jueves, 30 de marzo de 2023

Según va en la feria

 Street Traders in a Market
(Imagen/Wellcome Cllection)

Por David Toscana

En cierto pasaje de La Celestina, dice Melibea: “Bien conozco que hablas de la feria según te va en ella”. Para entonces el refrán era bastante antiguo, y aún hoy lo seguimos empleando. Tal parece que el primero en dejarlo por escrito fue el Marqués de Santillana en esta forma: “Cada uno dice de la feria como le va en ella”. Así lo recoge Covarrubias en su diccionario, en el que expone: “Feria es lo mismo que mercado, aunque incluye en sí gran concurso de gente y mercaderías”.

Sócrates visitó uno de tales mercados o ferias y dijo: “Cuántas cosas que no necesito”, y así, con su fama de sabio, hizo pasar algunas necedades por sabiduría. Más afín con la condición humana encuentro al obispo Antonio de Guevara, cuando allá en el siglo XVI, escribe en una carta: “Por esta feria veo en estas tiendas de burgaleses tantas cosas ricas y apacibles, que en mirarlas tomo gozo, y de no poderlas comprar tomo pena”.

Si ibas a la feria de Scarborough, te podían encargar savoury sage, rosemary, and thyme, o sea, salvia, romero y tomillo.

Covarrubias habla de la acepción “dar ferias”, que consiste en regalar a alguien algo de lo que se exhibe en los puestos del mercado, y nos cuenta que “suelen los galanes dar ferias a las damas, haciendo franca la tienda del mercader, a donde ellas llegan; y algunas son comedidas y toman mesuradamente. Otras son inconsideradas y codiciosas, que suelen dejar destruido al galán necio y pródigo”.

El diccionario de la RAE dice que en México y Nicaragua “feria” es “dinero menudo, cambio”. Ahí aciertan, pero falta el verbo, que no es “feriar” sino “ferear”.

A Sócrates no le fue muy bien en su última feria. Entre las muchas cosas que no necesitaba, se hallaba un pomo de cicuta con vago aspecto de mate argentino, y aunque muchos intentaron apartar de él ese cáliz, acabó bebiéndoselo por capricho o convicción u orgullo u obediencia, según se quiera ver.

Aquí vuelvo al proverbio de “Cada uno dice de la feria como le va en ella”.

Sócrates no dijo mucho. “Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así es que págalo y no lo descuides”, dijo y se murió. Pero Platón acabó por hablar mal de la democracia, pues, según cuentan varios de sus biógrafos, la culpaba de haber ejecutado a Sócrates. Me parece que este argumento le hace flaco favor a Platón como filósofo, pues antes que buscar la verdad, estaría buscando la justificación de un parecer, al estilo de Calderón de la Barca, cuando escribe: “Nada me parece justo en siendo contra mi gusto”.

Hay que ver que a Platón le fue peor con sus ideas del filósofo rey cuando quiso sembrar su doctrina en una Siracusa muy poco democrática. Lo cuenta Diódoro de Sicilia: “Dionisio lo invitó a su corte y al principio lo tuvo en la más alta consideración, viendo que se expresaba con la libertad propia de la filosofía; pero después, contrariado por alguna de sus afirmaciones, se enemistó completamente con él y lo hizo llevar al mercado y vender como esclavo por veinte minas. Pero los filósofos se pusieron de acuerdo para rescatarlo y lo devolvieron a Grecia, después de darle la amistosa advertencia de que el sabio debe frecuentar a los tiranos lo menos posible o tratarlos del modo más obsequioso posible”.

Veinte minas era un precio alto para un esclavo. Aunque Platón era hombre fuerte, no lo estaban ofertando para picar piedra en las canteras; quizás algún pudiente lo habría adquirido como preceptor de sus hijos. Se le puede imaginar en venta y encuerado en el mercado, y hubiese sido interesante que Platón pasara una temporada como esclavo. Sin embargo, bien estuvo que sus colegas lo rescataran.

Plutarco lo cuenta con más encanto. En su versión, Platón sí fue vendido. Dionisio habría pedido que lo mataran, pues pensaba que “como hombre justo que era, sería igualmente feliz aunque se convirtiera en esclavo”. Pero Platón no era estoico, y el hombre que recibió el encargo no lo mató sino que lo vendió “después de conducirlo a Egina, aprovechando que estaban los eginetas en guerra con los atenienses y que existía un decreto por el que cualquier ateniense apresado en Egina debía ser vendido”.

Me gusta más la versión de Diógenes Laercio, pues él cuenta que en Egina condenaron a Platón a muerte, “pero al comentar uno, si bien por bromas, que era un filósofo el que había desembarcado, lo indultaron” y “decidieron venderlo a la manera de los prisioneros de guerra”. Anicérides de Cirene que “por suerte se encontraba allí”, pagó las veinte minas de su rescate.

En Cirene había una escuela filosófica, pero ningún discípulo o maestro o político o personaje de esa ciudad habría de encontrar tanta celebridad como el que cuatrocientos años después también “por suerte se encontraba ahí”; no en Egina, sino en Jerusalén.

Volviendo al asunto: no fue la democracia la que condenó a muerte a Sócrates; fue sentenciado por un jurado de 501 ciudadanos atenienses, cuando se hallaba instaurado un régimen democrático. Muchos más morían y mueren sin juicio en las tiranías.

Son las democracias las que han promovido leyes para erradicar la pena de muerte. El prieto en el arroz son los Estados Unidos. Si el país de las barras y las estrellas aboliese tal aberración de sus leyes, ganaría cierto crédito cuando anda en plan de don Pomodoro reprobando los derechos humanos en otros países. Ahora me acuerdo de otro refrán que dice: “Justicia, mas no por mi casa”.

En lo que hoy no se distinguen democracias de tiranías es que ni en unas ni en otras podemos comprar un buen filósofo en el mercado.

© Letras Libres

0 comments :

Publicar un comentario