sábado, 18 de febrero de 2023

Tácito ya nació en Palacagüina

Daniel Ortega se infamó aún más esta semana, fantaseando 
con que la nacionalidad es un documento que se puede 
borrar. Se equivoca.


Por David Toscana

Allá cuando Pushkin tenía dieciocho años, tuvo también la estatura para escribir una oda titulada “Libertad”. Sus versos invocan a la musa de la libertad, recuerdan que un gobierno debe ajustarse a la ley, dicen cosas como “Tiemblen, tiranos del mundo” o señalan desprecio hacia el poderoso opresor: “Repudio tu trono, te repudio a ti”, y continúa con un poético ajuste de cuentas: “Miro tu perdición, la de tus hijos, con ojos cargados de odio y júbilo”, y luego: “Eres tizne del mundo, bochorno de la naturaleza”.

La última estrofa dice en buen verso lo que pongo en regular prosa: “Métete en la cabeza, oh dictador, que ningún castigo ni recompensa, ningún calabozo ni altar, te servirá de barricada. La primera cabeza inclinada ha de ser la tuya delante de la ley.”

Semejantes versos son tan verdaderos que el zar Alejandro I hizo a Pushkin pagar con el destierro, y el poeta no pudo volver sino hasta después de la muerte del zar. Por aquellos días, la censura había extirpado la palabra “revolución” de cualquier medio impreso, de modo que ni los astrónomos podían mencionarla, y se había vetado la historia de Francia por ciertos eventos ocurridos a partir de 1789. La prensa llevaba retraso en sus noticias porque cada nota debía ser examinada por la censura oficial.

Al final, Pushkin es el padre de las letras rusas. Su exilio es una mancha eterna para Alejandro I.

El presente es vulgar, la historia es sublime. El presente se deja seducir por el poder; la historia, por la grandeza.

Por eso han pasado al salón de la deshonra quienes condenaron a Sócrates. Por eso hoy se levanta la estatua vengadora de Giordano Bruno en el sitio donde lo ejecutaron. Federico García Lorca canta con estruendo mayor al de las armas que lo asesinaron. Séneca es un clásico; Nerón, un clásico villano. Boecio nos ha consolado durante siglos con la filosofía, mientras que Teodorico, su verdugo, no halló consuelo alguno y, como dice el historiador Thomas Hodgkin: “Toda posibilidad de paz entre Teodorico y su noble y sincero espíritu se dio por terminada, y no le restó sino morir entre la desdicha y el remordimiento”.

Sobre la magnitud de la historia delante del presente escribió Chateaubriand: “Cuando todo tiembla ante el tirano, y cuando resulta tan peligroso ganarse el favor como hacerse merecedor de su castigo, aparece el historiador, encargado de vengar a los pueblos. En vano Nerón prospera, pues ya Tácito ha nacido en el imperio”.

A los zalameros de un dictador, por interés o por cobardía, Solzhenitsyn les dijo: “Llegará el día en que dirán que no dijeron lo que dijeron”. Tomen nota los no tan excelentísimos embajadores que dejaron de representar a un país para representar a un jefe.

Daniel Ortega se infamó aún más esta semana, fantaseando con que la nacionalidad es un papel firmado por él, un documento que se puede borrar. No, dictador, te equivocas otra vez porque tus rencores ya no dan más que para errores. Lo dijo Sergio Ramírez con dignidad irrompible: “Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo” y, si tus sentidos, Daniel, perciben algo más que tu sombra, verás que hay mucha más Nicaragua en estos versos de Gioconda Belli que en toda tu panfletaria lengua:

y te amo patria de mis sueños y mis penas

y te llevo conmigo para lavarte las manchas en secreto

y susurrarte esperanzas

y prometerte curas y encantos que te salven

Hace tiempo que corre el tiempo en Nicaragua. Tácito ya nació en Palacagüina. Ya los lamedores que hoy defienden el destierro de otros tienen reservados sus pasajes de salida. Ya los timoratos están barajando sus excusas. Ya los aduladores del tirano compraron su diccionario de antónimos. Ya el desgraciado parche de tierra que recibirá los restos de Daniel Ortega se va volviendo lodo. Y en cualquier otro sitio de la tierra nicaragüense, ya va creciendo el laurel que habrá de enaltecer a Gioconda y Sergio.

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