lunes, 21 de diciembre de 2020

Desigualdad sin vacuna


Por Sergio Sinay (*)

Como tantas afirmaciones que las usinas y bocinas oficiales (incluida la megafonía presidencial) emiten muy sueltas de cuerpo, también las referidas a la vacuna deben tomarse con pinzas y sin declinar el beneficio de la duda. 

Hasta es legítimo dudar si se debe decir “la” vacuna, “las” vacunas o ninguna vacuna, ya que las informaciones cambian a diario, se contradicen, son una en boca de un funcionario y la contraria en boca del funcionario vecino. Borrar con el codo lo escrito con la mano está en el ADN del protocolo oficial. De manera que la veracidad hay que rastrearla en otras fuentes.

¿Cuántos argentinos serán vacunados? ¿Desde cuándo? ¿En qué lapso? ¿Con qué vacuna? ¿A cambio de qué concesiones a las exigencias y al lobby de los laboratorios? ¿Cuál es la certeza acerca de esas vacunas? Decir que son eficaces y centrar esa eficacia en el hecho de que provocan anticuerpos no alcanza. El organismo humano produce anticuerpos ante la presencia de cualquier sustancia o cuerpo extraño. Eficacia e inmunidad no son sinónimos. Y para hablar de inmunidad es temprano en el caso de cualquier vacuna, salvo para quienes, por intereses o manipulaciones políticas o económicas, intentan darla por sentada.

Vayamos, entonces, a lo que puede probarse. La primera cuestión es la existencia del Covax, un organismo integrado por 172 países y coordinado por la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la Coalición para la Preparación de Innovaciones Epidémicas (CEPI por sus siglas en inglés), entre otras entidades internacionales. La función del Covax es apoyar e incentivar la investigación destinada a producir una vacuna contra el coronavirus y garantizar una distribución equitativa de la misma en el orden mundial. Los países que lo integran hacen un aporte económico que no es parejo. Cada uno tributa según su poderío, pero a pesar de eso la misión del Covax es que a fines de 2021 sea posible distribuir 2 mil millones de dosis de vacuna y que a cada país le toque la misma cantidad. Esto daría, si las matemáticas no fallan, 11.627.906 dosis por país, independientemente de su cantidad de habitantes. El costo de los suministros necesarios para la producción de vacunas y el de la investigación corren por cuenta del organismo. En ese aspecto los fabricantes están cubiertos. La inmunidad, a su vez, sigue siendo algo sobre lo que se sabrá con el tiempo.

Por mucho que se hable de nueva normalidad y se invoquen ilusorias oleadas de solidaridad, fraternidad y transformaciones en la conciencia colectiva de la humanidad (lo que daría mágicamente nacimiento a un mundo nuevo, igualitario, ecológico y feliz), por ahora es más comprobable la vigencia de antiguos y enraizados paradigmas. De ese modo, tras la equitativa repartición de dosis monitoreada por el Covax aparece la brutal desigualdad de posibilidades, oportunidades y esperanzas propia del capitalismo tardío. Es decir, de la actual etapa capitalista dentro de la cual funciona el mundo, a la que se deben muchas de las condiciones que hacen posibles pandemias como la del Covid-19. Es así, que hay países que ya se han asegurado millonarias cantidades de dosis de vacuna por encima de la ración básica del Covax, y otros que deberán conformarse con ese mínimo, puesto que ni su poderío económico ni su influencia en la geopolítica mundial dan para más. Como siempre, cuando se habla de igualdad hay algunos más iguales que otros. Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Alemania, por nombrar apenas algunos países, ya reservaron y compraron cantidades que les permitirían varias rondas de vacunación a la totalidad de su población. Argentina, es obvio, juega en una liga mucho menor, y con su esquelética economía y su turbia fama como pagador no está para campeón en esa liga, por mucho relato que se propague. Habrá las dosis que se consigan, cuando se consigan, y provengan de quien fuere, aunque el proveedor no sea confiable.

Se calcula que los laboratorios productores de vacunas ya produjeron unos 7.500 millones de dosis, el equivalente a la población mundial. Pero no todos los habitantes del planeta tendrán acceso a ellas, aun si lo desearan (por otra parte, están quienes tienen lógicas y legítimas razones para no vacunarse, sin ser terraplanistas ni mucho menos). De ese total, unos 4 mil millones ya fueron adquiridos por varios de los países de economías desarrolladas (las ligas mayores). El de las vacunas es el negocio estrella del momento. Y así como el panadero del escocés Adam Smith (1723-1790), padre de la economía liberal, no hacía el pan por su buen corazón sino porque se trataba de un buen negocio, no es la salud de los humanos, ni la fraternidad, ni la solidaridad, lo que mueve la producción de vacunas, sino el rédito económico de la cuestión, el mismo que, gracias a su oportunismo, permitió el nacimiento de cien nuevos megamillonarios y un mayor enriquecimiento en quienes ya lo eran. Lo demás sigue siendo desigualdad aberrante, inequidad indignante, decenas de miles de chicos muertos por hambre y por enfermedades prevenibles, poblaciones en la indigencia, obscenos festivales financieros. La vieja normalidad. Contra eso, por ahora, no hay vacuna.

(*) Escritor y periodista

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