miércoles, 24 de febrero de 2021

Las cicatrices

Por Isabel Coixet 

Inge Genefke es una neurocirujana danesa que se especializó en el trauma mental que comportan las torturas físicas. A partir de sus experiencias con refugiados chilenos de la dictadura de Pinochet, descubrió que años después de que alguien fuera dañado en las piernas, el dolor persistía, aun cuando los tendones o las heridas hubieran sanado totalmente. Sólo comprendiendo las repercusiones que tiene en la cabeza el dolor físico es posible empezar a curar a las personas que han sido torturadas. 

Nuevos estudios sugieren que las mujeres que han sufrido insultos, coacciones emocionales y abusos tienen un sistema inmunitario en el límite que las hace proclives a enfermedades cardíacas y a padecer cáncer.

Estamos marcados por nuestras cicatrices: la señal en el entrecejo fruto de una caída en la primera bicicleta, la hendidura en una pierna de un accidente de moto, la protuberancia en la nuca. Son el mapa de la trayectoria que empieza cuando nos traen al mundo. A veces, pasamos la mano por ellas y todo está ahí: quiénes fuimos, en quiénes nos hemos transformado.

En la película documental noruega La pintora y el ladrón, de Benjamin Ree, asistimos al encuentro de dos seres dañados: una pintora de origen checo (Barbora Kysilkova) y el ladrón (Karl-Bertil Nordland) que le robó unos cuadros de su más reciente exhibición. La pintora tiene en su pasado una relación abusiva de la que ha conseguido deshacerse. El ladrón es adicto a las drogas y no deja de sabotear todos los intentos de su novia por conducirlo a una clínica de desintoxicación. El intercambio humano y emocional que se da entre la pintora y el ladrón es más conmovedor que cualquier historia de amor en la pantalla que yo haya visto en los últimos años. Es devastador el momento en que ella le enseña el cuadro que ha hecho de él. La emoción que embarga el rostro del ladrón, que siente por primera vez en su vida que alguien lo ve, es de una belleza abrumadora: él es visto por ella y ella olvida que él, a su vez, la ve. Sentir que alguien nos ve, con todas las personas y vidas diferentes, con todas las miserias y la belleza que llevamos dentro, es empezar a existir. Es dejar de vivir en los márgenes. Es respirar. Hay muchas más cosas en esta película que me han hecho polvo: la manera en que ella debe humillarse ante su marido, noruego, para conseguir pagar la renta de su estudio, la estúpida existencia de él en la morbosidad de sus elecciones (¿desde cuándo se le discute a un artista la fuente de su inspiración o sus fuentes de inspiración?), la lucha contra la adicción de él, su vena autodestructiva… Pero, por encima de todo, la voluntad en la creación de un vínculo por parte de una mujer que se obstina por comprender, por crear y por amar. Cuando el ladrón tiene un accidente, ella lo va a ver al hospital y se fija en la señal de un clavo que han tenido que ponerle en la mano, a modo de estigma. Después, en el estudio, ella se esfuerza en reproducir esa herida que pronto será una cicatriz. Viendo esa escena me pareció entender algo no sólo del trabajo de la pintora, sino del mío: son las cicatrices las que nutren lo que creamos, son ellas.

© XLSemanal

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