sábado, 4 de febrero de 2023

El intocable ministro opositor

 Por Pablo Mendelevich

Si uno entra al sitio de internet del Partido Justicialista lo primero que encuentra no son las Veinte Verdades peronistas ni una frase de Perón ni una arenga de Evita sino, en tipografía destacada, un apotegma de Néstor Kirchner: “No pasarán a la historia aquellos que especulen sino los que más se la jueguen”.

Desde hace casi dos años la máxima autoridad del PJ es Alberto Fernández, lo que lleva a la sospecha de que, o bien por falta de tiempo él no controla los contenidos digitales, o bien hizo poner esa frase para darse coraje. Porque muchas personas piensan que entre los que más se la juegan el Presidente no descuella. Por ejemplo, su ministro “político”, el cristinista Eduardo de Pedro.

De Pedro viene de calcular (de especular, habría dicho Kirchner) que si fustiga en público al Presidente no se arriesga a perder el puesto. Contra lo que cualquier apegado a la lógica de las jerarquías pensaría, su cálculo se probó certero. Él sigue ahí. Ya se había dado cuenta de que podía intrigar gratis en septiembre de 2021, cuando Cristina Kirchner lo mandó a amotinarse y revolearle la renuncia a Alberto Fernández, quien no se animó a aceptársela. De calibrar corajes ajenos la líder sabe.

Ahora, para atacar al Presidente a través de los medios, cosa que ningún presidente estándar toleraría, De Pedro argumentó que se había sentido excluido porque no lo habían invitado a una reunión. Pero capituló sin mosquearse. Igual que la contraparte, en teoría su superior y empleador: solo se le pidió al ministro (a través de terceros) que tuiteara algo que sonara a “aquí no pasó nada”. De Pedro reflexionó y se le ocurrió la idea de deschavar sin rodeos a los dos culpables del “revuelo mediático”: los medios y Macri.

Habrá quien diga que al haber denunciado mediante un off the record a su superior por “no tener códigos” De Pedro se la jugó, pero su causa no luce ética, mucho menos revolucionaria. Ni siquiera exhibe un propósito político comprensible para el común de los mortales, aparte del deporte kirchnerista de empujar a un presidente débil a ensanchar su debilidad.

Es bastante poco común que la tarea de desgastar a un gobierno esté a cargo del ministro del Interior. De hecho, nunca antes había ocurrido. La enemistad manifiesta entre presidentes y vicepresidentes, un vínculo distinto no solo por la potencialidad sucesoria sino porque ambos llegan merced a los mismos votos, sí tiene antecedentes. Que empezaron con la fórmula Quintana-Figueroa Alcorta debido a un episodio novelesco.

Durante la Revolución de 1905, Figueroa Alcorta fue secuestrado en Córdoba y los secuestradores le obligaron a decirle al presidente por telégrafo que si no renunciaba se quedaba sin vicepresidente. Quintana ni se inmutó. Tampoco se concretó la amenaza de ajusticiamiento. Lo único que padeció el sobreviviente Figueroa Alcorta después del secuestro fue una campaña de desprestigio organizada por el presidente, quien al año siguiente murió y fue sucedido –las vueltas del destino– por ese segundo al que despreciaba.

Hubo luego otras graves desavenencias en las fórmulas Ortíz-Castillo, Frondizi-Gómez, De la Rua-Chacho Álvarez y Cristina Kirchner-Cobos. La novedad en el caso de los Fernández consiste en que el Presidente se somete al poder de una vicepresidenta políticamente superior. Además, en esta era nadie renuncia (salvo que la vicepresidenta quiera sacrificar ministros albertistas) ni rompe. Unos no “se la juegan”. Los otros no sueltan las cajas del Estado.

Petrificado en el Gabinete, De Pedro tiene la misión de prepararse para ser el candidato a presidente ungido por Cristina Kirchner. No es cierto que haya con Fernández una rivalidad originada en sendas precandidaturas presidenciales. Las insurrecciones del ministro se deben a órdenes de arriba preliminares.

El Presidente y la vicepresidenta no se hablan. Ahora hay más: en los 168 años que tiene el Ministerio del Interior, esta es la primera vez que el presidente y el ministro del Interior tampoco se hablan.

Varios antecesores ya habían hecho historia, pero validos de otra clase de singularidades. El primer ministro del Interior Benjamín Gorostiaga, por ejemplo, fue uno de los principales autores de la Constitución del 53. Derqui (presidencia Urquiza) y el ya recordado Quintana (Luis Sáenz Peña) llegaron después a presidentes, y Sarmiento y Roca fueron nombrados ministros del Interior luego de haber gobernado el país (con Avellaneda y con Pellegrini).

Hubo ministros fundamentales, como Dalmacio Vélez Sarfield, autor del Código Civil que rigió hasta 2015, o Indalecio Gómez, materia gris de la ley que impuso el sufragio universal, secreto y obligatorio. Ministros efímeros recordados por un discurso, como Esteban Righi, el de Cámpora. Uno de un gobierno militar que llevó adelante la reforma constitucional cuyos instrumentos rigen la democracia actual, Mor Roig, asesinado por los Montoneros. O Tróccoli, radical balbinista como Mor Roig, que tuvo un papel importante en la reinstauración de la democracia y en la constitución de la Conadep, y a quien la película Argentina 1985 recorta con posturas promilitares.

En cuanto al legado que dejará Eduardo De Pedro, algo adelantó Máximo Kirchner hace una semana: “Es muy importante el laburo que ha hecho Wado en el ministerio del Interior, planificando y desarrollando junto a gobernadores un banco de proyectos”.

© La Nación

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