martes, 29 de diciembre de 2020

Ser y tiempo

 Por Manuel Vicent

Hubo un tiempo muy remoto, cuando aún no había números, ni fechas ni calendarios, en que la edad no existía. Nadie cumplía años. Solo se cumplían soles y lunas. El nacimiento estaba marcado por recuerdos de cosechas buenas o malas, por vacas gordas o flacas, por crecidas y bajadas de los ríos, por sequías, guerras, epidemias y catástrofes naturales o por una extraña conjunción de los astros que solo algunos magos de la tribu sabían su significado. 

Como tampoco había espejos en que mirarse, nadie conocía el propio rostro sino reflejado en el rostro de los demás; en la mirada del otro se hallaba la respuesta de la seducción o rechazo que uno provocaba. Hoy la vida está sometida a la rueda dentada de las horas, los días, los meses, los años y los espejos son testigos inmisericordes de la crueldad con que el tiempo nos devora.

Pero no es el tiempo sino el calendario el verdugo. El tiempo es una esfera blanca de un reloj sin números ni agujas. O sea, nada. La auténtica revolución de la cultura solo llegará después de rebelarse contra todos los aniversarios, de destruir todos los calendarios para volver a medir el tiempo por los hechos esenciales felices o trágicos que acontezcan en nuestras vidas, por los peligros que uno haya sorteado, por la cantidad de risas o lágrimas que haya podido acopiar. En eso consiste realmente la historia.

En estos días de fin de año de 2020 en medio de una pandemia desoladora se ha producido la conjunción planetaria de Júpiter y Saturno con la Tierra, un acontecimiento cósmico que no sucedía desde 1623 y que no se repetirá hasta 2080.

Podría uno jurar que cuando este fenómeno se produzca de nuevo esta pandemia ocupará un par de líneas en letra pequeña a pie de página en los manuales de la historia. Serán los niños y adolescentes de hoy quienes recordarán este Año Nuevo 2021 surgiendo de la noche brumosa de los sueños.

© El País (España)

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