lunes, 31 de mayo de 2021

Vuelve la guerra contra las escuelas, y los k la siguen perdiendo

 Por Marcos Novaro

Axel Kicillof dice que miles de padres porteños se niegan a mandar a sus hijos a las escuelas que de prepo quiere mantener abiertas Larreta. Y que la presencialidad en la ciudad “es un mito”.

No se enteró, o simula no enterarse más bien, que hasta reputados militantes k de la ciudad se vieron forzados en los últimos tiempos a ceder a la presión de sus hijos, y abandonando sus prejuicios los están dejando ir a clases. 

Como ya estaban haciendo desde un principio todo el resto de los habitantes del distrito, contra la campaña ridícula del miedo a las aulas abiertas que vienen propalando los órganos y voceros del gobierno nacional. Y los gremios adictos, con huelgas que muy pocos acatan.

Pero la guerra igual continúa. Y tras los 9 días de encierro a los que el gobierno porteño se plegó, va camino a intensificarse nuevamente.

La levanta como bandera de campaña toda la maquinaria de politización de la pandemia montada por el oficialismo, en la expectativa de que finalmente prenda el argumento de que la culpa de que Argentina esté al tope de las tablas mundiales de contagios y muertes es de los runners y los chetos de la ciudad, y de las autoridades que los alientan. Alejandro Bercovich, un habitualmente solícito propalador de este tipo de mensajes, lo dijo en estos días en forma casi demasiado sincera: quiso mostrarse preocupado de que HRL esté haciendo un mal cálculo, y pague por mantener las escuelas abiertas “con miles de muertos”. Así que según él Larreta es dos cosas a la vez, un desgraciado que juega con la vida de la gente y un improvisado que decide con mala información en sus manos.

Investigadores del Conicet, esa aristocracia mal paga e hiperpolitizada de la degradada burocracia estatal que tantos servicios presta al “gobierno de los científicos” en estos días, ayudaron también a apuntalar las proclamas de guerra, con un informe que pretendió mostrar que gracias a que la provincia de Buenos Aires había cerrado las aulas estaba logrando que los contagios disminuyeran rápidamente, mientras que en la ciudad seguían muy altos. Pero esos datos no resistieron el menor análisis: la comparación se hacía sobre una base de testeos absolutamente desproporcionada en los dos distritos, y encima inestable, así que el estudio de “científico” no tenía nada, era en verdad un mamarracho que decía lo que sus autores, ideológicamente motivados, pensaban desde el comienzo.

Algunos de los firmantes del adefesio tuvieron que reconocerlo y relativizaron sus conclusiones. Pero los voceros oficiales siguen todavía hoy usándolo como “prueba científica” en la guerra contra la CABA, y contra todos quienes reclaman en el país que se mantengan las aulas abiertas. Alberto y su kirchnerismo de segunda selección se ha metido ya demasiadas veces en problemas por esta mala costumbre de armar estadísticas con camelos, números inventados, comparaciones mal planteadas. Pero la combinación de fanatismo, desvergüenza y cuadros de excel es ya toda una seña de identidad, que no van a poder sacarse de encima aún cuando quisieran hacerlo.

Es la misma pulsión que empuja a Alberto a presentarse como “profesor de Derecho” cada vez que promueve, con criterios absurdos, medidas y proyectos inconstitucionales. Que cuando son objetados desde el Poder Judicial, él insiste en avalar con la autoridad que le da el “saber”, tachando de “mamarrachos” los fallos y argumentos de la Corte, los tribunales y todo aquel que ose contradecirlo.

No muy distinto de lo que hacen Kicillof y su grupito de apóstoles de “el Colegio”, cuando repiten como loros las mismas burradas infantiles y agresivas, una y otra vez, manteniendo siempre la pose del sabihondo que se dirige a una masa de ignorantes, formada tanto por sus adversarios como por sus propios votantes. Ellos, en su infinita sabiduría, nos advierten cada vez que Larreta, los medios o el resto de la oposición “se ponen del lado del virus”, como dijo Carlos Bianco, el jefe de gabinete de la gobernación, días atrás, para que nos dejemos guiar por la verdad que anima sus decisiones.

Es curioso, muy curioso: para esta gente el saber es un criterio de legitimación de enorme valor en la lucha política. Y pretenden que siempre está de su lado: las decisiones que toman se afirman en lo que ellos saben y los demás no. Pero al mismo tiempo, tal vez por una mezquina forma de concebir la reproducción de esta legitimidad, que los demás estudien, aprendan y superen su estado de ignorancia no es algo que los desvele. Más bien al contrario: en su perspectiva ese es un lujo que solo ellos pueden darse, los demás tienen que conformarse con dejarse llevar, y con comer. Y comer de su mano, de ser posible.

Así es que Alberto, Kicillof y compañía dan cátedra cada vez que hablan. Y mientras tanto los niños y jóvenes de la provincia de Buenos Aires, y en menor medida los del resto del país, van camino a cumplir dos años sin pisar un aula. Tiene su lógica: lo único que estos deben aprender es lo que aquellos tienen para enseñarles, así que basta con que los escuchen, ¿para qué van a andar perdiendo el tiempo con libros y maestros?

Kicillof y su gente insisten en que el riesgo es enorme y el daño de no tener “presencialidad” es reparable con educación a distancia. Pero un estudio realizado en escuelas públicas, tanto de Buenos Aires como de las demás provincias, muestra que apenas en 2 de cada 10 hay contactos sincrónicos entre alumnos y docentes. En la enorme mayoría la “educación a distancia” consiste tan solo en mensajes de whatsapp que mandan los maestros con tareas y material didáctico, con más o menos regularidad según los casos, y que luego “controlan” que los alumnos hayan cumplido, con muy poca o ninguna devolución de su parte. Algo que se parece bastante, dicho mal y pronto, a un fraude educativo y laboral.

Ni Alberto ni Kicillof parecen preocupados por estos detalles. Tal vez porque actúan bajo el supuesto de que sus votantes, mayoritariamente pobres del conurbano, mucho no se preocupan por la educación. Están atentos a comer, y mientras al distrito le lleguen los fondos nacionales necesarios para garantizárselo, el FdeT seguirá siendo su mejor opción a la hora de depositar el voto. Habrá algunos que, viendo que del otro lado de la General Paz las escuelas funcionan medianamente bien, se quejen de que sus hijos no reciben, cada tanto, más que unas míseras fotocopias con las que no saben muy bien qué hacer. Pero, en su infinita sabiduría, tanto Axel como Alberto parecen convencidos de que ese riesgo será más que compensado con el argumento bélico de que “la culpa es del enemigo”: los contagios, las muertes, y por extensión la caída de la actividad, el empleo y el consumo serán todos atribuibles al maldito Larreta que se “quiso salvar solo”, y “a nuestra costa”. Bianco lo dijo también muy claramente días atrás: “los bonaerenses tenemos que hacer un doble esfuerzo” culpa de que “la ciudad se niega a cerrar”. En este marco, querer más que fotocopias es casi como una traición a la patria, como querer que tu abuela se contagie y se muera.

Lo único que realmente importa en este enredo, si los contagios crecen o no por mantener las escuelas abiertas, y si se justifica por tanto el enorme daño educativo y la enorme injusticia y desigualdad que se genera al cerrar las aulas, queda así por completo fuera de discusión.

Como queda también fuera de la vista el hecho indiscutible de que, si los contagios han crecido tanto en el país es porque no hay vacunas, no hubo ni hay testeos y rastreos suficientes en casi ningún lado, y porque muchos de los controles anunciados por las autoridades nacionales son puro marketing, en la práctica no se hacen o se hacen tan mal que no sirven más que para complicarle la vida a la gente. Y esto viene siendo así desde hace un año y medio, y lejos de corregirlo, se insiste con la misma medicina.

Un buen ejemplo de esto último han sido las pinzas policiales en los accesos a la ciudad durante estos últimos 9 días de cuarentena estricta: los automovilistas perdieron horas y horas para atravesar controles en que los agentes ni miraban siquiera los permisos que se les mostraban, ¿para qué todo ese circo sino para simular que “nos cuidan”?

Es que la simulación es el arte más cuidadosamente cultivado por Alberto, Kicillof y su gente. Que les permite presentarse como funcionarios formados, diestros en el manejo de muy sofisticadas disciplinas. Pese a que en verdad no se distinguen demasiado de los charlatanes de feria. No vaya a ser que más gente se detenga un momento a pensar, a rascar la superficie de los mensajes oficiales, y descubra lo poco que hay detrás del cartón pintado.

© TN

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