miércoles, 7 de septiembre de 2022

Una paz social más inviable que nunca

 Por Pablo Mendelevich

De un gobierno que después de perder las elecciones hace un acto para festejar la derrota no puede asombrar que a un atentado fallido perpetrado por un individuo contra la vicepresidenta le conteste con un feriado nacional.

Pablo Giussani cuenta en Montoneros, la soberbia armada una historia recogida por su tío Virgilio en una aldea indígena del Amazonas. “Cuando el río crecía y amenazaba desbordar su cauce, los indios de la aldea no hacían lo que racionalmente haría cualquiera de nosotros –huir, treparse a los techos o construir defensas físicas contra el desborde. Lo que hacían era correr con grandes palos a los establos y apalear ferozmente a sus animales, con preferencia los cerdos, que reaccionaban al castigo con estremecedores chillidos. Era ésta una suerte de tecnología mágica que apuntaba a espantar con el estruendoso lamento de las bestias el espíritu maligno que se había apoderado del río”.

Giussani analiza a partir de esa concepción mágica del universo la imposibilidad de aprender de la experiencia y la aplica a la forma en la que los Montoneros entendían la realidad. En particular, las tortuosas relaciones que desarrollaban con Perón.

Pablo Moyano, perteneciente a una familia que supo practicar en forma alternada el kirchnerismo y el antikirchnerismo y que hoy parece disponer de un miembro para cada necesidad, viene de demostrar que no hace falta ser montonero para hacer una interpretación oblicua de los hechos. Junto con el bancario Sergio Palazzo impulsó un paro nacional, no contra el ajuste en marcha sino un paro encomiástico, destinado a apoyar a la víctima del atentado frustrado. ¿Frente a su balcón del Senado? No. Su idea tampoco era marchar a la casa de Fernando Sabag Montiel para maldecir a este sujeto sino repudiar a la Corte Suprema que, hasta donde se sabe, no tiene nada que ver con el atentado y ni siquiera debería intervenir, por lo menos en esta etapa, en la investigación judicial que se está llevando adelante.

A Moyano y Palazzo les fue imposible conseguir el consenso sindical para hacer una huelga por Cristina Kirchner, pero de todos modos la CGT, mientras se pregunta si el ajuste de Sergio Massa no será en verdad una panacea para la clase obrera, compró la idea de amalgamar el atentado con la persecución penal que sufre la vicepresidenta. “Basta de violencia social y política; demandamos Justicia independiente para todos los argentinos”, dice la CGT en el comunicado que da por cerrada la discusión sobre el paro nacional pedido por quienes no se saciaron el viernes pasado con la paralización del país por decreto.

No muy distinto fue el comportamiento de la liga de gobernadores peronistas, que está “contra la proliferación de campañas sistemáticas de odio y violencia”. Reunidos el lunes en Buenos Aires, los gobernadores mezclaron la condena del intento de magnicidio con la “necesidad de avanzar en la reforma de la Corte Suprema”. Además le propusieron a Alberto Fernández crear una comisión “por la paz y la no violencia” integrada por “distintas expresiones religiosas junto a personalidades notables” para construir “una cultura del encuentro en el país”.

El que dio el puntapié inicial de esta campaña que se podría llamar Cristina víctima/Cristina inocente fue Alberto Fernández luego de hablar por teléfono con la interesada la misma noche del jueves. El Presidente plantó las directrices que ella le suministró y añadió de motu proprio un disparate de su cofre íntimo de énfasis, de esos que hacen decir no te pedimos tanto. Las directrices: “Estamos obligados a recuperar la convivencia democrática que se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”. Cuatro veces Fernández dijo odio en su breve discurso, lo que anticipó que pensaba tomar medidas para abolirlo (y que después, fiel a su costumbre, iba a dar marcha atrás, cosa que hizo ayer). Dos veces indicó quiénes tenían que condenar lo ocurrido. Otra directriz: la asociación del intento de magnicidio con “las palabras descalificadores, estigmatizantes y ofensivas”.

El disparate de su cosecha (en el supuesto de que no haya salido también de la vicepresidenta) consistió en calificar el hecho como “el más grave que ha sucedido desde que hemos recuperado nuestra democracia”, calificación cuanto menos desconsiderada con las 85 víctimas del mayor atentado terrorista de la historia argentina, que es también el mayor atentado antisemita de la posguerra a nivel mundial. Eso sin considerar los 15 muertos de los levantamientos carapintadas, los 22 de la embajada de Israel, el baño de sangre de La Tablada, el estremecedor asesinato de un reportero gráfico, los treinta muertos de 2001, el crimen aun impune de un fiscal y otros dos graves magnicidios frustrados, el de Alfonsín de 1991 y el de Menem en 1995, a ninguno de los cuales, huelga aclararlo, le siguió ningún feriado ni proyecto de paro nacional.

Parece ingenuo decir como una novedad que Cristina Kirchner volvió al Senado y decidió enfocarse en la reposición de los ataques a la Corte. Eso ni fue casualidad ni ocurrió ahora, es parte sustancial de la campaña Cristina víctima/Cristina inocente lanzada la semana pasada muy pocas horas después de que Sabag Montiel le apuntara con su arma.

El escandaloso uso político del grave suceso mediante la asociación de magnicidio con oposición, medios y jueces, sumado a las clásicas sospechas de encubrimiento de organismos estatales que suceden a todos los hechos con implicancias políticas, fue lo que llevó a desparramar a nivel barrial, parroquiano, la idea aviesa de que el atentado pudo ser una simulación. Pero aunque se abrace con fervor su autenticidad está claro que al hecho le siguió una fuerte y paradójica campaña de pretensiones gandhianas en la que prácticamente todo el peronismo se alineó con los argumentos defensivos que venía usando Cristina Kirchner en el terreno político frente al avance de la causa Vialidad.

En la medida en que la campaña consiguió abroquelar al peronismo habría que hablar de una campaña exitosa. Por supuesto que lo del pacifismo es cartón pintado. Primero, porque no se entiende cuál es la violencia que hay que erradicar para salvar la democracia, para lo cual –dijo el Presidente- “ya no hay tiempo” (textual). En un país que bajo el gobierno peronista 1973-76 llegó a tener un promedio de seis asesinatos políticos por día (incluidos los de militares, soldados, policías, diputados, sindicalistas, exministros y hasta del secretario general de la CGT), ¿se refiere Fernández al único intento fallido de magnicidio del siglo XXI? No es que un intento de magnicidio no sea grave, pero hasta donde se sabe la conspiración organizada para acabar con la democracia por métodos violentos no tiene la envergadura que él se esfuerza en atribuirle.

En segundo lugar, el pretendido pacifismo es cartón pintado porque al no ser las balas equivalentes a las palabras se nota fácilmente que lo que en realidad se busca es fulminar las palabras. Resulta que Gandhi es Maduro.

Y en tercer lugar la proclama de la paz social, a la que se asocia con una fulminación de la grieta, sería ahora más inviable que nunca, cosa que la dirigencia sabe perfectamente pero finge añorar fraternidad. La razón: el estado de las causas judiciales de Cristina Kirchner. La única manera de alcanzar la paz, lo anticipó el senador Mayans, sería terminar con el juicio de Vialidad. O sea, cerrar el Poder Judicial. Ahí sí se terminaría la grieta. Y unas cuantas cosas más.

© La Nación

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