jueves, 1 de mayo de 2025

Santiago Caputo, como un rey africano

 Por Roberto García

Utilizando el nombre “debate”, se acaba de realizar un torneo de presentaciones televisivas de 17 candidatos —nunca hubo tantos— para la competencia electoral del 18 de junio en Capital Federal en la que se elegirán concejales. O diputados legislativos, ampuloso nombre para darle más categoría a los ocupantes del Concejo Deliberante. Dos datos de esa incursión pública de postulantes, en su mayoría desconocidos: 40% de la población porteña no sabe que hay comicios el 18 y, los que saben, no distinguen lo que representan cada uno de ellos. Por ejemplo, buena parte de los consultados supone que Horacio Rodriguez Larreta encabeza la lista del PRO cuando su aparición reserva un solo propósito: destruir al PRO, en particular a Mauricio Macri. Seguramente esta confusión de los votantes quizás se aclare antes del día de la votación.

El acontecimiento capitalino ofrece una característica común a otras convocatorias electorales en el resto del país, incluyendo las de octubre: notable atomización y, quizás, baja participación (ya se advirtió en Santa Fe, en la que ganó el gobernador Maximiliano Pullaro y obtuvo casi 50% menos de su anterior triunfo). Al menos, se advierte falta de interés en un electorado que parece despreocupado de la política por dos razones: si baja la inflación —posibilidad cierta— y se conserva la ilusión del dólar barato en los próximos meses. Raro, pero efectivo. Para los críticos, el Gobierno hoy vive un estado de embriaguez con alegrantes oficialistas que hasta se entusiasman porque baja 4% el precio de la nafta en las estaciones de servicio y no reparan que, justamente, ese valor es consecuencia de una gravosa caída internacional del petróleo para el país: de los 12.500 millones de dólares calculados en exportaciones, esa cifra probablemente descienda a 8.000. No son monedas. Se elude mencionar la inevitable reticencia del sector para aplicar nuevas inversiones, sea por más producción o compra de títulos, hoy dispuesto a bajar equipos de perforación que a instalar otros nuevos. Difícil entender, entonces, el festejo doméstico del ministro Luis Caputo ante un pésimo vaticinio de pérdida de ingresos que también olvida el elocuente titular YPF, Horacio Marin, cuando recorre los estudios de TV pregonando su capacidad gerencial y el obsequio de mamelucos de la empresa para Javier Milei.

El muestreo de candidatos, vendido como debate, habilitó una novedad: en 48 horas hizo aparición pública Santiago Caputo, el oculto asesor presidencial, quien sin hablar se sentó en la celebración de una cena en un predio de la Costanera (Fundación Libertad), se saludó con adversarios como Mauricio Macri y, al otro día, también sin hablar y masticando chicle con intensidad adolescente, acompañó al postulante oficialista Manuel Adorni en la carrera de los 17 para la fecha del 18. Eligió ese acompañamiento en lugar de asistir al Congreso —deber que le endosó al sacrificado Guillermo Francos— para defender el trámite de la criptomoneda $Libra, que conoce mucho más que el jefe de Gabinete enviado a la parrilla. Alguien que, tal vez mal asesorado, sostuvo que la acción de Milei en el caso fue estrictamente particular, privada, habilitando con esa declaración a prescindir de cualquier inmunidad soberana. Ya se verá en el futuro si ese reconocimiento falso no tiene complicaciones judiciales más seria.

Prefirió Caputo ser solidario y amistoso con Adorni, quien nunca sospechó que tendría que afrontar una contingencia electoral como a la que ahora será sometido a mediados de junio. Indeseada, por otra parteCaputo quedó bien con Karina para diluir diferencias, con Milei, a quien se subordina, y con el vocero que nunca se inclinó a pie juntitos. Puso tierra sobre una diferencia en la que todos coincidían, habida cuenta de que el asesor estrella discrepaba y se oponía a la estrategia electoral del Gobierno en el país, que fue crítico y divisionista en Santa Fe, lo mismo en Capital, enfrentado entre otras razones a los organizadores: la hermana Milei y los dos Menem que la acompañan (Lule y Martín). La espuma de esa confrontación alcanzó tanta densidad la semana pasada que hizo temblar la unidad del triángulo de hierro con el mandatario y su hermana y, cuando más se imaginaba un estallido esta misma semana, hubo fumata repentina de paz. Algo ocurrió camino del foro y Caputo se resignó a integrarse en el coro a favor de Adorni. No le gustó. Aunque dicen que en la pugna finalmente perdió Karina.

Malhumorado, al revés de su presencia en la fiesta de la noche anterior con invitados de altos recursos, en la ocasión del debate cometió una vulgar acción de corte policial: molesto con los fotógrafos que lo siguen como a una diva de Hollywood —lugar en el que lo instaló Milei al afirmar que es el segundo hombre con más poder del Gobierno—, intentó con una mano tapar el objetivo de un trabajador del rubro y, al mismo tiempo, sacó su celular para fotografiar el rostro del chasirete y su tarjeta identificatoria. Como si después pudiera aplicarle una sanción. Parece que no se lo puede registrar ni mirar a los ojos, como a un rey africano. Justo él se vuelve intimidante cuando domina servicios de inteligencia, clanes, fondos y áreas clave del Gobierno. Penosa actitud que al menos exhibe dos flancos peligrosos: una personal, relativa a las estrofas populares de “puedo ser zapato, corbata o pantalón, también camisa o pañuelo, pero nunca un botón”; y, otra más institucional, revela el incordio infantil de la Casa Rosada con la nueva “lacra”, el periodismo, al que intenta combatir como policía del pensamiento, con laderos del mandatario que —entre otras estupideces— aconsejan a la sociedad evitar el acceso a la pantalla hogareña, la compra de diarios o la lectura de diversos ganapanes. Ya vivió la Argentina procesos de intolerancia, arrogantes, con juventudes maravillosas del peronismo (“La soberbia armada”, diría el discreto Pablo Giussani), la Junta Coordinadora radical, el camporismo o los fanáticos del PRO. Poco aportaron a la unidad y, hoy, es como si nunca se pudiera aprobar esa asignatura. Lamentable.

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