jueves, 1 de diciembre de 2022

Planes para pobres y para ricos

 Cargos. Leandro Santoro se quejó que no fue tenido en cuenta
por el presidente Fernández. (Foto/NA)

Por Sergio Sinay (*)

Con una mezcla de pensamiento políticamente correcto y doblez se suele hablar de ellos como paliativos para la catástrofe social en que la pobreza y la indigencia sumen al país. Y aunque en lo aparente cumplan esa función, los planes sociales se piensan desde el poder, y así se usan, como pilares del clientelismo, herramientas de captación y control para punteros oficialistas o ingresos extras para miles de oportunistas que, como acaba de quedar demostrado a través de cifras emitidas desde el Gobierno, los cobran, aunque posean sólidos patrimonios.

Cuando se naturalizan y se hacen crónicos, los planes, que son válidos como recursos de emergencia para situaciones extraordinarias, pierden su esencia humanitaria y solidaria y se potencian todos los aspectos tóxicos y perversos mencionados en el párrafo anterior. Pasan a ser vehículos siniestros para la compra de votos, el acarreo de gente a piquetes, manifestaciones y actos políticos y, en fin, para extorsiones y transacciones públicas y privadas, personales y colectivas.

Esta forma de clientelismo, que degrada la dignidad humana de aquellos que necesitan los planes porque de veras carecen de medios de subsistencia y de posibilidades de obtenerlos (mientras quienes los otorgan no cesan de enriquecerse por vías espurias), está institucionalizado, y los años de kirchnerismo si bien no lo inventaron le dieron una dimensión inédita, hasta instalarlo como algo propio del paisaje político y social. Todo esto se sabe, está a la vista y es continua y estérilmente denunciado sin hacer mella en el funcionamiento de dicha receta populista.

Esta es la cara visible del clientelismo, aquella de la cual se habla y que resulta obvia. La ecuación que une pobreza, punteros (también ministros e incluso presidentes) y dádivas a cambio de prestaciones diversas, que incluyen desde adoración incondicional hasta votos, es inocultable. Pero, como la Luna, el fenómeno tiene una cara en sombras. La que, hace algunas semanas, reveló sin tapujos Leandro Santoro, diputado nacional del Frente de Todos, al quejarse públicamente de que no había sido tenido en cuenta para un viceministerio o una Jefatura de Gabinete luego de los servicios prestados a la causa presidencial, sea ésta la que fuere (y en caso de que exista). Sin pudor, Santoro se confesó en un programa radial de Alejandro Fantino. Allí recordó que, tras una larga y estrecha amistad política y personal con el actual delegado vicepresidencial en la Presidencia, cuando éste asumió dejó de llamarlo. “Yo pensé que iba a ser viceministro y no me llamaron”, se lamentó. La cosa no quedó ahí. “Le mandé un mensaje (a Fernández) y le dije: ‘¿che, tengo lugar en el Gobierno?’. Vos nunca me pediste nada, me contestó. Es verdad, pero lo menos que se me ocurrió es que te tengo que llamar para pedir”. Hace tiempo se sabe que el que no llora no mama, etcétera. Pero lo que este impúdico relato recuerda y confirma es la vigencia de un clientelismo silenciado, que se escuda bajo eufemismos como “influencias”, “contactos”, “relaciones”, “amistades”, “militancias compartidas”, “intereses comunes” y otras formulaciones hipócritas debajo de las cuales las élites sociales, económicas y políticas, y los círculos del poder en general, acostumbran a desarrollar sus transas. Como bien advierte la doctora en sociología Mariana Heredia en su reciente y sustancioso libro titulado ¿El 99% contra el 1%?, en esos círculos los contactos y amistades cuentan más que el conocimiento y la experiencia. Esa forma de beneficiarse entre sí (prestaciones y contraprestaciones, favores que van y vuelven) deviene un clientelismo cool, del que no se habla, pero que, en lo alto de la pirámide, es paralelo al que se ve crudamente en la base, a partir de los planes. De ese clientelismo resultan, en el Gobierno, en los negocios y en los estratos de poder en general, gestiones disfuncionales, torcidas e ineficientes que finalmente, como ocurre con la distorsión de los planes sociales, contribuyen al empantanamiento global de la sociedad, a su carencia de horizontes.

(*) Escritor y periodista

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