lunes, 14 de mayo de 2012

Urge buscar un gentilhombre


Por Esteban Peicovich
No hay semana sin que nuevos lectores impulsen la idea de que deje de aburrirlos tratando temas políticos y los divierta (sic) con la crónica de mi senectud. Supongo que debe ser gente de mi edad que atempera sus ñañas con las mías. Para ellos soy como un conejo de Indias del cual obtener datos preventivos. Y no está mal que también para ésto sirva uno.  Hasta estaría requetebien si se piensa que no hay periodismo para bebés, enanos, gitanos, chuecos o longevos.

Los Octos (así llamo a quienes cruzamos los 80) no contamos con barras bravas ni portavoces que nos hagan oir. En nuestra defensa "somos peligro sumo": podemos irnos al suelo al menor esfuerzo equívoco. Y ya volcados en tierra (horizontal también el bastón) no servimos de nada.

Pero guay con nosotros si llegáramos a organizarnos. Si Altamira ascendió esponsoreado por un alcahuete de chismes de camastro ¿Por qué no intentar algún Octo en 2015, ser diputado por los octogenarios? Resulta que no somos una pavada: hay  350.000  octos. Esto sin contar Nonas y Centus, que aún menores en número sumarían sus bigs curriculums a una patriada de los Octos. Que para nada son lo que el lugar común propaga. Ni lentos señores que gorra con visera y manos detrás de la cintura recorren los barrios diciéndoles !buen día! a diarieros, porteros y todo suelto que se cruce. Ni solo jugadores de bochas en la plaza, de dominó/ajedrez en el café o de esconderse en los rincones de las casas de sus hijos para llamar la atención. Son 350.000 en los que descansa el futuro olvidado que ellos mismos soñaron cuando tenían 20 años y un mundo y un país a contramano.

En 1985, en una recepción en Tokio, llegué a ver (solo eso, me lo señalaron) al Octo más ejemplar del Japón. Un poeta amigo le llamaba "Mori, el sublime". Iba hacia sus 90, recto, alto y casi con igual traje gris, con el que inició su vida de constructor de viviendas. Desde joven el austero Mori vivió con su esposa en un departamento de 100 metros, yendo a pie a su oficina y llevando su vianda preferida (spaghettis con salsa de soja y algas) que comía fríos en su escritorio. Jamás recurrió al dios del Quini o del pachinko ni al salvataje módico de un  “póngame todo al 5 a la cabeza”. Doctorado en Economía y Comercio, fue profesor y llegó a ser rector. En 1980 Mori recibía por mes 2.000 millones de dólares de renta que le pagaban  las 1.300 empresas que ocupaban sus 82 rascacielos. Sus fabulosas obras benéficas eran incontables. ¡Y seguía viviendo en un piso de 100 metros cuadrados...!

Este hombre forrado en platino se confesaba "espiritualista" y deudor de Confucio, de quien había seguido (durante toda la vida) las nueve reglas para ser un gentilhombre. Son éstas: l/ El deseo de ver con claridad cuando se mira. 2/ El deseo de oir todos los detalles cuando se  escucha. 3/ El deseo de estar siempre sereno. 4/ El deseo de observar siempre una actitud respetuosa. 5/ El deseo de ser sincero en las palabras. 6/ El deseo de ser prudente en las obras. 7/ El deseo de investigar todo aquello que presente dudas. 8/ El deseo de recordar los problemas que genera la ira. Y 9/ El deseo de tener presentes los valores morales ante cualquier posibilidad de lucro.

Camino del 2015, no vendría mal una millonaria pegatina de afiches de Confucio de La Quiaca a Lapataia. Unos 40 millones. Y luego, esperar a que empollen. Puede que salga algo. En uno, en dos, en tres. Puede que con el tiempo, por iluminación, pasemos del actual confusionismo a un prístino confucianismo. La aventura es sencillísima: se toma un envión con la conciencia y se salta de la casilla de Menem o De Vido a la de Confucio. Es un "viaje" apasionante. Y el último juego social que nos queda. El  Juego de la Vida. ¿Usted señor?  ¿Señora usted? ¿Quién de nosotros empieza primero?.

--Está bien ¿Pero qué tiene que ver ésto con los Octos?

--Ah, no sé. Pero a los 40, asuntos así no se me ocurrían.


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