sábado, 3 de abril de 2021

Sin suficientes anticuerpos, el virus crece


Por Héctor M. Guyot

A veces estamos dormidos, anestesiados, y tiene que venir alguien a despertarnos. “Las instituciones débiles y un sistema judicial a menudo ineficaz y politizado socavaron los intentos sistemáticos de frenar la corrupción”, dijo sobre la Argentina el Departamento de Estado norteamericano en su informe anual sobre los derechos humanos conocido esta semana, el primero desde que el demócrata Joe Biden asumió la presidencia. 

Lo mismo hizo hace poco Human Rights Watch respecto de la violación de los derechos humanos en Formosa. Entre nosotros, en cambio, la naturalización de hechos inadmisibles en una verdadera democracia es moneda corriente. ¿A qué se debe esta falta de reacción?

Ya desde su encarnación previa, el kirchnerismo dio a cada paso pruebas de que no quería jugar dentro del sistema. Casi sin disimulo, buscó socavar desde adentro la imperfecta democracia argentina para reemplazarla por un régimen autocrático donde la voluntad de Cristina Kirchner prevaleciera sobre la ley. Antes y ahora, los embates contra la Justicia y contra el periodismo han apuntado tanto a garantizar impunidad como a imponer una hegemonía donde no caben voces disidentes. En ella, el diálogo es reemplazado por un discurso único que transforma en enemigos a los que no se alinean. Cuando se mira en retrospectiva, es difícil entender cómo una facción que apuntaba tan abiertamente a la destrucción del sistema que la contenía ha podido crecer como lo hizo. Han fallado –y aún fallan– los anticuerpos. Como si un virus fuera bienvenido y aceptado como parte constitutiva por el cuerpo que está debilitando y acaso llevando a la muerte. Para que algo así suceda, ese cuerpo ha de estar enfermo desde hace mucho tiempo.

Hemos naturalizado al kirchnerismo como un jugador más. Así como hemos naturalizado sus ataques permanentes contra la división de poderes, a los que asistimos y comentamos como si se tratara de un procedimiento admisible o de una estratagema válida en la lucha por el poder. Los periodistas somos, en primer lugar, cronistas. Contamos lo que pasa. Sin embargo, si en un partido de fútbol uno de los equipos reduce al árbitro y coloca el silbato en el cuello de uno de sus jugadores, cualquier relator se detendría y diría que así el partido no puede seguir. Hoy la prioridad del kirchnerismo en el gobierno es reducir al árbitro, reescribir las reglas de juego y quedarse con el silbato. Sin embargo, una parte significativa de la prensa –y no me refiero a la militante– ha venido relatando el partido como si nada de esto ocurriera. Los que desde el poder conspiran para quebrar la democracia republicana muchas veces son tratados en los medios como demócratas que forman parte del sistema, cuando en verdad lo están dinamitando.

El primer anticuerpo que falló es el del propio partido, que se entregó ante la posibilidad de un triunfo electoral. El PJ no dudó en volver a encolumnarse detrás de una líder que, así como había intentado colonizar las instituciones, había humillado a un peronismo al que usa y descarta según le convenga. Ese uso, con el poder territorial y la caja de por medio, es recíproco. Sin embargo, tiene un costo. Gobernadores e intendentes justicialistas se alarman del modo en que la vicepresidenta somete al Presidente, pero ¿qué pasa por casa? Nadie entre ellos se le anima. Por miedo, por conveniencia, prevalece la subordinación. En los hechos, esto quiere decir que el peronismo avala el ataque contra el sistema que perpetra el kirchnerismo. Si de salud democrática se trata (y sin desconocer los derechos que el primer Perón reconoció a una clase hasta allí injustamente postergada), no hay duda de que el peronismo actuó más como virus que como anticuerpo a lo largo de la historia. Pero nunca es tarde. También su supervivencia está en juego.

Tampoco hay que olvidar que el aumento de la pobreza, el derrumbe económico, el desmanejo en la gestión de la pandemia y la falta de rumbo que hoy padece la Argentina son consecuencia del voto. Ese voto refleja a una sociedad dividida que, sin embargo, en su mayoría avaló el regreso al país paternalista, prebendario y corporativo descripto en la causa de los cuadernos de las coimas. No importa si por efecto del clientelismo, del cálculo cínico, de la ingenuidad, del fanatismo ciego o de todo eso junto. Todavía no hemos entendido qué significa la pulsión autoritaria y egocéntrica de quien hoy mueve las fichas. “Entre la economía y la salud, eligieron salvar a Cristina de las causas judiciales”, dice un chiste que circuló en las redes y que Osvaldo Bazán rescata en su libro Seamos libres. Por eso estamos como estamos y por eso se frustró el fugaz diálogo entre Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta al principio de la pandemia. Con el Gobierno en plena radicalización de su ofensiva sobre la Justicia, cualquier invitación al diálogo no es otra cosa que un simulacro. ¿De qué vale una mano extendida cuando la otra sostiene el cuchillo?

© La Nación

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