Por Esteban Peicovich |
Los Octos (así llamo a quienes cruzamos los 80) no contamos
con barras bravas ni portavoces que nos hagan oir. En nuestra defensa
"somos peligro sumo": podemos irnos al suelo al menor esfuerzo
equívoco. Y ya volcados en tierra (horizontal también el bastón) no servimos de
nada.
Pero guay con nosotros si llegáramos a organizarnos. Si
Altamira ascendió esponsoreado por un alcahuete de chismes de camastro ¿Por qué
no intentar algún Octo en 2015, ser diputado por los octogenarios? Resulta que
no somos una pavada: hay 350.000 octos. Esto sin contar Nonas y Centus, que
aún menores en número sumarían sus bigs curriculums a una patriada de los
Octos. Que para nada son lo que el lugar común propaga. Ni lentos señores que
gorra con visera y manos detrás de la cintura recorren los barrios diciéndoles
!buen día! a diarieros, porteros y todo suelto que se cruce. Ni solo jugadores
de bochas en la plaza, de dominó/ajedrez en el café o de esconderse en los
rincones de las casas de sus hijos para llamar la atención. Son 350.000 en los
que descansa el futuro olvidado que ellos mismos soñaron cuando tenían 20 años
y un mundo y un país a contramano.
En 1985, en una recepción en Tokio, llegué a ver (solo eso,
me lo señalaron) al Octo más ejemplar del Japón. Un poeta amigo le llamaba
"Mori, el sublime". Iba hacia sus 90, recto, alto y casi con igual
traje gris, con el que inició su vida de constructor de viviendas. Desde joven
el austero Mori vivió con su esposa en un departamento de 100 metros , yendo a pie
a su oficina y llevando su vianda preferida (spaghettis con salsa de soja y
algas) que comía fríos en su escritorio. Jamás recurrió al dios del Quini o del
pachinko ni al salvataje módico de un
“póngame todo al 5 a
la cabeza”. Doctorado en Economía y Comercio, fue profesor y llegó a ser
rector. En 1980 Mori recibía por mes 2.000 millones de dólares de renta que le
pagaban las 1.300 empresas que ocupaban
sus 82 rascacielos. Sus fabulosas obras benéficas eran incontables. ¡Y seguía
viviendo en un piso de 100 metros cuadrados ...!
Este hombre forrado en platino se confesaba
"espiritualista" y deudor de Confucio, de quien había seguido
(durante toda la vida) las nueve reglas para ser un gentilhombre. Son éstas: l/
El deseo de ver con claridad cuando se mira. 2/ El deseo de oir todos los
detalles cuando se escucha. 3/ El deseo
de estar siempre sereno. 4/ El deseo de observar siempre una actitud
respetuosa. 5/ El deseo de ser sincero en las palabras. 6/ El deseo de ser
prudente en las obras. 7/ El deseo de investigar todo aquello que presente
dudas. 8/ El deseo de recordar los problemas que genera la ira. Y 9/ El deseo
de tener presentes los valores morales ante cualquier posibilidad de lucro.
Camino del 2015, no vendría mal una millonaria pegatina de
afiches de Confucio de La
Quiaca a Lapataia. Unos 40 millones. Y luego, esperar a que
empollen. Puede que salga algo. En uno, en dos, en tres. Puede que con el
tiempo, por iluminación, pasemos del actual confusionismo a un prístino
confucianismo. La aventura es sencillísima: se toma un envión con la conciencia
y se salta de la casilla de Menem o De Vido a la de Confucio. Es un
"viaje" apasionante. Y el último juego social que nos queda. El Juego de la Vida. ¿Usted señor? ¿Señora usted? ¿Quién de nosotros empieza
primero?.
--Está bien ¿Pero qué tiene que ver ésto con los Octos?
--Ah, no sé. Pero a los 40, asuntos así no se me ocurrían.
© Perfil
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