miércoles, 20 de octubre de 2021

Sobre pactos, mejor hablar después del 14

 Por Pablo Mendelevich

Ned Price, vocero del Departamento de Estado norteamericano, pidió el lunes no mezclar la situación de Álex Saab, presunto testaferro de Nicolás Maduro, con las negociaciones de éste con la oposición venezolana en México. Furioso con la extradición de Saab a Estados Unidos, Maduro decidió retirarse de las negociaciones, lo que no hizo más que confirmar la importancia que para el dictador tiene el operador financiero recientemente extraditado de Cabo Verde a Florida.

Price aseguró que en Estados Unidos “la aplicación de la ley es independiente de la política y los cargos criminales contra Álex Saab son anteriores y no tienen relación con las negociaciones políticas; operan en otra vía, no hay conexión”.

Aunque habrá quienes no terminen de creer en la separación de política y justicia que Estados Unidos se jacta de practicar como rutina, desde la perspectiva argentina el tema es muy interesante porque está en el nudo del atolladero que le espera a nuestra democracia después de las elecciones del 14 de noviembre. Soslayado por los escándalos cotidianos de un oficialismo que con su propia crisis se adelanta a su derrota más que a ningún otro asunto, un futuro complejo y agitado se divisa en el horizonte. Habrá, se sabe, una nueva relación entre gobierno y oposición. Pero ¿cómo será? Muchos creen que se necesitarán pactos para que el país no termine de hundirse. Es difícil imaginar, sin embargo, cómo encajaría en ese ambiente de Moncloa repentino el simultáneo fracaso eventual del plan de Cristina Kirchner para zafar de la Justicia, plan hoy lleno de grises. La vicepresidenta, está dicho, volvió al gobierno dispuesta a verificar que Alfredo Yabrán fue certero cuando le preguntaron qué es el poder. Tener impunidad, contestó Yabrán.

¿Justicia independiente de la política? Nadie podría describir en la Argentina algo equivalente a lo que dijo el vocero del Departamento de Estado sin temor a que le crezca la nariz. En rigor, la contaminación efectiva de los tribunales por la política no es acá algo constante sino ocasional, el problema es que resulta casi imposible comprender con certeza cuándo manda la partidización o se impone un juego de extorsiones recíprocas y cuándo los jueces simplemente se ajustan a derecho. Gracias a esa nebulosa Cristina Kirchner encontró una rendija para defenderse de las múltiples acusaciones que la persiguen penalmente. Añadió a los medios al estofado y se declaró víctima de una aviesa conspiración, a la que llamó, no exenta de dificultades de pronunciación, “lawfare”. Pero así como Woody Allen dice que el hecho de que seas paranoico no quiere decir que no te estén siguiendo, que la Justicia argentina esté escorada por los partidismos de turno no significa que Cristina Kirchner sea una inocente víctima de persecución política atenazada por jueces venales y medios todopoderosos.

Para aliviar el mareo colectivo la prensa suele ilustrar cualquier resolución judicial con la ficha personal, a veces hasta patrimonial, no ya del encausado sino del juez. Pero eso tampoco garantiza una taxonomía rigurosa, porque es el sistema, no sólo los individuos, el que tiene incorporado el reflejo de prestar atención a la dirección del viento, como si la balanza de la Diosa de la Justicia hubiera sido sustituida por una veleta. “Comodoro Py es un lugar que divide los expedientes entre ‘sensibles’ y ‘comunes’ y se adecúa a los tiempos y poderes de turno”, dice Hugo Alconada Mon en “La raíz de todos los males”, donde explica en detalle cómo funciona la maquinaria.

Los jueces y fiscales siempre fueron procíclicos, no investigan al funcionario mientras conserva el poder, un cuidado que en parte se extiende a las causas pendientes. La novedad sería ahora un gobierno muy debilitado al que le quedan dos años por desandar. Para colmo, un gobierno peronista que recuperó el poder venerando el milagro de la unidad del Movimiento. Bastó la primera cuota de la derrota –que destruyó el mito de la unidad invencible- para dejar en evidencia la dudosa calidad del pegamento utilizado. Ya van dos demostraciones contundentes: la interna a cielo abierto entre el presidente y la vicepresidenta en la semana posterior a las PASO y la segmentación del 17 de octubre, una remake de bajo presupuesto del conflicto setentista entre el sindicalismo peronista tradicional y el “entrismo”, como solía decirles Antonio Cafiero a los que creían o fingían que la patria socialista era el destino final del peronismo.

Casualmente esta semana volvió en Río Gallegos el hit “Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”. Sería pintoresco si no fuera porque el hit retumba mientras la destinataria practica de verdad, en su cabeza, la “liberación”: sabotea el entendimiento con el FMI que la otra rama del gobierno, la más débil, dice estar a punto de alcanzar.

Así las cosas, mientras el Frente de todos blanquea sus disputas nada ornamentales, cuando las causas por la corrupción de la Era K podrían reavivarse y refrescar las severas cuentas pendientes con la Justicia de la vicepresidenta y su equipo, ¿cómo se insertaría la concordia necesaria para conseguir acuerdos entre oficialismo y oposición? Si una parte del peronismo que la devolvió al poder quisiera ahora decir, a la manera del vocero Ned Price, que las causas de Cristina Kirchner son preliminares y no tienen relación con negociaciones políticas, ¿acaso podría hacerlo?

Miguel Angel Pichetto, el dirigente de Juntos por el Cambio más importante de los que acumularon experiencia del otro lado de la medianera, le marcó a sus colegas de la oposición un camino de sensatez que no todos parecieron haber escuchado: la campaña electoral no es el ámbito más apropiado para discutir a viva voz sobre imaginarios acuerdos post electorales, precisamente porque es, por definición, un tiempo de competencia. La discusión pública sobre buscar acuerdos que impulsó Sergio Massa, el dirigente oficialista más nómade, y que la propia Cristina Kirchner entre latigazos y desprecios dice abonar, parece tan absurda como extemporánea. Lo que no significa que la política no deba pensar con urgencia puertas adentro acerca de la gobernabilidad para los próximos dos años, desafío relativamente novedoso, mucho más cuando se agregan las imprevisibles consecuencias que podría tener un enfático recálculo judicial del viento político.

Con impostada malicia se dice que lo mejor que puede hacer la oposición para volver a ganar es no interrumpir al gobierno, abocado como está a ofrecer casi un escándalo piantavotos por día. En todo caso la disyuntiva no es si una dirigencia que no está acostumbrada a pactar debe precipitar una discusión sobre la necesidad de hacerlo o no. Hay dos problemas también muy difíciles, mucho más acuciantes: cómo hacer para que frenar el burdo clientelismo proselitista que el gobierno está llevando adelante con fondos públicos y cómo garantizar la transparencia de los comicios. Discutir cosas trascendentes antes de hora sería, en palabras de Hugo Moyano, comerse la cena en el almuerzo.

© La Nación

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