sábado, 17 de abril de 2021

Las vacunas no llegan y los votos se van


Por Héctor M. Guyot

Pocas veces hemos visto, como en el discurso del miércoles, a un Alberto Fernández más solo y aislado. El Presidente buscó hacer una demostración de fuerza, pero ofreció en cambio un retrato de su debilidad. Con el endurecimiento de los cierres, con la suspensión de las clases presenciales, contradijo lo que habían dicho poco antes sus ministros de Salud y de Educación. 

Más grave aún, demostró haber desarrollado una preocupante insensibilidad hacia las angustias de la gente. Ofuscado, encerrado en sí mismo, parece un hombre perdido en un laberinto al que entró sin brújula ni mapa, y por eso mismo se lo ve cada vez más sometido a cantos de sirena que, en lugar de conducir a la salida, profundizan su extravío.

El divorcio de la realidad, consustancial al kirchnerismo, acabó entrampando a Alberto Fernández, que carece por lo visto de discernimiento y voluntad como para ensayar una dirección propia. El problema del Presidente es que no escucha a la sociedad, sino a quien lo puso en el poder. Acata lo que le indica Cristina Kirchner porque supone que bajo su sombra están los votos capaces de sostenerlo. Sin embargo, ese pragmatismo mecánico abrazado como único credo político lo lleva de error en error hacia una alienación cada vez mayor y podría provocar una importante sangría electoral. Fernández parece no advertir que la crisis aguda que vive el país pide exactamente lo contrario: un líder empático que conecte con las necesidades de una población que está física y anímicamente agotada, cuando no quebrada económicamente.

El recrudecimiento de los contagios llegó cuando el Gobierno estaba concentrado en el plan de impunidad y en las elecciones. Desde el principio, el supuesto “cuidado”, mentado siempre en un inevitable tono paternalista, fue solo parte de un discurso que no tuvo correlato en los hechos. Polarización mediante, el kirchnerismo ha gestionado la pandemia en clave electoral y de espaldas a los padecimientos sociales. En esa línea se inscriben los insustanciales ataques de Axel Kicillof a la oposición y a la ciudad de Buenos Aires, a la que acusó de ser el epicentro de la segunda ola, aun en contra de lo que dicen los números. Ataque que el mismo Fernández refrendó ayer en conferencia de prensa, tras su reunión con Horacio Rodríguez Larreta. Nada, ni la pandemia, hará que el Presidente abandone la dialéctica amigo/enemigo, arma esencial del kirchnerismo, por más veces que aluda a la “convivencia democrática”.

La desconexión del Gobierno con la gente explica en buena medida la mala gestión de la pandemia, desde el modo oscuro en que el país se perdió la posibilidad de acceder a millones de vacunas de Pfizer hasta el escándalo de los vacunatorios vip, resignificado ahora en la condena moral de la opinión pública ante la escasez de vacunas en plena escalada del virus. Las nuevas medidas de encierro son, también, la velada admisión de un fracaso.

Todo es discutible. El problema es que el Gobierno clausuró los espacios en los que esa discusión se podría haber desarrollado. Empezando por el Congreso, donde aquella que mueve los hilos y evita salir a escena ejerce un dominio férreo en función de sus propios intereses, contrapuestos a los del país. Por eso ahora un presidente solo, con la papa caliente en la mano, sale a tomar medidas de gran impacto –algunas de ellas inconstitucionales– sin consensuarlas antes. Para peor, con una autoridad dañada a causa de su sometimiento al Instituto Patria y de su inclinación a justificarlo todo con un tono entre altanero y pedagógico que solo contribuye a devaluar su palabra todavía más.

La reacción de Rodríguez Larreta tuvo la fuerza y la prudencia necesarias. Visitó la quinta de Olivos y por otra parte acudió a la Justicia en defensa de la autonomía porteña, agraviada por el Ejecutivo nacional. En tanto, el Gobierno comprobó que la sociedad está alerta y sale a la calle a golpear cacerolas cada vez que se siente avasallada en sus derechos por decisiones del poder. Las razones para sostener la escolaridad presencial fueron también desplegadas por entidades como Unicef o la Sociedad Argentina de Pediatría. La ciudadanía, la presión social, es hoy un obstáculo definitorio al vamos por todo.

Para el país, el dilema es doble. Lo urgente es la pandemia y la curva de contagios. En momentos en que la coordinación entre quienes gobiernan parece interrumpida por la polarización que fomenta el kirchnerismo, la responsabilidad individual en los cuidados es esencial. Sin embargo, no habría que perder de vista que la pelea de fondo del Gobierno es otra: las elecciones. Allí el kirchnerismo se juega su destino. En este sentido, la pandemia es para el oficialismo un problema subordinado a una preocupación mayor: la conquista de la impunidad y la transformación de nuestra frágil democracia en una autocracia dinástica. También la Argentina se juega su destino en ese voto. Otra urgencia. Estas no serán unas elecciones de medio término más. Se vota populismo o república. Dos caminos opuestos, aún abiertos, para un solo país.

© La Nación

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