martes, 15 de marzo de 2022

Mafalda: 60 años de la niña que iba a ser la cara de una campaña publicitaria y se convirtió en un brutal espejo de la sociedad


Por Alberto Amato

Ahora estaría sentada en su banquito, frente al globo terráqueo vendado como un paciente malherido y plantado en un atril de patas finas, al que ella le diría, con ojos piadosos: “Pobrecito… Te duele Ucrania ¿no?”.

Esa era Mafalda. Así veía al mundo, al geográfico y al de los adultos, embellecidos ambos por The Beatles y el Pájaro Loco y enchastrado por la horripilante sopa, horca caudina de los chicos.

Como ya es un mito, la fecha de su nacimiento se pierde en el Olimpo. La fijan un 15 de marzo, hoy cumpliría años, de 1962, o de 1963. Para su autor, el inolvidable Quino que era la versión dibujante talentoso de Mafalda, la nena nació el día que apareció por primera vez como tira, el 29 de septiembre de 1964. De manera que hoy debería soplar sesenta velitas, o cincuenta y nueve, o cincuenta y ocho, pero dentro de algunos meses. A quién le importa.

Mafalda siempre será la chica atrevida, inteligente, pensante, aguda, tierna, corrosiva, oportuna y traviesa que marcó a varias generaciones de argentinos que padecieron dictaduras, dictablandas y gobiernos democráticos violentos, corruptos, palurdos o estúpidos. Todo lo hizo Quino en los nueve años que vivió Mafalda, que ya es eterna, y que quedó como testigo a futuro del tembladeral al que se asomaba Argentina a finales de los 60 y principios de los 70.

No tenía ese destino de pitonisa infantil. Iba a ser el emblema, o la cara visible de una campaña publicitaria de Siam Di Tella, la empresa de electrodomésticos que nos enfriaba el verano con aquellas heladeras de manija de bola, o con los ventiladores que, oh milagro, giraban ida y vuelta, estupefactos. Un símbolo de aquel país que buscaba la industrialización, antes de que a algún genio se le ocurriera teorizar, y afirmar, que la mejor manera de acabar con el peronismo era acabar con las chimeneas.

Esos fueron los años de Mafalda. Aquella campaña publicitaria para Siam nunca salió a la luz, y Quino cajoneó a la Mafalda prehistórica hasta que otro genio del humor de aquellos años, Miguel Brascó, la llevó al suplemento humorístico “Gregorio”, de la revista “Leoplán” (jurásico del periodismo, pero no tan lejano), donde se publicaron sólo tres “tiras”. En 1964, Quino y Julián Delgado, director de la revista política Primera Plana, acordaron darle larga vida a la nena terrible que apareció, en nuevas “tiras”, junto a sus padres el 29 de septiembre, la fecha que Quino daba como la del nacimiento de su hija dilecta.

En marzo de 1965, ya con nuevos personajes como el dientudo Felipe, Mafalda deja de publicarse en Primera Plana y Quino abandona la revista, embarcada en un proceso de demolición del gobierno del radical Arturo Illia. Brascó vuelve a intervenir para que la tira siga en el legendario diario El Mundo, que publicaba la Editorial Haynes, donde Mafalda vuelve a la luz apenas a una semana de haber dejado Primera Plana: ya era un personaje esperado y buscado por miles de lectores deleitados con sus andanzas. No se trataba de un personaje infantil, que también, sino del chico que cada lector calzaba en su interior, que no es poco.

En aquel diario El Mundo, Mafalda ganaba lectores con su mirada franca y descarada: Quino empezó a escribir verdaderos editoriales políticos en los cuadritos de la historieta, que empezó a publicarse en los diarios del interior. Al día siguiente del golpe militar que el 28 de junio de 1966 tumbó al gobierno de Illia, una demudada Mafalda, sólo boca, ojos y pómulos que desbordaban el alto del único cuadro del día, se preguntaba: “Entonces, ¿eso que me enseñaron en la escuela?”. Nunca tuvo respuesta.

Las “tiras” de Mafalda se hicieron libros y cuando El Mundo cerró en diciembre de 1967, sus lectores la perdieron por seis meses, hasta que reapareció en la revista semanal de actualidad Siete Días, que publicaba la Editorial Abril. Allí vivió hasta que, el 25 de junio de 1973, Quino decidió no dibujarla más. Para entonces Mafalda era ya un éxito internacional y sus tiras, en libro, aparecían en Italia y España, donde el franquismo ordenó agregar en tapa que se trataba de una lectura sólo para adultos.

Esa fue la historia de nueve años de Mafalda y su banda urbana de pequeñajos filósofos con ideas propias, que el clima político argentino tornó en “peligrosas”. Tanto, que uno de los juegos y debates típicos de los fans de la historieta consiste hoy en intentar desentrañar quiénes de los personajes de Quino hubieran sobrevivido a los violentos años 70 y a la dictadura militar instalada en marzo de 1976.

La banda de Mafalda estaba integrada por Felipe, el enamoradizo y tímido admirador del Llanero Solitario que, al ver a la chica de sus ojos pasar inmutable a su lado, en vez de leer la frase: “Debo llegar al rancho de Mulligan”, la leía como: “Llevo degar al mulli de Ranchigan”. Felipe es autor del más breve tratado de psicoanálisis, resumido en una frase: “¿Justo a mí tenía que tocarme ser como yo?”. Manuel Goreiro era Manolito, el hijo del almacenero, con el “hermoso color verde dólar” en la mente y con el sueño de convertir el almacén paterno en una cadena de supermercados; el que cuando algo olía mal en el almacén pensaba: “Es hora de poner algo en oferta”.

Susanita (Susana Clotilde Chirusi), era el pie a tierra de Mafalda: quería casarse y tener hijitos, pero además trataba, casi en vano, de hacerle comprender a su amiga que la vida era otra cosa que la inquietud social, las alertas políticas, el mundo en crisis y la tontería de luchar contra las guerras y el hambre. Miguelito, Miguel Pitti, tenía una planta de lechuga como pelo, una ingenuidad a prueba de bombas y una esperanza inquebrantable: se sentaba en el cordón de la vereda y cuando le preguntaban qué hacía, soltaba: “Aquí estoy, esperando algo de la vida”. Y filosofaba: “Nunca falta alguien que sobra”.

Guille era el hermano flamante de Mafalda, que hablaba don la zeta y suplicaba, “¡Pod favod…!”. Para desesperación de su hermana, podía amar la sopa. Y también estaba Libertad. Era muy chiquita. Y muy lógica. Pensaba, o amparaba, o preveía, una revolución social. Y razonaba: “Para mí, lo que está mal es que unos pocos tienen mucho, muchos tienen poco y algunos no tienen nada. Si esos algunos que no tienen nada tuvieran algo de lo poco que tienen los muchos que tienen poco, y si los muchos que tienen poco tuvieran un poco de lo mucho que tienen los pocos que tienen mucho, habría menos líos. Pero nadie hace mucho, por no decir nada, para mejorar un poco algo tan simple”. Ahí queda eso. Libertad, la chiquitita, tenía una madre traductora del francés y la nena recordaba: “Hay un escritor… Jean Paul… Jean Paul Belmo… No, ese no… Jean Paul Sartre. ¡Ese! El último pollo que comimos lo escribió él”.

Esa era la banda, esos los personajes, ese el pensamiento. Ah, Mafalda tenía también una tortuga: Burocracia.

El padre de todos era Quino. ¿Quién era Quino? Nació en Mendoza el 17 de julio de 1932 como Joaquín Salvador Lavado Tejón. Del Joaquín le viene el Quino y de su tío Joaquín la pasión por el dibujo. Estudió Bellas artes pero a los diecisiete años se decidió por las historietas y el humor. Llegó a Buenos Aires en 1951, publicó su primera historieta en la revista Esto Es, creó sus primeros personajes calcados del mundo real, seres inocentes, humanistas, resignados, reflexivos, obsesivos, sufrientes, extravagantes, avasallados. Ese era el otro Quino detrás del fenómeno Mafalda, un luchador contra el autoritarismo, la vulgaridad, el abuso, la corrupción. Los héroes no “mafaldianos” de Quino son transitorios, fugaces, acaso ilusorios, que se animan a enfrentar, o al menos a reflexionar, sobre esas tres o cuatro cosas en las que a menudo se nos va la olla: la soledad, el amor, la locura, la muerte, el poder. Esos seres deambulan aún, para quien quiera encontrarlos, en sus libros “Gente en su Sitio”, “Mundo Quino”, “Potentes, prepotentes e impotentes”, “Qué mala es la gente”, “Yo no fui”, “Humano se nace”, entre muchos otros.


En 1977 tuvo que exiliarse en Italia. Mafalda, la atrevida, se había animado a explicarle a su hermanito que el bastón que calzaba un policía, que la escuchaba atónito, era “el palito de abollar ideologías”. El chiste se hizo póster y se vendió por miles en la calle Florida, en los violentos años 70. Hoy ha vuelto a ser un clásico del humor. Pero el 4 de julio de 1976, a tres meses de instaurada la dictadura militar, tres monjes palotinos y dos laicos fueron asesinados en la parroquia San Patricio, de Belgrano. Sobre los cadáveres, los asesinos dejaron un póster de Mafalda y el palito de abollar ideologías.

Quino vivió en Europa hasta el retorno de la democracia, en 1983. Y fue distinguido por su provincia natal, recibió la Medalla del Bicentenario, la Legión de Honor de la República Francesa, el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades otorgado por el rey Felipe VI, la mención de honor “Senador Domingo Faustino Sarmiento” y el doctorado “Honoris Causa” de la Universidad de Buenos Aires. Murió el 30 de septiembre de 2020, a los 88 años.

Con un padre artístico tal, Mafalda no podría haber sido diferente a lo que fue. Y su pequeña banda urbana de revoltosos sociales, tampoco. Sólo se vive una vez. Si, como prometía Jorge Luis Borges, no hay otros paraísos que los paraísos perdidos; si hoy la señora Mafalda cumple sesenta, o cincuenta y ocho, pero la recordamos con su cara redonda, sus zapatitos Guillermina y su moño en el pelo, es porque aún nos espeja.

Ella y su banda todavía nos dicen como fuimos. Y hasta cómo pudimos ser.

© Infobae

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