martes, 19 de abril de 2022

Malversación de sentimientos

 Por Carlos Ares (*)

En términos jurídicos el manejo arbitrario de los bienes del Estado, guita, edificios, tierras, es un delito de “malversación”, o “peculado”. Nada de afano descarado, o alto choreo, si no hay pruebas de que el acusado la desvió para él. Ponele que traspasar lo que no podía a quien no correspondía, fue de onda. Ponele que no tuvo una intención aviesa. Que no pidió una coima, un diego, un diezmo, una pelusa, una propina, un viaje, una estadía gratis, que no aceptó un regalo “por el favor”.

Ponele que el tipo no quería, que se lo pidieron. El capo del sindicato, el político que lo colocó ahí, le dijo “dale, es para un compañero”, “uno de los nuestros”. Ponele que no fue así, al contrario. Que se la jugó, se enfrentó a la burocracia. Que le dio por hacer el bien sin rapiñar nada en el camino. Sacó de acá, colocó allá, con el único fin de acelerar el trámite de una gestión, pagar el certificado demorado de una obra necesaria en un barrio humilde.

Da igual. Si no hay prueba de extorsión, amenaza, apriete, soborno recibido, la causa no avanza, prescribe. En pocos casos se logra condenar al culpable. El castigo es leve. De uno a tres años de inhabilitación, siempre que el acusado no tenga antecedentes criminales, tipo Ricardo Jaime, Julio De Vido, Daniel Muñoz, Amado Boudou. Tarjeta roja. Expulsado del empleo público. Por un tiempito al potus, el helecho, el planta permanente, se le corta el chorro seguro, queda seco.

Nada de ir en cana, prisión en suspenso, embargos por la guita derramada, sustraída de sus fines, nada de horas de servicio obligado a la comunidad, nada. Después de todo, ¿a quién perjudica un funcionario público? La guita que se recauda por impuestos es de todos. Es decir, no es de nadie en particular. La reparten como propia. La gastan como ajena. ¿Acaso murió alguien por hacer negocios con la vacuna de los rusos, o con la que prometía Sigman, y descartar la Pfizer?

Ponele que fueron treinta mil los que podrían haber sobrevivido. Son víctimas colaterales en las guerras ideológicas. Primero la Patria, luego la nuestra, después vamos viendo dónde ponemos el resto, como lavamos la que sobra. En el camino queda una ruta sin hacer, sin reparar, en mal estado, porque había que darle una mano a Baéz. Como amañaron licitaciones con los empresarios que llenaron los bolsos de Baratta, no alcanzó para cloacas.

El gas, la luz, el asfalto no llegan porque el compañero intendente Ishi tiene que pagar salarios a los compañeros empleados que reparten falopa en ambulancia. Desde la distancia del abrochado con tachuela al sillón de cuero del carguito, de la garrapata al puestito, del abrojo en el ficus del Estado, no se aprecian los millones de fantasmas que flotan en el océano oscuro de la miseria.

Las personas son sólo un punto más, o menos, en el tanto por ciento de la estadística. Se cuentan como en el fútbol. Tanto de posesión de votantes cautivos, tanto de pases de guita dados entre los intendentes o gobernadores nuestros, tanto de goles relatados que nunca convertimos. Tanto de pobres, tanto de indigentes, tanto de pibes que abandonan la escuela, que no comen, tanto de desnutridos.

Tanto tiempo transcurrido, tanto tiempo gobernando esta matanza, tanto sin hacerse cargo de nada. Las vidas que se perdieron antes, las que todavía jóvenes ya se dan por perdidas, no tienen nombre, apellido, familia, necesidades, historias. Son parte de un número. Una explicación. En todos lados hay pobres. En todos lados pasa. La estafa es cotidiana, continua, incesante desde hace, ¿cuántos años ya? Dejan un tendal de arruinados invisibles.

Los fanáticos del mal verso nacional y popular no se sienten responsables de lo que pasa, de lo que provocan. La culpa no les pesa sobre la conciencia. Sin cuerpo, no hay crimen. La cesión de confianza entre el votante y quien se ofreció a representarlo, debería ser un agravante para que la condena sea equivalente al daño causado. Pero ¿dónde están las marcas, las cicatrices, las heridas? ¿Dónde las ilusiones? ¿Cómo se comprueban las esperanzas que usted dice haber colocado en la urna, señor ciudadano?

El Código no considera la malversación de sentimientos.

(*) Periodista

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