domingo, 4 de junio de 2023

El poder del despoder

 Por Gustavo González

Aleksandr Solzhenitsyn pasó su vida luchando contra el stalinismo y sufriendo sus consecuencias.

Por eso, en aquella Unión Soviética, su vida no valía nada. Permaneció once años preso y en campos de concentración y varias veces estuvo a punto morir, por hambre o por balas. Como lo único que le quedaba por perder era la vida, en el mientras tanto se dedicó a resistir intelectualmente. Fue durante esos años en los que se gestó lo mejor de una obra que lo llevaría a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1970. Cuatro años antes de ser desterrado de su patria.

Desde el exilio, el escritor se transformó en uno de los mayores críticos de la URSS hasta que, lo que había sido la segunda gran potencia mundial, cayó en 1989. Entonces regresó a su país, que lo designaría miembro de la Academia de Ciencias y lo reivindicaría hasta su muerte.

Hay que tener cuidado con el poder de los que perdieron todo.

Solzhenitsyn sabía de qué hablaba cuando decía: “Solo tienes poder sobre las personas mientras no les quites todo. Pero cuando les has robado todo, ya no están en tu poder, son nuevamente libres”.

La liberación de Alberto. Quienes en las últimas semanas frecuentaron a Alberto Fernández lo definen con una misma imagen: “Se lo nota liberado”. Es que cuando a un presidente se le quita el poder de ser reelecto, ya no hay mucho más que se le pueda quitar.

Durante su gestión, el del poder marcó el debate central entre quien fue la socia mayoritaria del oficialismo y quien resultó el elegido como jefe de Estado. Ella se sentía empoderada por su liderazgo sobre una mayoría de votantes. Él se sentía empoderado por estar convencido de que, si no hubiera encabezado la fórmula, solo con ella no se hubiera ganado; y porque, en definitiva, era él quien manejaba la lapicera presidencial.

Tres meses después de la elección, ese duelo incluso pareció desequilibrarse a favor del Presidente. Ocurrió durante los primeros meses de pandemia, cuando una amplia mayoría apoyaba lo que él y otros dirigentes como Larreta y Kicillof hacían en forma coordinada para enfrentar el covid.

A medida que pasaron los meses, el conflicto por el control del poder se hizo más explícito. La vicepresidenta percibió que su poder no alcanzaba para que su exsubordinado aplicara las medidas que ella pretendía. Lo que la obligó a levantar cada vez más el tono y a dar a conocer cartas públicas para exigir acatamiento. Fue cuando el cristinismo comenzó a llamar “okupa” a Alberto.

La historia es conocida. Quien parecía tener el control presionaba sin terminar de controlar. Y quien parecía el eslabón más débil resistía sin terminar de enfrentar a su exjefa.

El pico de ese duelo de poder tuvo lugar cuando Alberto mostró intenciones de ser reelecto y avisó que ya no toleraría el dedo decisor de Cristina. Desde el cristinismo arreciaron las críticas, por momentos más duras que las opositoras.

La tensión fue in crescendo hasta que el pasado 7 de marzo, el Presidente anunció que no sería candidato.

De pronto, Alberto Fernández dejó de ser el centro de las presiones. Se liberó de las económicas, que se enfocaron sobre Sergio Massa; y de las electorales, que volvieron a darle centralidad a Cristina Kirchner.

Ya sin la expectativa de una eventual reelección, enfrentado a su vice y a todo lo que ella representa, sin el manejo directo de la economía, este hombre hoy parece “liberado”. Quizás, por esa extraña sensación de libertad que mencionaba Solzhenitsyn y que sucede cuando a alguien se le quita todo.

Puede ser el riesgoso momento en que un político al que le quedan seis meses en la Rosada pretenda convertir ese desempoderamiento en una forma de poder. No uno capaz de volver el tiempo atrás, pero sí con la capacidad suficiente para dañar a unos y beneficiar a otros.

El regreso de Scioli. Hay otro hombre que está en una situación similar: Daniel Scioli. De vicepresidente y gobernador de la principal provincia a aparecer quinto en la lista de diputados en 2017, Scioli fue minuciosamente desempoderado hasta llegar a los comicios de 2019 sin participación alguna. Su amigo Alberto lo rescató como embajador en Brasil.

Ahora que el futuro que vislumbra es el de perder esa embajada y volver al llano, pretende ir a una interna para enfrentar el poder del cristinismo y del massismo. Sus cálculos le dicen que, a esta altura, tampoco él tiene mucho para perder.

Sin Alberto ni Cristina compitiendo, son Massa y él los mejor posicionados en las encuestas. Y si Massa no se presentara, es Scioli quien aparece por encima de Wado de Pedro, Agustín Rossi y Juan Grabois.

Claro que habrá que ver cuántos votos finalmente traccionaría Cristina sobre el hijo de la “generación diezmada” cuando las candidaturas estén firmes.

La amenaza de Scioli plantea un escenario de extremo riesgo para el cristinismo. Porque si él pierde, no pierde demasiado, y si le gana las PASO a un candidato ciento por ciento camporista, se posiciona con un futuro más promisorio dentro del peronismo. Mientras que el poder de la vicepresidenta y sus herederos quedaría notoriamente debilitado. Incluso más allá de que Scioli luego pierda la elección general. Aunque, en especial, si por esas vueltas del destino y del factor Milei, terminara triunfando en los comicios.

Todo puede cambiar antes del cierre de listas, pero el electoral fue uno de los temas centrales que se colaron en la intimidad de la gira a China de Massa y Máximo Kirchner. Casi a la par de la búsqueda de ayuda económica.

El jueves, el ministro de Economía se enteró de dos novedades. Una, que Tolosa Paz se postulaba para gobernadora bonaerense dentro de la lista de Scioli. Otra, que el propio De Pedro admitía que habría PASO. “Ok –explotó–, si quieren seguir jugando a cabecear con granadas, allá ellos”. Su segunda metáfora fue: “Nos van a contar como un montón de enanitos en el FdT; sigamos así, y nos van a ganar Juntos por el Cambio y Milei”.

Sin embargo, Massa mostró que está dispuesto a seguir dando la pelea por un candidato único, que sería el escenario en el cual aceptaría competir, según sus ávidos colaboradores: “No todos en esta comitiva piensan igual que Wado”, dijo apuntando a Máximo Kirchner. Mientras el diputado corría, literalmente, para escapar de las consultas periodísticas.

Amos y esclavos. Liberado de las presiones electorales, Alberto Fernández usará los seis meses que le quedan para explicar por qué, en iguales circunstancias nacionales e internacionales, ni Macri ni Cristina ni algún otro lo hubieran hecho mejor.

Pero no dejará de influir en lo que pueda para que los candidatos no camporistas demuestren (suponiendo que Scioli y Rossi se terminen presentando) que el poder absoluto de su vice sobre el peronismo llegó a su fin. Y, de paso, para seguir “defendiéndola” de quienes la acusan por corrupción, señalando que lo de ella solo fueron “graves descuidos éticos”.

Abraham Lincoln parafraseaba a un filósofo griego que no resultó tan célebre como él, diciendo que para probar el carácter de una persona habría que darle poder.

Parafraseando a Lincoln, se podría decir que para probar el carácter de alguien, en realidad habría que darle poder y después quitárselo. Creo que recién ahí se podría saber si la persona sucumbe o si es capaz de hallar en ese despoder alguna fortaleza.

En los duelos por el liderazgo de esta Argentina, ni en el oficialismo ni en la oposición está claro quiénes son hoy los amos del poder y quiénes sus esclavos.

Ni mucho menos, Hegel mediante, si el poder lo tienen los que se sienten sus dueños o si ya pertenece a sus esclavos.

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