramente enfrentados y fanatizados de la sociedad. No quiere ser
un opositor rabioso porque valora varios logros del kirchnerismo y cree que la
mayoría de los argentinos no entienden o directamente rechazan las peleas
altisonantes. Pero no puede asociarse a Cristina por varios motivos. Primero
por pragmatismo: ella está en la última parte de su gobierno, no puede ser reelecta
y carece de heredero. Segundo por el odio que recibió de parte del kirchnerismo
después que abandonó el Gobierno donde no alcanzó ni a cumplir un año como jefe
de Gabinete. La relación con Cristina estuvo sembrada de misiles: Massa no
maltrata pero tampoco se deja maltratar. La puñalada final en la relación fue
cuando, según los documentos secretos revelados por WikiLeaks, en la embajada
norteamericana, Sergio Massa (que luego lo desmintió) caracterizó a Néstor
Kirchner como un “monstruo, psicópata, perverso y cobarde.” De eso no se vuelve
en ningún lado y menos en el kirchnerismo que tiene como lema tácito: ni olvido
ni perdón.
La pregunta que se responde sola es: ¿Massa quiere colaborar
con la continuidad en el poder de Cristina o aspira a sucederla? Por su
despacho circularon dirigentes que podrían acompañarlo tanto en la lista de
diputados como en un futuro gabinete. José Ignacio de Mendiguren fue, como
siempre preocupado por alentar su agenda “productiva” y evitar que el mundo
financiero llene todos los posibles casilleros. El hasta hace poco titular de
la UIA junto a Ginés González García, Roberto Lavagna, Jorge Sarghini, Felipe
Solá y Martín Redrado entre otros, vienen del riñón de aquel gobierno de
Eduardo Duhalde que sacó al país del infierno antes de que llegara Néstor
Kirchner. El propio Sergio Massa pasó a jugar en las ligas mayores en ese
momento.
Construyó gran parte de sus relaciones e imagen desde el
Anses en donde estuvo cinco años haciendo una buena gestión con una gran
mancha: de su mano ingresó Amado Boudou, otro liberal que con el tiempo
llegaría a ser vicepresidente y a ocupar un lugar en las antípodas de Massa: de
las personas más conocidas, Amado es el de peor imagen. Y Massa, el de mejor.
Formado en la Ucedé de San Martín, amigo de Luis Barrionuevo y Graciela Camaño,
conoció a Horacio Rodríguez Larreta en el gabinete de asesores de Palito
Ortega.
Pocas veces una candidatura levantó tanta expectativa y
misterio. Ningún integrante de su entorno se atreve a jugarse y decir que
finalmente se concretará. Todos están convencidos de que el tren de la historia
pasa una sola vez, pero nadie quiere que lo agarren con las manos en la masa.
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