miércoles, 22 de junio de 2022

Naturalizar lo anormal

 Por Pablo Mendelevich

En esta Argentina circular y desesperanzada, cada tanto aparecen en las redes sociales usuarios que compiten sobre hartazgos. Unos se manifiestan hartos de la repetición de problemas ancestrales, otros de la política, otros de los cortes de calles. Los más ácidos dicen que están hartos de estar hartos.

Aparece el que se queja por la moda de ponerle hoy a todo el adjetivo “picante” y el que observa la curiosidad de que en medio de tanta mentira corriente uno de los latiguillos más frecuentados en el habla de los argentinos sea “la verdad” (dicha como hall de entrada de cada oración, “la verdad que yo pensé que no iba a llover”).

Pero hace poco apareció en Twitter una queja más exquisita. Era de alguien que maldecía el abuso del verbo naturalizar. “De cualquier cosa se dice ahora que se lo naturaliza, me tienen harto con las naturalizaciones”.

De ser cierta la tendencia habría que preocuparse. No se trata acá, por cierto, de la acepción migratoria del verbo (naturalizarse argentino todavía puede creerlo una oportunidad algún extranjero) sino de la naturalización como acostumbramiento y del acostumbramiento como mecanismo de supervivencia frente a una anormalidad persistente.

Ese tipo de procesos ha sido bien estudiado en el caso de la naturalización de la violencia. Pero tal vez habría que enfocarse ahora en otra dimensión, la de la parainstitucionalidad. ¿No nos estaremos acostumbrando sin darnos cuenta a la desfiguración por goteo no ya de la república sino del sentido común?

He aquí algunas anormalidades de la Argentina contemporánea que se fingen normales.

1) La fórmula invertida. El peronismo tiene una larga historia de artificios institucionales, porque con el argumento de que “todo es política” siempre consideró que las leyes y las instituciones debían estar al servicio de la política y no al revés. Así como inventó para Eva Perón un cargo supraestatal (Jefa Espiritual de la Nación), impuso en 1973/74 con la fórmula Perón-Perón la sucesión matrimonial; creó en 2007 la abdicación monárquica dentro de la democracia y en 2019 estrenó un artefacto electoral contra natura como ninguno: el número uno del poder surgió de una probeta en el laboratorio de su número dos, cuya popularidad negativa la descalificaba para soportar un test electoral. Cristina Kirchner, dicho en otras palabras, se erigió como la única vicepresidenta del mundo que seleccionó a su compañero de fórmula, extravagancia celebrada hace tres años como una genialidad estratégica, una pirueta electoral, el sumun de la creatividad política, por muchos que hoy padecen en forma directa la malformación (en forma indirecta, no hace falta detallarlo, la padece el país entero).

2) La obstrucción de un gobierno siempre fue vista como un demérito, una patología indigna propia de oposiciones poco democráticas, pariente de la conspiración. Sólo podía tener lugar en las sombras. Debía esquivar la condena social. Pero ahora a la obstrucción se la organiza a la luz del día desde una tribuna para que después baje a todos los estamentos del Estado controlados por el grupo rebelde, muy bien repartido. Es que el kirchnerismo descubrió que no está de acuerdo con el gobierno que integra (o no quiere quedar asociado con su fracaso) y en lugar de retirarse se queda para obstruirlo. Ataca al gobierno desde el oficialismo con un poder corrosivo del que la oposición formal carece. Podría pensarse que el oficialismo opositor es un oxímoron y que constituye una novedad. La contradicción está a la vista pero inédita no es. Ya había en los 70 una guerrilla peronista que luchaba con las armas contra el gobierno también peronista. Quien puede lo más puede lo menos.

3) Lo novedoso en la oposición oficialista que conduce Cristina Kirchner en todo caso se refiere a los objetivos: hasta donde se sabe ella no tiene intenciones de derrocar al presidente que inventó. No pretendería reemplazarlo debido probablemente a que las recetas económicas que ella ofrece son infalibles, absolutamente mesiánicas mientras sólo cumplan con la doble utilidad de desgastar a Alberto Fernández y de demostrar que la vicepresidenta tiene una solución para cada problema. No son recetas para ser probadas fuera del atril, mucho menos en el estrecho período (532 días) que le queda de mandato Alberto Fernández. He aquí una de las anormalidades más anormales de la hora: en política suele atribuirse la acción de desgastar a un oponente al propósito de desplazarlo para ocupar su espacio, pero Cristina Kirchner desgasta a Alberto Fernández sin pretender que se repliegue y sin demasiados motivos para esperar que por ser amonestado en público él va a actuar repentinamente como un líder firme y eficaz. Con cierta generosidad muchos analistas atribuyen sesudos cálculos estratégicos a la erosión pública del Presidente hecha por la vicepresidenta. En el peronismo, corriente amorfa y de baja organicidad, la disputa entre la líder y el no líder por lo menos ayuda a preservar cierta centralidad grupal.

4) Culpar de todo a Macri linda con el grotesco, sobre todo cuando se trata de temas como el avión iraní-venezolano o la inflación actual, pero eso no desanima a quienes enfrentan dificultades para hallar explicaciones más robustas de los contratiempos. En realidad, varios de los problemas que el gobierno de los Fernández enfrenta en estos días fueron creados por el kirchnerismo. Desde el atraso con las obras del gasoducto hasta la política de tarifas subsidiadas en forma indiscriminada, un sistema de emergencia eternizado del que tampoco Cristina Kirchner como presidenta consiguió salir. Cuando los técnicos de la oposición advertían que se estaba pateando el problema para adelante y a la vez se consolidaba un sistema inequitativo, el gobierno kirchnerista reaccionaba insultando a los críticos (eso si tenían suerte y nos los denunciaban en la Justicia). Algo similar ocurre con los planes: Cristina Kirchner enseña ahora que no hay que tercerizarlos y que el asistencialismo no es peronismo porque el peronismo “es laburo”. La tercerización siempre fue de la mano del uso partidista de la pobreza (programas como Argentina Trabaja, de 2009, nacieron tercerizados) y la discusión sobre la ayuda social y el trabajo tiene cerca de veinte años.

5) Los grandes problemas parecen adoptar un formato de escándalos semanales. Casi ningún problema se soluciona. Más bien tienden a apilarse. Las dos alas del gobierno suelen decir que los medios hegemónicos imponen sus agendas (y también controlan la Justicia donde practican el “lawfare”), pero los Fernández parecen tener algo -que no sean modestos- de productores televisivos.

A propósito, hay que estar atentos, Alberto anunció que quiere reponer Vicentín.

© La Nación

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