martes, 19 de abril de 2022

Javier Milei y Cristina Kirchner coinciden: “La casta es el otro”

 Por Marcos Novaro

Años atrás Cristina disfrazaba su espíritu divisionista y excluyente detrás de consignas en apariencia amplias, como “La Patria es el otro”. Hoy ya ni le interesa disimular, y alimenta un festival de odio y polarización, sobre todo contra la Justicia.

En su afán por destruir a la Corte, principal obstáculo institucional contra la operación que viene desplegando para entrar a la historia nacional como su santa patrona, Cristina utilizó una idea de Javier Milei, dándole un giro para ella muy conveniente.

Según la vice, los jueces y los periodistas conforman en nuestro país “la casta de la que nadie habla”. Se entiende, una mucho más tóxica que la de los políticos, de la que hablan Milei y cada vez más periodistas, así como cada vez más políticos.

Esa casta estaría, según Cristina, a punto de dar un verdadero “golpe institucional”, al “tomar por asalto” el Consejo de la Magistratura. Una rara forma de entender un conflicto entre poderes que ha generado el propio kirchnerismo.

Fue la misma Cristina la que impulsó en 2006 una ley sobre la composición del Consejo que implicó la anulación de su autonomía, en beneficio del circunstancial partido gobernante, a través de la exclusión de la Corte y el fortalecimiento de la representación del Ejecutivo y de las bancadas mayoritarias en las cámaras legislativas.

Ahora que esa ley fue declarada inconstitucional, tras años de litigio, el oficialismo se demora en dictar una nueva, por lo que, lógicamente, hasta tanto eso se resuelva, vuelve a regir la legislación a que se ajustaba el Consejo hasta 2006, según la cual el presidente de la Corte preside también el organismo.

Si el kirchnerismo no quiere que esto siga siendo así, tiene una sola salida: negociar con la oposición en el Congreso una fórmula de compromiso, alguna solución que conforme medianamente también las expectativas de los demás partidos. Pero como se niega a hacerlo, e impulsa un proyecto que insiste globalmente en los mismos vicios que el de 2006, no tiene forma de salir del pantano.

Pantano en el que, insistimos, él mismo se metió: no es que, con espíritu de “casta” la Corte esté diciendo “la única solución que aceptaremos será una en que volvamos a conducir el organismo”; entre otras cosas porque sabe que, de haber un acuerdo amplio entre los partidos, tendría que aceptar lo que el Congreso disponga, cualquiera sea el papel que a ella se le asigne.

¿Están los jueces supremos defendiendo, de todos modos, un interés “corporativo”? Es muy discutible: tienen la letra de la Constitución a su favor, al menos para asegurar que la ley de 2006 era inconstitucional, pues contradecía el principio de independencia que debe regir la designación y control de los jueces.

¿Es su interpretación de esa letra una atribución antidemocráctica, que utilizan encima en contra de los poderes democráticamente electos? Solo si aceptáramos la definición de “democracia” como un sistema en que quien tenga la mayoría circunstancial de los votos hace lo que se le canta, arrasando con los derechos de las minorías.

Para evitar que eso sea así, justamente, es que se asegura la independencia de los jueces respecto a esas mayorías circunstanciales: su elección indirecta y con mayorías especiales, su juzgamiento siguiendo mecanismos parecidos y con participación de sus pares, etc. Eso no los define como “casta” sino como garantes autónomos de la aplicación imparcial de la ley.

Si el kirchnerismo no cree en que algo así exista, y es claro que es el caso, igual que sucede con el periodismo, mejor empecemos por ahí: no es que le moleste el poder de esta o aquella “casta”, le molesta no controlarlo, y no tener asegurada, por tanto, una mayoría electoral imperecedera y un poder omnímodo.

Como lo que está en juego es su noción misma de democracia, además de muy concretos intereses personales, y cree además que la mayoría va a simpatizar con su propuesta, porque detesta o al menos desconfía de los jueces (aunque no por las mismas razones que ella, es mejor aclararlo), Cristina no se va a permitir revisar su actitud, ni negociar una salida intermedia.

Así que profundiza el conflicto: intenta convertirlo en una verdadera crisis institucional, con la expectativa de poner de un lado a los “actores democráticos electos por los ciudadanos”, ella y sus legisladores, y del otro a los jueces, los fiscales, y de paso también a los periodistas independientes, a quienes tampoco nadie votó. Y por eso son “castas” por partida doble: porque defienden intereses opacos y particulares, de minorías, y porque resisten la voluntad emanada de las urnas, la voz del pueblo, que en forma directa expresa ella misma.

Javier Milei introdujo en el debate público la cuestión de la casta política

Tal vez Milei esté entre asombrado y complacido por el modo en que Cristina se apropió de la palabreja que él echó a rodar un tiempo atrás para combatir, justamente, al régimen político y económico que la tiene por máxima referente. Complacido, porque debe imaginar que, cuanto más circule esa idea, más se legitimará su proyecto antipolítico, el combate al que está convocando a los ciudadanos contra los (demás) dirigentes políticos. Y asombrado, porque no le debe encontrar sentido a que Cristina ignore que el mote se dirigía originaria y principalmente, por sobre todos los demás, contra ella.

¿Es que la vice hace trampa, o se hace la distraída? En verdad ninguna de las dos cosas, y sería bueno que Milei y sus seguidores comprendan por qué es así: porque ella nunca se asumió como jefa de una burocracia de políticos profesionales, sino que aspiró a serlo “de la patria”, dado que es “ella” y también es “el otro”, aspiró a serlo todo; y por tanto siempre buscó, y en alguna medida consiguió, mantenerse al margen de los acotados intereses y reglas corporativas que se combinan y compiten en la lucha política, como una outsider flotando muy por encima de sus propios funcionarios, aliados y seguidores. En un gesto que tampoco es que ella haya inventado, es más viejo que la rayuela.

Tiene entre nosotros muchísima historia, porque lo usaron militares y civiles, peronistas y antiperonistas, todos con la misma pretensión, que ahora Milei enarbola como si fuera una gran novedad: llegar al poder para borrar del mapa a las elites preexistentes, e imponer su voluntad regenerativa, para bien de las masas, claro.

Nada hay más populista que esa fórmula, que siempre sirvió para lo mismo: identificar a un culpable de los males colectivos, y proponer una gran purga como solución. Difícil entender cómo no nos cansamos ya de jugar este destructivo jueguito de la purga, ni de insistir en esperar un mejor resultado que los que hemos obtenido.

© TN

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