sábado, 11 de noviembre de 2023

Vienen por tus derechos

 Por Carlos Ares (*)

El perro, mediano, pelo largo, negro, manchas blancas, sentado en la vereda parece disfrutar del movimiento habitual en el barrio. Sólo se inquieta cuando pasa otro perro. 

Si alguien se le acerca, un vecino con algo para comer, un chico, se para, mueve la cola, se deja acariciar, pero no abandona su lugar junto a los pies descalzos del hombre que duerme sobre un colchón de goma espuma amarilla, tapado con una manta áspera, de lana azulada.

Pelo duro, corto, saco de traje, antiguo, azul oscuro quizá, casi negro, sin camisa, debajo lleva una camiseta de un blanco sucio, pantalón gris, amplio, manchado, sin cinturón, el hombre se asoma dos, tres veces al día, a los dos contenedores, rompe las bolsas de basura con la punta curva de una varilla de hierro oxidada. Se mete, separa restos, los saca, sale. Cuando un cartonero, una familia con pibes, para a revisar, retrocede unos pasos, espera a que terminen.

Poco después de amanecer alguien llena de agua y leche dos latas que hay junto al colchón. El perro se acerca, toma agua a lengüetazos. Huele la leche pero no la prueba. Cuando despierta, el hombre llena con leche un vasito chico, de plástico transparente. Bebe a sorbitos, como si le costara tragar. El perro termina con lo que queda. Deja la lata seca.

El perro hace dos rondas al día. De pronto se para, olfatea el aire, camina pegado a la pared, husmea los umbrales, levanta la pata, mea. Cuando el portero deje de regar la vereda del edificio contiguo, sigue, gira en dirección al cordón, mea la base de una columna de luz, caga en el cuadrado de tierra que rodea a uno de los árboles, regresa a su sitio. A media tarde otra vez, pero hacia el otro lado de la calle.

El hombre tiene pesadillas. Sus gritos de madrugada son largos, agónicos, terribles, como los de quien sufre un dolor insoportable. Durante el día permanece callado, se recuesta contra la pared, alza la mano, pide un cigarrillo con un gesto, no más. En las últimas noches de invierno, aterido, abrazándose, dando pasos cortos, se metió al contenedor. El perro se quedó afuera, mirando la tapa.

Una de esas noches, cuando ya los brazos mecánicos del camión recolector volcaban la basura del contenedor en la caja, el hombre saltó a tiempo. Cayó de costado desde unos tres metros, sin una queja. Se arrastró lentamente hasta el colchón. Desde entonces, el operario levanta la tapa, mira, antes de apretar el botón.

En Bariloche, hace un par de años, un hombre de 34 años murió aplastado. Su cuerpo apareció en los terrenos adonde se descarga la basura. En las imágenes de las cámaras se pudo ver el momento en que se metía en el contenedor. Este año, también en Bariloche, un hombre que dormía adentro murió al ser golpeado por la compactadora del camión. Se sabe de otros casos. El título se repite en los portales. “Desalojaron a un hombre que vivía dentro de un contenedor”. En La Plata, Paraná, Córdoba, Buenos Aires.

La semana pasada, muy temprano, aún no clareaba, una sirena corta aulló como un presagio. La niebla difuminaba las luces de la ambulancia detenida en doble fila. De la cabina bajó una mujer menuda, pantalón verde, el estetoscopio le colgaba encima de una campera gris que le daba músculo a sus brazos. Se acercó al colchón. Tomó el pulso del hombre en el cuello. Le tapó la cabeza. Hizo una seña. Dos enfermeros recogieron el cuerpo en una camilla.

Esa noche, calzado con zapatillas rotas, un hombre dormía bajo la misma manta en el colchón de goma espuma. A la mañana se sorprendió al ver la leche en la lata. No la tomó. Se acercó al perro, le pasó la mano por el lomo. El perro movió la cola. El hombre vende pañuelos de papel. Los ofrece a la salida del Coto, recorre los negocios. Deja sus paquetes en las mesas de los bares. Pide permiso para ir al baño. El perro camina a su lado, espera en la puerta. Un vecino preguntó por el nombre del perro. Nadie sabía. Tampoco el de este hombre, ni el del que se llevó la ambulancia.

Hace dos días pegaron un cartel en los contenedores. Enmarcado entre barras rojas, dice: “Dejá tu basura acá sólo de 19 a 21hs”. Anoche estaba tapado a la mitad por un afiche que advierte: “vienen por tus derechos”.

(*) Periodista

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