viernes, 17 de septiembre de 2021

Una crisis inédita entre un presidente debilitado y una vice con un poder real y efectivo


Por Félix Lonigro (*)

La figura del vicepresidente no tiene una importancia significativa en el esquema institucional de la Argentina. En efecto, su rol principal es el de reemplazar al primer mandatario cuando está ausente transitoriamente, o bien asumir la presidencia si la ausencia de aquel es definitiva. Mientras tanto, como tarea cotidiana, la Constitución Nacional lo ha puesto a presidir el Senado de la Nación, pero sin legislar, ya que únicamente participaría en el proceso de sanción de una ley si fuera necesario desempatar por existir igualdad de votos entre los senadores.

Su ausencia tampoco es preocupante, a tal punto que la Ley Fundamental no obliga a reemplazarlo en caso de ausencia, delegando en el Congreso la decisión de convocar a elecciones para que el pueblo designe a otro, lo cual solo ocurrió una vez en la historia de la Argentina, cuando el vicepresidente de Juan Domingo Perón (Hortensio Quijano), fue reemplazado por Alberto Teisaire merced al voto popular.

Más allá de este caso excepcional, nunca se reemplazó a un vicepresidente renunciante, y cuando un vicepresidente debió asumir la presidencia por fallecimiento o renuncia del primer mandatario (lo cual ocurrió en seis oportunidades en nuestro país), el cargo también ha quedado siempre vacante.

En 2019 ocurrió algo inédito, ya que Cristina Fernández (quien había conducido los destinos de la Nación entre 2007 y 2015), teniendo la posibilidad de ser candidata a ocupar la presidencia por tercera vez, decidió auto postularse para ser vicepresidenta, y propuso como candidato para presidente a Alberto Fernández, siendo dicha fórmula elegida para gobernar en el período presidencial actual.

No solo por primera vez en la historia de la Argentina un presidente se convertiría luego en vice, sino que además, también por primera vez un vicepresidente tenía más poder real que el mismo primer mandatario al que acompañaba. Eso generó una fisura en el esquema institucional, que solo podría disimularse si la gestión del gobierno hubiera sido exitosa. Pero era previsible que ante el primer traspié electoral la crisis estallaría inevitablemente, porque no puede funcionar adecuadamente una conducción en la que el poder material lo tiene quien viste la banda presidencial, pero el poder real lo posee quien preside el Senado.

Es cierto que en la vida política del país se han producido situaciones de tensión entre presidentes y vicepresidentes. Ya el primer caso apareció en la Primera Junta de Gobierno, en la que el presidente Cornelio Saavedra tuvo grandes desencuentros con Mariano Moreno, uno de los dos secretarios de dicho órgano. Hasta se cuenta que fue el mismo Saavedra quien mandó a matarlo cuando viajaba en misión diplomática a Londres.

El presidente Frondizi también tuvo una fuerte disidencia con su vicepresidente Alejandro Gomez, como consecuencia de la política petrolera implementada por el mandatario desarrollista, motivo por el cual renunció a su cargo apenas seis meses después de haberlo asumido.

Por su parte nadie puede negar los recelos que hubo entre Néstor Kirchner y su vicepresidente Daniel Scioli, así como la enorme tensión entre Cristina Fernández y Julio César Cobos, a raíz del voto “no positivo” emitido al desempatar en aquella memorable noche del 17 de julio de 2008, cuando el Senado debatía la aprobación de la histórica Resolución 125 contra el campo.

Pero los casos señalados eran muy diferentes al actual, no solamente porque las diferencias se suscitaban entre presidentes con ejercicio formal y real del poder, por un lado, y por el otro vicepresidentes que claramente tenían una estatura política muy inferior a la de los primeros mandatarios a los que acompañaban, sino además porque, en el caso del gobierno desarrollista de Frondizi, su vice decidió renunciar al cargo, mientras que Scioli y Cobos decidieron hacer silencio y no confrontar con Kirchner y con Cristina respectivamente.

La situación institucional que se presenta en la coyuntura actual es de una gravedad mucho mayor, por cuanto la crisis está generada entre un primer mandatario con un poder político debilitado, y una vicepresidenta con ejercicio del poder real y efectivo. Pues ahora es claro que Cristina Fernández ya no solo controla y mira de reojo al presidente a quien entronó, sino que además lo pone en el centro de las críticas, y elíptica pero claramente lo señala como responsable de la debacle electoral de domingo pasado.

De los diferentes treinta y cinco presidentes constitucionales que tuvo la Argentina desde 1854, nueve renunciaron a sus cargos (el 25%), lo cual refleja que las renuncias presidenciales no son extrañas en la Argentina. Pues de acuerdo a como se van desarrollando los acontecimientos post electorales en el seno del oficialismo, hay un serio y fundado peligro que esa situación vuelva a producirse en la Argentina.

(*) Félix Lonigro es abogado constitucionalista

© Infobae

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