jueves, 4 de marzo de 2021

Días sin huella

 Por Isabel Coixet

Es una película de Billy Wilder. Y un disco de no recuerdo qué grupo ochentero. Es la sensación de patinar por la superficie de la vida sin dejar rastro, sin que nada permanezca. Es mirar el devenir de las cosas como si no te pertenecieran ni tú a ellas. Es cansancio. Es agotamiento. Es un sentimiento difuso de pedalear en una rueda que no mueve ningún molino, que no mueve nada salvo a ella misma, mientras te debates entre dejar de pedalear y hacerlo con más ahínco. O quemar la rueda. 

Es mirar un lago helado y no desear tirar una piedra y ver como el hielo cruje y se rompe. No desear; sobre todo, no desear. No arriesgarse. No preguntarse nada. No ansiar. No sentir urgencia. Es el vértigo de una gallina sin cabeza ante el zorro al que no ve. Es un rompecabezas sin dificultad, unos tallarines de sobre, melocotón en almíbar, sonrisa automática, mantenga la distancia, vigile sus pertenencias. Una voz grabada en un parking completamente vacío.

Hay días así, jornadas enteras que no recordamos, que pasan como un suspiro, pero que se sienten pesadas. Jornadas sin sonreír. Sin intercambio. Momentos en los que captamos nuestro reflejo en el espejo, máscara en la cara, rodeados de más individuos enmascarados, y una ola de extrañeza sigue invadiéndonos: no, nunca me acostumbraré, nunca, aunque haga como que sí, aunque intente pensar en ello como un mal menor.

Hay algo de necesario en estas jornadas en las que no nos pasa nada, en estas jornadas olvidables e intercambiables, jornadas proclives a la asepsia y a la amnesia. Quizás por contraste, valoremos más los acontecimientos memorables, las risas, las alegrías, las sorpresas. Quiero creer que si las horas estuvieran salpicadas de belleza y excitación y cambios, igual no las valorábamos ni las vivíamos igual. Quiero creer.

Siempre me sorprende que, en las películas policíacas, la gente, los que son interrogados, recuerde nimiedades que acaecieron semanas atrás, meses: lo que desayunaron, a qué hora salieron de casa, con quién se cruzaron, qué pensaron de ese individuo con bigote con el que subieron al ascensor… ¿Cómo lo hacen? ¿Acaso el guionista recuerda estas cosas en la vida real? ¿Soy yo la única sonámbula? ¿La única que sólo recuerda raramente los destellos de las cosas, ese fulgor? Seguro que no. Quizás por eso nunca he escrito una escena de interrogatorio. Ni he pensado en hacerlo.

Me gustaría creer que somos muchos los que tenemos esos días que ningún escritor relatará, que no aparecerán en ninguna película, en ninguna pieza de teatro. Porque todos queremos de algún modo brillar y recordar y que nos recuerden. Vivir con sus vaivenes y sus subidas y bajadas y curvas y caminos de piedra. ¿A quién le interesan los senderos que no van a ninguna parte?

Los días sin huella se suceden, monótonos e impasibles, mientras esperamos que algo pase. Quizás algún día eche de menos esta levedad, esta nada.

© XLSemanal

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