sábado, 16 de julio de 2022

Con Ella no alcanza


Por Carlos Fara (*)

Pasamos de la pregunta sobre si Alberto llega al final de su mandato, a la pregunta sobre cuánto respaldo tendrá la nueva ministra de Economía para implementar lo que se propuso este lunes pasado. En el medio del tembladeral permanente que es la Argentina, ninguna de las dos cuestiones puede tener alguna respuesta certera, desde ya.

En esta columna hemos tratado de echar luz sobre ambas cuestiones para ayudar a pensar las distintas probabilidades y la complejidad. Al respecto venimos poniendo sobre la mesa tres aspectos muchas veces infravalorados, más allá del juego de poder entre los dos protagonistas principales:

1. El factor psicológico: un día un protagonista, agotado anímicamente, desata una tormenta, sin importar el cálculo político. Les pasó a Chacho Álvarez, a Duhalde y hasta a la propia Cristina con el desenlace de las famosa 125. La simplificación ve a los actores como simples máquinas de poder, cosa que muchas veces dista de ser real, y nos habla acerca de qué madera están hechos realmente. Recuerden Anatomía de un instante, de Javier Cercas, y el rol de Adolfo Suárez en el Tejerazo. Tampoco debe ser fácil pasar a la historia como el primer presidente peronista que deja el cargo porque le faltó pasta para enfrentar el dramatismo de la hora.

2. El error de cálculo: no quería que se vaya porque no le convenía, pero lo presionó tanto que logró un efecto contrario al buscado. Si Ella buscaba que Alberto le solucionara sus problemas judiciales, pues no lo logró, y en este contexto empieza a ser casi imposible que Él pueda hacer algo al respecto, aun poniendo su mejor empeño. Los demonios están desatados. Es decir, siempre puede suceder algo por simple torpeza y falta de fineza en la reflexión estratégica y táctica.

3. El rol de los actores del sistema: hay que tener un gran poder de convicción para irse del cargo solo atendiendo al propio criterio individual. CFK no se fue con la 125 porque varios actores intercedieron, entre ellos un famoso llamado de Lula. Hoy Alberto no luce una gran convicción de nada, para bien o para mal. Para muchos Él, ahora con Batakis, sigue sonando a mal menor. Otros actores internos creen que su renuncia sería el peor de los mundos dada la megatormenta que se desataría. De modo que los de afuera “no son de palo”. Empresarios, sindicalistas, poder mediático, opositores, líderes extranjeros no se quedarían de brazos cruzados.

Observando este trío de factores, el desenlace de Alberto nunca sería ni rápido, ni sencillo. Cristina es la dirigente más astuta del sistema político argentino no porque no se equivoque nunca, sino porque tiene más agudeza que el promedio y su capacidad de adaptación no es menor. Por lo tanto, es muy probable que Ella sepa que, si presiona mucho, Él se puede estufar y mandar todo al diablo. Cualquier ser humano estaría pasando las de Caín con semejante crisis. El domingo 3 de julio el primer mandatario volvió a demostrar que bajo presión su sistema de toma de decisiones no funciona adecuadamente.

El quid de la cuestión. Pero volvamos a Ella. Si Él se va, Ella ¿asume o se va? Si asume, todos los costos serán suyos, y también los eventuales beneficios. Pero, si va a haber costos, ¿por qué asumirlos de modo directo, si al final la crisis los está afectando a ambos? Y si renuncia, ¿su pueblo entenderá que es lo mejor? ¿O tenderá a pensar que “le sacó la cola a la jeringa” y “los entregó a la buena de Dios”? (demasiados dichos populares).

Cristina, a quien nunca le cayó bien Juan Domingo Perón, sin duda sabe que el viejo general dudaba sobre si regresar para tomar el mando directo de su ejército en 1973. Cuando el comandante en jefe está demasiado cerca del teatro de operaciones, pierde algo de perspectiva y frialdad, además de que las batallas perdidas son todas suyas. Estar al mando significa también pagar todos los costos del roce cotidiano, ajando la figura inmaculada que luce el liderazgo a la distancia. Como dice Perón/Víctor Laplace en la película Puerta de Hierro: si Dios bajase a la tierra, dejaría de ser una novedad al verlo todos los días, y hasta alguno se animaría a cuestionarlo. Mal negocio, pensaba el fundador del peronismo.

Pues Cristina necesita a Alberto al mando, pero haciendo lo que Ella quiere, y así venimos en conflicto desde hace 31 meses. Ambos personajes tuvieron un grueso error de cálculo: CFK porque creyó que terminaría domándolo dócilmente, y el Presidente porque creyó en el “Yo la llevo”. Ninguna de las dos cosas sucedió, solo que estamos más cerca de “el varón domado” que de la segunda opción.

La variable Batakis. Ahora, si a Batakis las cosas le salen relativamente bien –esto es, al menos calmar las aguas y despejar las peores proyecciones–, ¿qué haría Cristina? Pues lo más probable es que deje correr a ver cuánto le dura su “éxito” y/o eventualmente transmitir que la ministra llegó gracias a que Ella la aceptó. Pero ¿con una fórmula que al cristinismo no le gusta? Ese no sería el problema. El común de los mortales solo juzga los resultados, reflexionaba Maquiavelo (¡perdón Bilardo!).

Y si Batakis tiene algún resultado destacable con un plan “Guzmán recargado”, ¿qué sentido tuvo desgastar al ex ministro hasta que se vaya? Ahhh, cosas de la política y de las jefaturas. Cuando se producen inquinas personales, ya no importa lo que hacía o lo que decía. Al limarlo se produjo la profecía autocumplida: como lo desgasto, le obturo el éxito, y como le obturo el éxito, lo desgasto, en un círculo vicioso. Guzmán termina fracasando y Ella se autoasigna haber tenido la razón.

Para ir cerrando, el futuro de Batakis puede ser algo así: a) si tiene algún éxito, es porque Cristina la toleró y no le puso piedras en el camino, b) si no lo tiene, “la jefa” dirá “no me miren a mí, yo no me opuse y le di tregua para que hiciera lo que creía conveniente, pero si no me hacen caso…”. Es decir, pondrá en valor una vez más su jefatura y poder de veto.

Sin ella no se puede. Pero ¿con ella? No solo no alcanza, quizá tampoco se pueda.

(*) Consultor político. Expresidente de Asacop

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