miércoles, 11 de enero de 2023

Palazos en la sombra

 Meme. Se lo compara a Albert Einstein por los dichos y situaciones
del presidente Alberto Fernández.

Por Sergio Sinay (*)

Uno de los tantos memes que el presidente nominal de la Nación inspira incesantemente con sus erráticas andanzas, mostraba en estos días a Albert Einstein como padre de la ley de la relatividad y a Alberto Fernández como el padre de la relatividad de la ley. Como planteara Sigmund Freud en 1905, en su obra El chiste y su relación con el inconsciente, detrás de aquello que nos causa gracia y de lo cual nos reímos hay motivaciones profundas y aspectos de la realidad que no suelen advertirse a simple vista. 

Sostenía el padre del psicoanálisis que hay dos tipos de chiste, el ingenuo y el tendencioso. El primero no va más allá del impacto superficial y pasa por ser una prueba de ingenio. El segundo, que incluye la sátira, la ironía y la ridiculización, es, ante todo, una manera de transgredir normas, mandatos, hábitos instalados, creencias, de liberar impulsos y emociones reprimidas y de vulnerar opresiones que pueden ir de lo sexual a lo político. Es una forma de manifestarse frente a temas o figuras que se suponen intocables. Dirigido a un personaje que ostenta poder es una manera de demostrarle la hostilidad que se siente hacia él, y, cuando trasciende el plano individual para convertirse en un chiste que circula y se reproduce socialmente, expresa el ánimo contenido de la colectividad que se lo apropia y lo festeja. A juzgar por la cantidad de chistes que lo tienen como protagonista (no solo a él, también a su mandataria, la vicepresidenta), los continuos dislates de Fernández, sus resbalones discursivos, la facilidad para afirmar y negar hechos y conceptos (lo que podría convertirlo también en padre del oxímoron, figura literaria que consiste en la contradicción de los términos), el prometer e incumplir, afirmar sin fundamentar o contravenir las disposiciones que él mismo dicta, podría ser un claro indicio de la reacción que genera en una porción significativa de la sociedad y de lo que esta siente y piensa ante él.

Sin embargo, habría que ver si presentar a Fernández (y de paso, a su jefa) como padre de la relatividad de la ley es finalmente un chiste. “Todo chiste, en el fondo, encubre una verdad”, afirmaba Freud. En este caso, esa verdad está a la vista. Mientras gusta proclamarse reiteradamente como profesor de Derecho, el presidente nominal suele despreciar reiteradamente lo que la ley manda, e incluso se le ha dado en las últimas semanas por cuestionar principios básicos de la ley fundamental de la Nación, la Constitución, como la división de poderes y la sujeción a las disposiciones de la Justicia. Los estudios sobre vínculos humanos muestran una y otra vez que el amor no se compra, en primer lugar, porque no se vende. Quien compra o vende amor o aceptación está participando, consciente o inconscientemente, de una transacción y no de una relación afectiva. Buena parte de los dislates presidenciales parecen responder a la patética y estéril búsqueda de aceptación y afecto de parte de alguien que, pese a haberlo elegido para el papel que desempeña de manera poco eficiente, hoy da muestras de despreciarlo o, en el mejor de los casos, ignorarlo.

Podría tratarse solo de un caso de estudio psicológico si no fuera porque en alguno de sus últimos alzamientos antirrepublicanos, Fernández no hubiera contado con la complicidad de una decena de esos señores feudales que formalmente se presentan como gobernadores y que mantienen a sus provincias en condiciones de retraso, pobreza e inopia indignas de este país y de este siglo mientras cuestionan el cumplimiento de la ley. Más allá de que sus ocurrencias enfrenten un cúmulo de obstáculos legales que les impidan finalmente concretarse, toda esta esta puesta en escena convierte una vez más a intrigas y componendas facciosas en cuestiones que desgastan la paciencia, la energía, la esperanza y los recursos intelectuales y materiales de un país que avanza siempre en la oscuridad, sin una orientación inspiradora. De los dos nombres del meme uno corresponde a un genio que permanece en la memoria de la humanidad, el otro al de alguien que, una vez cumplido su mandato, acaso ya no genere ni chistes.

(*) Escritor y periodista

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