sábado, 5 de febrero de 2022

Prioridades


Por Nicolás Lucca

Hace unos cuantos años, cuando era un purrete que pasaba todas sus tardes en la casa de sus abuelos hasta que sus padres lo pasaran a buscar al retornar de sus respectivos empleos, ocurrió una anécdota que aún recuerdo. Mi abuela había preparado un guisado exquisito, de esos que el aroma se percibe a cuadras antes de llegar a la vivienda. Paso por la cocina para chusmear y, casi en puntas de pie, veo que al final de la mesada hay un sambayón. Nunca supe bien cuántos huevos colocaba mi abuela en la preparación, pero creo que batía todos los récords de colesterol por cucharada.

Le pedí a mi abuela una cucharadas antes de almorzar, a lo cual me dijo lo obvio “primero la comida y luego el postre”. Creo que también me puteó por decirle sambayón y no sabayón o zabaione o como se diga. Yo, que lastraba más que la AFIP, le contesté que de todos modos iba a comer el guiso, pero que me antojaba un poco de flan antes. “El postre viene después de la comida”. Puede paracer una pelotudez que recuerde esto, pero no consigo recordar la situación puntual porque fue un acto repetido. Sí, cabezadura. O gordo flanero, como prefieran.

Una prioridad, según el diccionario de la Real Academia Española, es la anterioridad de algo respecto de otra cosa, en tiempo o en orden; o bien la anterioridad o precedencia de algo respecto de otra cosa que depende o procede de ello. Como el almuerzo antes del postre. Sin almuerzo, no sobreviene el postre, digamos.

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En diciembre una familia compuesta por ambos padres y tres chicos necesitó de 80.089 pesitos para no caer en la pobreza. Siguiendo los cálculos establecidos hace décadas a nivel internacional –y a los que la Argentina adhiere– para ser clase media, esa misma familia necesita un mínimo de 120.133 pesos mensuales. Básicamente, una familia con ambos adultos laburando por el salario mínimo es pobre. Una familia con un hijo menos y los dos adultos que laburan por el mínimo, es pobre. Trabajar para ser pobre.

Lograzo.

Las medidas del gobierno para paliar esta situación son un chiste que ya nadie tiene en cuenta. Hemos escuchado de precios congelados, precios controlados, precios cuidados, precios fijos para determinados cortes de carne y prohibición de exportaciones. Fue todo tan payasesco que ni recordamos a los pelotudos con chaleco de distintos sindicatos que paseaban por las góndolas para revisar que los precios fueran los correctos ante la inexistencia de la pregunta básica: ¿Qué pasa en los sindicatos que tienen a personas tan al pedo como para salir a matonear por las góndolas?

Supuestamente tenemos un ministro de Economía, pero las medidas antiinflacionarias se toman desde el ministerio de Producción. Así, Tincho Guzmán fue colocado en la cartera económica para ser ministro de la Deuda Externa. Y lo hizo como el orto. Tan choto es este gobierno que al ministro de Economía de un país como la Argentina le pidieron una sola cosa: que renegociara la deuda. Primero fue con los tenedores de bonos. Lo presentaron como un golazo cuando fue un arreglo pedorro que pateó el problema para más adelante. Después, con la ventaja, enorme ventaja de tener al país congelado por la pandemia y al mundo entero en otra por el mismo problema, demoró más de dos años en llegar a un entendimiento con el Fondo Monetario Internacional.

Es cierto que desde el kirchnerismo no le hicieron las cosas fáciles, pero tampoco le restemos mérito a Tincho, que durante el verano de 2021 se dedicó a pasear por universidades del interior para dar charlas magistrales sobre lo que hizo como el ojete. Le gustaron las cámaras, le gustó estar con la cúpula de La Cámpora. ¿El FMI? Cuando pinte.

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Imaginemos que existe una familia que quisiera darse a la estúpida idea de comprar una vivienda. Sí, es un pensamiento abstracto, pero hagamos el ejercicio de que existen esas clases de marcianos. Imaginemos que es un matrimonio joven, que tiene un proyecto de vida que quiere realizar y decide comenzar por la prioridad: un lugar como punto de partida. Si esos tórtolos quisieran aspirar a un departamentito de 40 metros cuadrados en un barrio común y corriente de la ciudad de Buenos Aires, o en Mar del Plata, o en Rosario, o en la Ciudad de Córdoba, esa parejita de jóvenes que trabajan en empleos de salario mínimo necesitaría 35 años de vivir del aire y pagar las cuentas con el amor que se tienen.

Pero como no se puede vivir del amor, supongamos que recurren a la lógica histórica de ahorrar el 33,3% de sus ingresos para comprar una vivienda. Dentro de unos 104 años podrán acceder a ese departamentito de una habitación para iniciar el camino de la realización familiar y recién ahí ver cómo hacer para conseguir algo más grande. Si la persona está soltera, simplemente multipliquen el número por dos: 70 años de comer tierra o 208 de ahorros.

Imaginemos que deciden recurrir a un crédito hipotecario –al cual no califican porque son pobres– e imaginemos que les dicen que sí. Como ningún banco otorga más del 75% del valor de una vivienda y demás cosas, les entregarían 9.360.000 pesos, o sea, lo que el banco interpreta que son 90 mil dólares, ya que les rige la cotización oficial sin impuestos. La parejita necesita 20.070.000 pesos solo para ese 75%, pero sólo podrán acceder a 42 mil dólares en el mercado paralelo.

Pero, como dijimos antes, son laburantes pero paupérrimos, entre los dos salarios mínimos alcanzan a cobrar 64 mil pesos por mes. O sea, solo podrán pagar una cuota de 19.200 pesos por mes. El tema es que la cuota para lo que aspiran es de 39 mil pesos por mes. Entonces, el banco solo puede otorgarles lo que ellos creen que son 44.307 dólares, o sea unos 4.6 millones de pesos. Imaginemos que todo funciona igual: al querer acceder a los dólares consiguen en el mercado paralelo 20.663 dólares. Casi el porcentaje que necesitaban aportar para que el banco les diera el resto.

Lograzo.

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Según un informe publicado el lunes pasado, se necesita una cuota hipotecaria de 84 mil pesos para acceder a una ratonera en una línea de crédito tradicional. Si se recurre al sistema UVA, la cuota asciende a 115 mil pesos. Por suerte, además de contar un ministerio de Economía que se dedica a gestionar como el orto la deuda, y de tener un ministerio de Producción abocado al control del precio del paquete de tallarines en el chino del barrio, contamos con un ministerio de Hábitat.

La idea de que se llame “ministerio de Hábitat” ya debería habernos advertido algo, dado que su definición es el “lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo, especie o comunidad animal o vegetal”. Nada dice de qué tipo de lugar es ese, por lo que puede tratarse de un piso vicepresidencial en Recoleta, o debajo del puente 12 en Camino de Cintura.

Si se ingresa a la página del ministerio que debería estar abocado a solucionar el problema habitacional de la República del Vamos Viendo, nos encontramos con que tienen una línea de crédito a 30 años y a tasa cero. Una ganga en un país con un 50% de inflación anual: en un par de años les sale más barato cancelar la acreencia que costear el trámite de cobro. A tener cuidado que el crédito es solo para la construcción, con lo que nos financian hasta 4.3 millones de pesos para un terreno. Unos 19.282 dólares.

Triunfazo.

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El salario mínimo de la República del Vamos Viendo hoy equivale a 143 dólares. Para ponernos a llorar, en 1993 era de 215 dólares con una canasta básica de 25 dólares. Hoy el mínimo no alcanza a cubrirla. Si contamos que la economía norteamericana también ha sufrido inflación en estas décadas, 215 dólares de 1993 equivalen a 400 dólares de hoy. 89.200 pesos. 2,7 salarios mínimos.

El desastre económico nos atraviesa día a día, pero ponerlo en contexto es necesario para dimensionar la acción-consecuencia de las decisiones políticas. En realidad, de la falta de decisión política. Porque podemos continuar a puteada limpia respecto a la suba del dólar, o cuestionar a la inflación del mes, o seguir contando pobres, que siempre habrá algún pelotudo que pueda justificarlo en alguna contorsión de yoga oral.

Pero la comparativa es lo que arrasa cualquier discurso. Dos siglos para un departamento pedorro; un salario mínimo de la década infame neoliberal son casi tres salarios mínimos de esta revolución maravillosa; el salario mínimo te alejaba de la pobreza y hoy te hunde en ella, y así. Y mejor no sumar los factores del subsidio para evitar que la medición de pobreza se vaya a las nubes: si pagásemos por los servicios de energía y transporte lo que realmente valen, el país se dividiría entre pobres y no pobres sin punto medio. Y una inmensa mayoría del primer lado.

Quizá sea por todo lo redactado que cuesta que el tema FMI se instale en la discusión pública por fuera de los microclimas retroalimentados entre medios de comunicación y redes sociales: porque cuesta entender el impacto de las decisiones políticas en nuestra vida cotidiana. Demasiado tiempo de gastar la que no entra como si no hubiera un mañana dejó un déficit fiscal atroz que debía costearse de alguna forma y apareció el FMI. Hoy hay que pagar, pero se pretende hacerlo sin dejar de darle con una retroexcavadora al cráter fiscal. ¿Cómo lo arreglamos?

Finalmente se llegó a un acuerdo de reducción de déficit fiscal a 0%. Pero sin reducción del Estado, eso implica solo dos cosas: aumento de tarifas (reducción de subsidios) y licuación del resto producto del crecimiento del PBI, la inflación y el retraso salarial y previsional. O sea: el ajuste lo paga el pobre, el boludo, el clase media.

Dos años después de insistir, tenemos el riesgo país a niveles de default y la incertidumbre lleva a que nadie quiera quedarse en pesos: todos lo gastan en algo por lo que el dólar sube, la inflación sube empujada por el gasto y el dólar, y así sucesivamente. Lo único que no suben son los salarios totalmente atrasados. Porque, repito por vez un millón, en la Argentina no se encarecen las cosas: estamos regalados y basta con comparar precios de productos cotidianos dolarizados. La nafta esta a menos de la mitad de lo que costaba, el transporte a un tercio, las tarifas a una cuarta parte, una Coca-Cola a la mitad, y así sucesivamente. Este viernes escuchaba los festejos por la caída del dólar blue. Cuando sube es ilegal, cuando baja es militable. Perdió diez pesos. Está bien, en un año subió 75 pesos, pero no vamos a dejar de celebrar esta victoria sobre el imperialismo consistente en arreglar con el Fondo, aumentar las tarifas, reducir el déficit gradualmente y patear la deuda para más adelante. Lo que le criticaron al macrismo, pero con los sindicatos aplaudiendo.

Ya que hablamos de sindicatos, cráneos de la vida a la hora de ordenar prioridades, han establecido un plan de acción frente a esta realidad que se devoró la mitad del poder adquisitivo en un año: marchar contra la Corte. ¿Jubilaciones, salarios? ¿Qué somos, el tercer mundo, acaso?

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La épica del acuerdo es risueña. Debería haber sido la prioridad número uno en materia económica, pero prefirieron patear hacia adelante mientras discurseaban en contra de los ajustes, a favor del déficit fiscal y la sarasa ad eternum de que «el mundo necesita replantearse el sistema capitalista». Acordaron gradualismo y licuación de déficit gracias a los dos principales socios del Gobierno: la inflación y el dólar blue. Algo que podría haberse resuelto hace tiempo requirió que nos hicieran percha el poder adquisitivo para poder aumentar la recaudación tributaria con el aumento de precios. Pero con soberanía, Patria e independencia económica.

Recuerdo el eslogan de la Televisión Pública durante el mundial 2010 y no puedo dejar de comparar, darles la razón y notar que aún piensan así: jugar terriblemente mal pero dirigidos por un líder carismático elevado a la categoría de Dios, clasificar con un gol agónico en tiempo de descuento bajo la lluvia y creer que nos vamos a comer el mundo. Hasta que nos agarra Alemania, nos mete cuatro pepas y nos manda a casa en cuartos de final.

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El kirchnerismo no tiene enemigos reales. Nunca los tuvo. Y eso es un tema, porque como decía sarcásticamente –y con un gran dejo de verdad– Umberto Eco, “tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad, sino también para procurarnos un obstáculo con respecto al cual medir nuestro sistema de valores y mostrar, al encararlo, nuestro valor; por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”.

Hoy el enemigo es el FMI y la Corte Suprema, como antes lo fueron el campo y los fondos buitres, y siempre lo serán los medios hegemónicos y las políticas neoliberales sin que nadie pueda decirnos cuáles son esas políticas neoliberales. Se requiere de un enemigo para lograr la unidad de los propios frente al fracaso absoluto, temerario y apabullante de una gestión que no tiene un solo logro, ni uno, para mostrar a más de dos años de haber iniciado su mandato. Ni uno.

Todos compraron vacunas, pero nosotros lo hicimos con bardo y militancia. Todos sufrieron la pandemia, pero nosotros nos hundimos. Y así, cuando de vez en cuando bajan a tierra y deciden laburar, piden un gesto de la oposición. Todo para que venga la Jefa a forrear al FMI. Y está perfecto. De vez en cuando alguien tiene que recordarles que necesitan de un enemigo. Mirá si todavía tienen que ponerse a laburar y resolver los problemas, lo cual implicaría ordenar prioridades.

Mejor darnos el lujo de dar clases macroeconómicas geopolíticas que comerse el garrón de ordenarse. Mejor clavarnos el sambayón antes, aunque luego nos caguemos de hambre.

O sabayón.

O zabaione.

© Relato del Presente

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