
Logro. Desde la recuperación de la democracia, ningún gobernante
se impuso por la fuerza.
Por Sergio Sinay (*)
¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a esto? Preguntas de este tipo son recurrentes entre argentinos en momentos de crisis económica, política y social o en períodos electorales. Formulados de esta manera, los interrogantes parecen referirse a maldiciones, catástrofes naturales, castigos divinos u otras penalidades que atormentan cíclicamente a un pueblo inocente y sufrido. Y dan la impresión de interpelar al cielo, a un misterioso oráculo, al destino, a alguna enigmática pitonisa. Es el tipo de preguntas que muestran como víctimas a quienes las hacen, que los presentan como ofrendas sacrificiales de oscuros rituales esotéricos. Como receptores de tormentos inmerecidos. Es, también, la clase de interrogantes que no encuentran respuestas asertivas, sino que se desvanecen en variadas interpretaciones. Quizá sea tiempo de cambiar esas preguntas por otras, como estas: ¿qué hicimos?, ¿por qué lo hicimos?
Lo que diferencia a un tipo de interrogantes de otro es la presencia de la responsabilidad. La victimización elude la responsabilidad. A la víctima “le hacen cosas” o “le pasan”. Es inocente. La responsabilidad, en cambio, es la acción por la cual se reconoce la autoría de un hecho, se asumen las consecuencias de este y se responde (de ahí la palabra responsabilidad) ante ellas. Desde hace 42 años, cuando se recuperó la democracia, ningún gobernante y ningún legislador vino de otro planeta, ninguno se impuso por la fuerza, ninguno “le pasó” a la sociedad. Fueron siempre elegidos, y a esta altura de la historia ya es innegable que los pueblos no tienen los gobernantes que se merecen (otra formulación que elude la responsabilidad), sino los que se les parecen. O, a la luz de los hechos, se podría decir que los pueblos eligen a aquellos que representan sus aspectos más oscuros, más negados, más reprimidos. La sombra de un pueblo, la zona más oscura y escondida del inconsciente colectivo, del que hablaba Carl Jung (padre de la psicología arquetípica), encarna en los dirigentes que elige. Y es la representación de la sombra individual de quienes ungen a esos candidatos. Los contenidos de la sombra (tanto en lo colectivo como en lo individual) son siempre negados y proyectados sobre otros. Así se construyen enemigos y así se termina, en este caso, deplorando a los gobernantes que antes se eligieron. Ahora se los designa como culpables de las penurias. Justamente ellos, los que fueron escogidos como mesías, como salvadores. ¿Qué nos pasó? ¿Cómo llegamos a esto? Aparecen los interrogantes que deslindan cualquier responsabilidad.
Acaso lo que pasó es que una y otra vez se votó mayoritariamente con la amígdala (el voto bronca, el voto castigo) o con el bolsillo (el voto oportunista, el voto que apunta al beneficio personal aun en plena catástrofe colectiva). Se votó mayoritariamente, una y otra vez, con pereza intelectual, huyendo de los desafíos del pensamiento crítico, de la evaluación de programas y candidatos. Se consideró “perdedores” de antemano a quienes ofrecieran alternativas diferentes, opciones no estereotipadas. Porque las más de las veces esas opciones existieron, pero no contaron en la mirada estrecha y utilitaria a la hora de las urnas. La responsabilidad existe, aunque no se la elija, y desertar de ella tiene consecuencias. Además, como sostenían el propio Jung y también Víktor Frankl (fundador de la logoterapia), lo que se llama responsabilidad colectiva no existe. Es la suma de responsabilidades individuales. Es decir, no hay escondite. Cuando se observa con detenimiento el curso de los acontecimientos, no aplica el “qué nos pasó” ni el “cómo llegamos a esto”. Es siempre lo que hicimos. Cómo elegimos.
(*) Escritor y periodista
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