lunes, 6 de febrero de 2023

Tres acusaciones de Cristina contra Alberto

 Por Gustavo González

Hace tiempo que las relaciones de Cristina y Máximo Kirchner con Alberto Fernández dejaron de ser buenas. A medida que se acercan las elecciones se ponen peores.

Solo en los últimos días se conocieron las críticas de Wado de Pedro por no haber sido invitado a una reunión de Lula con entidades de derechos humanos (Estela de Carlotto asumió luego esa responsabilidad). Le respondieron los ministros Aníbal Fernández y Victoria Tolosa Paz invitándolo a renunciar al gabinete. 

El “Cuervo” Larroque afirmó que el Presidente no le dio la debida gravedad al atentado contra Cristina. Y Máximo sumó múltiples acusaciones: no haber cuidado a la coalición oficialista, no decirle la verdad a la sociedad sobre las consecuencias del acuerdo con el FMI, negarse a abrir una mesa política y haber perdido las elecciones de 2021 por la caída del poder adquisitivo que ocasionó su plan económico.

Puertas adentro, madre e hijo ya hallaron culpable al Presidente de la Nación de tres acusaciones principales:

1) Incumplir el compromiso de aplicar la línea política y económica que emanara de la socia mayoritaria.

2) Aceptar las imposiciones del Fondo Monetario firmando un acuerdo perjudicial e imposible de cumplir.

3) No haber generado las “condiciones políticas” que promovieran la inocencia de la jefa del espacio en las causas del “lawfare”.

Por tales hechos, Alberto Fernández fue condenado a la pena de destierro por el delito de “traición a Cristina”, asimilable al cargo de traición a la Patria en el derecho romano.

Ese el objetivo en marcha: desterrarlo de cualquier posibilidad de reelección y hacerlo responsable de la eventual derrota de quien fuera el candidato oficialista.

Una por una. La primera de las acusaciones apareció a poco de iniciar el mandato, cuando las delicadezas personales de Martín Guzmán con CFK (visitas continuas, máxima devoción al referirse a ella) ya no alcanzaron para disimular una concepción económica más ortodoxa de la que se esperaba de él.

Fue un malentendido de origen en la relación entre Cristina y Alberto. Un malentendido consentido. Porque ambos acordaron la integración de la fórmula presidencial sin abrir una discusión a fondo sobre el modelo económico a aplicar. No fue un olvido, sino la pragmática necesidad de privilegiar el triunfo por sobre un debate que podría haber derivado en una prematura ruptura.

Hoy se reconoce que, detrás de la elección de Guzmán como ministro (aceptada por Cristina), prevaleció el supuesto de que el padrinazgo de Joseph Stiglitz garantizaría la aplicación de un plan neokeynesiano que luego no habría tenido lugar.

La segunda acusación está ligada a la primera. Sostiene que Guzmán directamente les mintió durante toda la negociación con el Fondo, jurando que el acuerdo contemplaría la eliminación de las sobretasas y que las condiciones de pago serían más flexibles. Pero el acusado de última instancia fue el Presidente, por aceptar el acuerdo en lugar de negociar políticamente mejores condiciones: “Si el inédito préstamo que el FMI le dio a Macri fue político, entonces su resolución también debió serlo”.

La tercera acusación es la más lacerante para los cristinistas. Están convencidos de que, en la Argentina, quien ejerce el Ejecutivo tiene una influencia determinante sobre los otros poderes. Y que el Presidente no ejerció esa influencia lo suficiente como para frenar el “lawfare”. “Hace como que..., pero es para la tribuna, no hace nada que beneficie a Cristina”, era y es la crítica dolorida.

El acusado niega todo. No solo lo niega, sino que empezó a mostrarse en estado de rebeldía frente a su histórico acusador. Ahora, por momentos, es él quien acusa.

Por ejemplo, el albertismo pasó de estar en la mira por usar el off the record para atacar al cristinismo, a usar el on the record para defender al Presidente y criticar abiertamente a los seguidores de la vicepresidenta. Estos, en sentido contrario, hoy recurren al método del off, como fue la gacetilla informal del Ministerio de Interior sobre la ofensa a De Pedro.

Más allá de las respuestas puntuales a cada acusación, hay una general que describe “el suplicio” albertista de convivir con ese sector interno: “Nos volvieron locos estos años. Parecen más opositores que la propia oposición”.

El “nos volvieron locos” se refiere a las célebres cartas y ataques públicos de la vicepresidenta en contra de su propio gobierno, a la renuncia de su hijo a la jefatura de la bancada oficialista y a los reclamos privados de Cristina y las continuas críticas públicas de los máximos referentes de La Cámpora.

También hablan de supuestas operaciones de prensa a través de medios cercanos al oficialismo: “Nos castigan igual los medios que se dicen oficialistas que los opositores. Como pasó esta semana”.

Lo que pasó esta semana, según el albertismo, fueron dos operaciones cristinistas de las que se hicieron eco periodistas de un lado y del otro de la grieta.

Una habría sido que AF, siendo titular del Partido Justicialista, no fue invitado a la cumbre del peronismo bonaerense en Merlo. En el Gobierno aseguran que sí lo fue y que, al decidir no ir, les pidió a tres de sus ministros (Tolosa Paz, Katopodis y Maggiotti) que lo hicieran por él. La ministra de Desarrollo Social puso una excusa para no ir, pero sí fueron el de Obras Públicas y el de Hábitat.

La otra “operación” habría sido la de mostrar al Presidente cediendo ante la exigencia de llamar a una mesa política a todos los miembros de la coalición. En realidad, el Gobierno dejó trascender en noviembre (salió publicado) que este año convocaría a una mesa electoral con el fin de negociar una estrategia en común y ratificar su plan de elecciones internas. Que es la mesa electoral que se concretaría en las próximas semanas.

Combatir a los combativos. Sin embargo, las noticias de uno y otro lado tradujeron en sus títulos que Fernández aceptaba convocar finalmente a la mesa política de gobernabilidad que el cristinismo le exigía. Como muestra de su debilidad y anticipo de que bajaría su candidatura.

Pero, al menos por ahora, la Casa Rosada sigue sin convocar a una mesa política que influya y haga el contralor de la gestión.

En verdad, y como suele suceder, nadie sabe lo que pasará mañana.

Tampoco lo saben el Presidente y su vice.

Aunque es cierto que desde el anuncio de Cristina de no competir en las presidenciales, la falta de un candidato tan fuerte que la represente parece incentivar en el albertismo un novedoso espíritu confrontativo frente a sus combativos socios.

En ese sentido insisten en el supuesto acuerdo al que habrían llegado con Massa y que se contó el domingo pasado en esta columna, por el cual quien esté mejor posicionado a la hora de las PASO recibiría el apoyo del otro: “Si es que Sergio al final decide competir –aclaran–, pero Alberto haría lo mismo con quien esté en mejor condición para impedir que el macrismo vuelva al poder”.

El plan completo promueve que quien compita en esas PASO sea un peronista moderado que venza a un representante de Cristina.

En cualquier caso, todas serán ensoñaciones políticas si el Gobierno no consigue aproximar la inflación anual a algo parecido al 53,8% que recibió de Macri.

Si no lo logra, estas denuncias cruzadas entre acusados y acusadores apenas serán el prólogo de la derrota.

Después, ya tendrán tiempo de juzgarse mutuamente para determinar quiénes fueron los verdaderos culpables. Y quiénes las víctimas con chances de resurrección.

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