martes, 24 de enero de 2023

Estatura mínima

Para excusar cualquier gusto, se dice que “en gustos se 
rompen géneros” o “de gustos no hay nada escrito”. 
Pero al respecto se ha escrito mucho.

 La fuente de Manneken-Pis, Bruselas, en un grabado de 1697.
(Via Wikimedia Commons)

Por David Toscana                                     

El Quijote de Avellaneda es lectura interesante para quienes amamos el de Cervantes y lleva algunos pasajes de mérito. Sin embargo, tiene abundantes tropiezos desafortunados, alcanzando en el capítulo XXIII el pináculo del mal gusto. 

Sancho Panza narra así uno de sus infelices lances:

…acudió otro a las asentaderas con una coz tal, que toda la ventosidad que había de salir por allí, me la hizo salir por arriba, envuelta en un regüeldo que, según dijo él mismo, olía a rábano serenado; y no hube bien levantado la cabeza, cuando comenzó a llover sobre mí tanta multitud de gargajos, que si no fuera porque sé nadar como Leandro y Nero… Pero un cararrelamido, que parece que aún agora me le veo delante, me arrojó tan diestramente un moco verde, que le debía tener represado de tres días, según estaba de cuajado, que me tapó de suerte este ojo derecho…

Cuando el verdadero Quijote marcha con la pluma de Cervantes, Sancho Panza se topa con ciertos apremios fisiológicos, pero se resuelven con donaire. En vez de ser explícito con los procesos intestinales, leemos que a Sancho “le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él”. Luego el narrador se mete en terreno peligroso hablando de los rumores y vahos que tal acto provoca, y desemboca en la frase que el caballero dirige a su escudero: “Ahora más que nunca hueles y no a ámbar”.

Para excusar cualquier gusto, se dice que “en gustos se rompen géneros” o “de gustos no hay nada escrito”. Pero al respecto se escribe mucho.

Calderón de la Barca tiene una obra titulada Gustos y disgustos son no más que imaginación, que se ocupa más de gustos amorosos que de los artísticos, salvo al final, cuando solicita benevolencia del público:

La comedia, imaginad,
Si os dio disgusto, que os dio
Gusto; y con esto dirá
Agradecido el autor
Que el gusto y disgusto
Desta vida son
No más que una leve
Imaginación.

La comedia de Calderón me dio gusto, pero cuando leo una mala novela no puedo pensar que mi disgusto es una leve imaginación. Hay gustos buenos y malos, a pesar de que esto no lo reconozcan quienes tienen mal gusto.

Manuel Bretón de los Herreros escribe al respecto unos versos:

«Gustos y disgustos son
no más que imaginación.»
Bien; pero hay gustos muy malos;
gustos que merecen palos,
y perdone Calderón.
Yo, que al mirarlos me irrito
contra ellos alzo el grito
aunque desmienta soberbio
aquel antiguo proverbio:
De gustos no hay nada escrito.

Podemos comparar el buen gusto y el malo al leer algún texto añejo que se pretende modernizar; por ejemplo en cierta edición de la Biblia en “lenguaje actual”. Así, en Génesis 4:1 de Reina-Valera, leemos: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: Por voluntad de Jehová he adquirido varón”. En cambio, la Biblia actualizada presenta este pecado mortal: “El hombre tuvo relaciones sexuales con su mujer Eva, y ella quedó embarazada y tuvo un hijo. Lo llamó Caín porque dijo: ¡Gracias a Dios he tenido un varoncito!”.

Proverbios 26:14, que en Reina-Valera dice: “Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama”, deja de ser proverbio en esa Biblia modernizada para convertirse en un chiste digno del Simpatías: “¿En qué se parece el perezoso a la puerta? ¡En que los dos se mueven, pero ninguno avanza!”.

La versión bíblica del “varoncito” es calamitosa, sin importar que a muchos les guste más, pues el buen gusto no suele ser lo más popular. Nietzsche dijo que los malos escritores siempre serán necesarios, pues alimentan a los lectores de gusto subdesarrollado. Tirso de Molina le llamaba al teatro, supongo que al buen teatro, “manjar de diversos precios, que mata de hambre a los necios y satisface a los sabios”.

Horacio escribió que le gustaría ser uno de esos escritores tan pagados de sí, para no darse cuenta de lo mal que escribe. Palabras que, por supuesto, son para punzar a aquellos escritores, no a sí mismo.

Volviendo al Quijote de Avellaneda, ahora que lo releí, me di cuenta de que los pasajes más meritorios se hallan ahí donde mayor esfuerzo se nota por imitar a Cervantes. En cambio, donde más pone de sus propias entrañas, Avellaneda se revela como un ser de alma pobre. Doy solo un ejemplo más. “La mujer era tal, que pasaba de los cincuenta, y tras de tener bellaquísima cara, tenía un rasguño de a jeme en el carrillo derecho… las tetas, que descubría entre la sucia camisa y faldequín, eran negras y arrugadas, pero tan largas y flacas, que le colgaban dos palmos.”

A lo largo de la novela, Avellaneda luce más erudito pero menos sabio que Cervantes. Se nota mejor acomodado pero menos refinado que Cervantes. Cervantes era caballero andante, caballero de letras y caballero. Tenía una estatura humana que Avellaneda nunca alcanzó. Ni Avellaneda ni nadie. ¿Cuál será la estatura mínima que se debe alcanzar antes de tomar la pluma?

© Letras Libres

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