domingo, 5 de marzo de 2023

La grieta mata

 Por Gustavo González

En 1988 pude ingresar, de una forma poco ortodoxa y sin revelar mi condición de periodista, a un país tan atípico como Corea del Norte.

Todavía lo conducía el “querido-gran-líder-camarada-Kim Il Sung”, como se lo mencionaba obligadamente cada vez que se hacía referencia a él. Ídolo de la revolución y padre y abuelo de los presidentes que lo sucederían en el cargo en esa suerte de monarquía socialista.

Ese año se celebraron los 40 años de la revolución que lo había llevado al poder. Durante días, se realizaron actos que intentaban demostrar el éxito del modelo norcoreano, cuyo sustento teórico era la “Idea Zuche”, una relectura filosófica que Kim Il Sung había hecho sobre el marxismo. En la práctica, una suerte de stalinismo con acento oriental.

La ópera de Pionyang. Las manifestaciones callejeras de apoyo al gobierno se prepararon con meses de anticipación. Los cientos de miles que participaron en las calles saludaban con banderitas el paso de tropas, armamentos y carrozas conmemorativas.

Recuerdo la disciplina de aquellos miles de manifestantes, parados durante horas y formados a un metro de distancia cada uno. Portaban solo dos tipos de pancartas: las que mostraban la bandera de Corea del Norte y las que llevaban el rostro del querido gran líder.

En el evento principal, en el teatro central de Pionyang, se montó una ópera monumental que relataba la vida de Kim Il Sung y la épica de su revolución.

Era la segunda vez en pocos días que llegué a estar a pocos metros del máximo líder, que ya tenía 76 años. En ambas ocasiones noté algo evidente: un prominente tumor en el cuello que resaltaba sobre uno de los costados de su camisa blanca.

Imposible no identificarlo. Era igual al que poco tiempo atrás había derivado en el fallecimiento de mi padre.

En esa segunda ocasión, le pregunté al guía-custodio que tenía asignado, por esa prominencia y por la salud del presidente. Como su respuesta fue “el querido gran líder camarada Kim Il Sung no tiene nada y goza de una salud excepcional”, se lo pregunté una vez más por temor a no haber entendido. Sorprendido, me volvió a reiterar lo mismo.

Que fue la misma contestación que obtuve de otros norcoreanos que aparentaban franqueza y espontaneidad. Salvo yo y los extranjeros que estuvimos ahí, nadie más parecía ver nada extraño en ese cuello.

Kim Il Sung moriría seis años después. La causa oficial de defunción fue un paro cardíaco. Nunca se informó que padeciera cáncer, y a mí siempre me quedó la duda sobe lo que vemos y lo que queremos ver.

Espejos invertidos. Hoy, por momentos, tengo la misma incertidumbre. ¿Unos ven y otros no quieren ver? ¿Quiénes están en lo cierto y quiénes recrean visiones funcionales a sus temores, intereses y prejuicios?

¿Existirá de verdad esto que algunos vemos y se parece a una hendija oscura y profunda que atraviesa a la sociedad desde hace casi tres lustros? ¿Lo que separa física y emocionalmente a las personas, en un abismo que no hay puente capaz de atravesar, es una grieta que parte a la sociedad?

¿O no? O es como sostienen otros que lo único que ven es una línea que separa a los delincuentes de la gente honesta. Que no hay dos lados, que los que están enfrente no son políticos y ciudadanos que piensan distinto, sino simples corruptos que pretenden defender y acrecentar sus negocios.

El problema adicional es que, incluso entre quienes argumentan eso, no todos ven lo mismo.

Ambos perciben un “otro” convertido en sujeto delincuencial. Pero mientras unos ven una asociación ilícita presidida por Cristina, otros ven el club de amigos y familiares de Macri que intenta volver a hacer negociados con el Estado.

Ninguno se reconoce como ese sector señalado por beneficiarse a costa de dañar a la mayoría. Al contrario, cada uno se autopercibe parte de la mayoría dañada.

Messi bien vale otra grieta. A riesgo de ver tumores en cuellos que no los tienen, creo que cada nuevo día de esta campaña electoral que avanza sin haber comenzado, surgen nuevas evidencias sobre la existencia de esto que llamamos grieta, polarización extrema, ruptura del contrato social. Este cerco electrificado que fulmina cualquier intento de acercamiento, de moderación, de duda. Cualquier idea que no sea la propia.

El discurso de apertura de sesiones del Presidente en el Congreso, el de Rodríguez Larreta en la Ciudad, el atentado al supermercado de los Messi y la inseguridad en Rosario, el corte de luz en medio país. Cada debate es un calco del anterior: todo lo que unos digan será repudiado por los otros. No habrá un pasaje en los discursos de Fernández ni del jefe porteño que deba ser rescatado, un dato que todos validen, un punto mínimo de coincidencia, un tema que al menos dé para tomar un café.

Esa incapacidad es la misma que impide analizar, entre los especialistas de los distintos espacios, alternativas frente a la violencia narco y la inseguridad. Y es la misma actitud que tiene paralizado al Congreso y que transmite permanente inseguridad a los actores económicos de cualquier tamaño, nacionales y extranjeros.

Como me pasó en Pionyang, me cuesta creer que no se vea semejante anormalidad.

Adicionalmente, entre los que reconocen que algo se ve mal, están los que piensan que es un error prestarle demasiada atención ya que la sociedad tiene preocupaciones más acuciantes, como la inflación. Olvidan que los dos procesos antiinflacionarios más exitosos, el de la convertibilidad y el de Kirchner-Lavagna, se sustentaron sobre cierto consenso social. Un compromiso tácito de no-boicot que fue respetado por los distintos sectores políticos.

Y están los que también perciben la grieta, pero creen que es el otro quien la produjo. Sin darse cuenta de que, día a día, agresión por agresión, cerrazón por cerrazón, son el espejo invertido que prueba la existencia de una enfermedad compartida.

Tragicomedia. El país está trabado. Económica, política y socialmente. Lo que impide aprovechar al máximo su potencia energética, minera, agroindustrial y tecnológica. O poner en valor los 40 años de democracia que se cumplirán el 10 de diciembre. Sería fácil encontrar allí puntos de unión: la reivindicación democrática, el repudio a toda violencia política, la libertad de expresión, el respeto por las minorías.

Cada día de campaña que pasa, la grieta se parece más a una tragicomedia protagonizada por malos actores y un guion previsible.

Y detrás de cada día que se pierde, hay vidas que se pierden o que pierden la oportunidad de vivir mejor.

No, no creo que sea una ilusión óptica. Ni sé lo que dirá luego el parte médico oficial.

Lo que veo es un tumor que nos está matando.

© Perfil.com

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