miércoles, 7 de julio de 2021

El peronismo y un cuento chino

 Por Pablo Mendelevich

En tiempos de Illia se fundó la primera organización argentina que adoptó (¿o adaptó?) al maoísmo como ideología. Se llamó Vanguardia Comunista. En nuestro país el maoísmo nació, curiosamente, como una escisión del Partido Socialista Argentino (PSA). Los fundadores de Vanguardia Comunista eran alrededor de doscientos. Se proclamaron marxistas leninistas y se mancomunaron bajo la inspiración del Partido Comunista Chino con el fin de convertirse en la vanguardia del proletariado argentino. Meta que, huelga aclararlo, no alcanzaron.

Sendas delegaciones llegaron a viajar a Pekín un par de veces, donde los maoístas criollos quedaron oficialmente bendecidos. Abrieron regionales en varias provincias, entre ellas Córdoba, y abrazaron con mucho más fervor que masas la idea de la guerra popular prolongada, con el eco de la simpatía por la lucha armada. En el camino despotricaban contra el “revisionismo” del Partido Comunista Argentino, porque negaba las enseñanzas de Marx, Lenin y Stalin.

Según quienes decían seguir el pensamiento de Mao Tse Tung, el peronismo expresaba los intereses de la burguesía, pero al igual que otros grupos radicalizados de izquierda discutían cómo entrarle: querían escribir en el mismo renglón peronismo, socialismo y revolución.

En la década del setenta Vanguardia Comunista tenía su rama universitaria, la TUPAC (Tendencia Universitaria Popular Antimperialista Combativa), opción política que en Córdoba cautivaría a un estudiante de Derecho apodado desde entonces “el Chino” no sólo por razones fisonómicas: Carlos Zannini.

Mucho antes de pasar ocho meses en prisión por la causa del Memorándum con Irán, Zannini padeció cuatro años de cárcel acusado de “subversivo”, no por la dictadura sino por el gobierno constitucional de Isabel Perón. Lo detuvieron en julio de 1975 en la esquina de la confitería El Molino, de Córdoba. Fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo.

Probablemente para ahorrar tinta y no enredarse con las telarañas de la prehistoria, en su momento Página 12 aligeró la biografía de Zannini: informó que lo había secuestrado la dictadura. Sin embargo, que haya sido un preso político, como lo fue, del gobierno peronista y que eso le haya sucedido antes de volverse peronista (y santacruceño) es uno de los capítulos más notables de la vida del actual jefe de los abogados del Estado. La dictadura lo mantuvo detenido en la Unidad Penitenciaria 1 de La Plata. Zannini tuvo más suerte, pues, que muchos de sus compañeros, incluido el líder de Vanguardia Comunista, que se llamaba Roberto Cristina, secuestrado y desaparecido en 1978.

Es posible imaginar la tormenta de emociones que al militante maoísta de los setenta cuyo apodo hoy perdura, es decir al Procurador General del Tesoro que está abocado a la quiebra de Macri, debió producirle este martes el discurso de Alberto Fernández en ocasión del centenario del Partido Comunista Chino. Fernández habló como presidente del Partido Justicialista. Hizo, casualmente, un cuento chino.

Dirigiéndose (en forma virtual) a Xi Jinping, para quien razonablemente no escatimó elogios personales, dijo que él milita desde los 14 años. Militancia que, dio a entender, se desplegó siempre en el Partido Justicialista. Es bueno que eso lo sepa el militarista Alberto Asseff, fundador del Partido Nacionalista Constitucional Unión para la Integración y el Resurgimiento (UNIR), quien desde hace años repite que Alberto Fernández, no un homónimo sino el que Cristina Kirchner insertó en la fórmula, era el engominado presidente de la juventud de su partido. Assef ha tenido una proverbial elasticidad en el mercadeo de partidos para temporada electoral, pero, nacionalista al fin, la reputación de su sello quedó asociada a cuando le ofreció, en 1989, la candidatura presidencial al general Onganía.

“Hoy tengo el honor y la responsabilidad de conducir nuestro partido –dijo ayer el presidente de la Nación- y tanto mis convicciones como los ideales de nuestro partido se han mantenido con los años inalterables”. La frase, que por la sintaxis parece precipitarse a la traducción china, está tomada del sitio oficial de la Casa Rosada.

Debido a que el presidente Xi, a quien los chinos valoran casi como un emperador, además de conducir la segunda potencia mundial tiene que atender un partido con 91 millones de afiliados, es casi seguro que no se ocupó de verificar que el Partido Justicialista y su actual presidente “se han mantenido con los años inalterables”. Pero ya que Xi también batió comunismo con capitalismo -es cierto, al Partido Comunista Chino le fue un poco mejor que al peronismo- no puede decir nada del tipo de inalterabilidad que enorgullece a nuestro Fernández. A nuestros Fernández.

Más o menos a la misma edad a la que Zannini era maoísta, Alberto Fernández habría sido una especie de onganiísta. Los comienzos siempre pueden parecer algo exóticos. Pero en los noventa, cuando ocupó su primer puesto político importante, participó, se sabe, de lo que hoy el pero-kirchnerismo llama, con la nariz tapada, neoliberalismo: nombrado por Cavallo, era el superintendente de Seguros de Menem. Precisamente desde la fuerza de Cavallo, Encuentro por la ciudad, sería elegido más tarde diputado porteño. En el medio fue funcionario de Duhalde. Luego recaló en el neoprogresismo kirchnerista, que denunciaba a voz en cuello los estropicios del pasado argentino antipatriótico.

Podría decirse que Fernández permaneció inalterable. Que lo que se alteró fue su entorno. El problema es que en forma solemne el Presidente le aseguró a la República Popular China íntegra que todo permaneció inalterable, tanto él como el Partido Justicialista. Los chinos tampoco entienden, claro, que hablar de peronismo y de Partido Justicialista no es igual, que el primero es sustancial, el segundo, una cáscara vacía, en palabras de quien fuera uno de sus vicepresidentes, Hugo Moyano. No era apropiado este magno día partidario para fatigarlos con sutilezas.

Además, ¿cómo hacerlo? “El nacimiento del Partido Justicialista en la Argentina está directamente asociado al profundo reconocimiento del pueblo por la acción desplegada por Juan Domingo Perón”, resumió Fernández, a la manera de la historia adaptada a la necesidad. Lógico, no se iba a poner a contar que Perón, movimientista nato, aborrecía los partidos y que lo primero que hizo en 1946 apenas ganó las elecciones fue disponer la disolución de todos los que habían apoyado su campaña, para crear el Partido Único de la Revolución. Ni que la ambigüedad peronismo-Partido Justicialista (el PJ se creó recién en 1971) es intencional. Mucho menos, que no existe continuidad orgánica ni carrera política alguna dentro de esa endeble, coreográfica, ocasional estructura partidaria.

En pos de no extenderse, quizás, Fernández también metió una frase que sugiere espejación del partido único chino. “En la Argentina el Partido Justicialista es el partido del pueblo, de todos los trabajadores y de todos los empresarios”, arranca el párrafo, que pretende mitigarse sobre el final con un “…de todos aquellos que comparten una idea central: no hay realización individual en una comunidad que no se realiza”. Prosa confusa, no se sabe si destinada a complacer al auditorio o a adelantarle novedades.

Hay que consignar que en el discurso, que debe haber tenido una audiencia bastante más numerosa que las de los actos domésticos, hubo dos ausencias sonoras. Una fue la del llamado lenguaje inclusivo: no se sabe por qué, pero a los chinos no les tocó. Quizás fue porque le pidieron brevedad o para no enloquecer al traductor al mandarín. Ya sabemos, para que Alberto Fernández hable como una persona normal hay que intercalar chinos entre los oyentes.

La segunda ausencia fue la de los Kirchner. Habló mucho de Perón y Evita, pero no mencionó al matrimonio peronista de este siglo, equiparación que los kirchneristas nunca omiten.

De Perón celebró que hace sesenta años se carteó con Mao. Por suerte no se detuvo en los contenidos de las cartas. Creador original del estilo Zelig que con esfuerzo cultiva Fernández, Perón le escribió al líder chino en 1965 que el imperialismo impidió en 1955 “que nosotros cumpliéramos la etapa de la Revolución Democrática (las mayúsculas son del general) a fin de preparar a la clase trabajadora para la plena y posterior realización de la Revolución Socialista”. Tampoco es buen momento este para que Putin se entere de lo mal que Perón le habló a Mao de los rusos, esos “aliados del imperialismo norteamericano”. ¿Para qué? En 1965, el epistolar Perón vivía refugiado en la España franquista, luego de deambular en la segunda mitad de los cincuenta por todas las dictaduras latinoamericanas.

Aunque se comprende el negocio, ni siquiera sería oportuno que los argentinos varados por el mundo escuchen de boca del Presidente que los varó que el gobierno argentino está trabajando incansablemente para que los ciudadanos chinos puedan visitar el país, facilitarles sus desplazamientos por nuevas rutas aéreas y simplificarles los viajes.

Cerró: “Los partidos políticos son los instrumentos más genuinos para hacer avanzar a los pueblos en pos de un mayor bienestar”. ¿Cuántos partidos? ¿A qué se refiere el plural? Porque el asunto es que ellos tienen uno solo y nosotros tenemos varios, lo cual no es un detalle.

Nos encantaría aprender un montón de cosas de los chinos. Justo esa no.

© La Nación

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