martes, 27 de octubre de 2020

Cristina Kirchner y su carta: los mensajes subterráneos que impactan en el Gobierno


Por Martín Rodríguez Yebra

Desde que descubrió el poder del silencio estratégico, Cristina Kirchner suministra sus palabras en dosis tan esporádicas como espectaculares. Una carta de 18.000 caracteres, llena de mensajes subterráneos, alteró los nervios del gobierno de Alberto Fernández en su momento de mayor fragilidad en casi 11 meses de gestión.

El mensaje se asemejó a una proclama de la fundadora del Frente de Todos. "En la Argentina el que decide es el Presidente. Puede gustarte o no lo que decida, pero el que decide es él", afirmó, después de varias señales de fastidio por el lugar común de que quien manda hoy en el país es ella.

En el juego de interpretaciones podrá decirse que es un respaldo a Fernández. O, acaso con una lógica más cercana a la forma de actuar de la vicepresidenta, una respuesta a quienes la acusan desde la propia coalición oficialista de condicionar las decisiones de Gobierno. Una suerte de "háganse cargo". Una sutil manera de despegarse.

Por si hacía falta reforzarlo, no se privó de aludir al pasar a "funcionarios que no funcionan" y a los "desaciertos" de la gestión económica.

En el entorno de la expresidenta no ocultan el hartazgo que le genera la constante mención al supuesto efecto negativo de su figura en los malos resultados de la economía. Sostienen que es una excusa recurrente ante la falta de soluciones a los problemas económicos. Que ella misma describió en la carta como "agobiantes". "Cristina no le impuso a Alberto ninguna decisión económica", dijo días atrás un dirigente muy cercano a ella.

Un párrafo que promete consecuencias hacia adentro de la coalición oficialista es aquel en el que reivindica haber construido un frente electoral "con quienes no sólo criticaron duramente nuestros años de gestión sino que hasta prometieron cárcel a los kirchneristas en actos públicos o escribieron y publicaron libros en mi contra". Quien prometía meterla presa era nada menos que Sergio Massa, en la campaña de 2015, y el libro más famoso escrito sobre ella desde el mundo político es el que escribió la actual secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra (Cristina versus Cristina).

La reivindicación de su obra pasada es el hilo conductor del discurso de Cristina. No está ausente en el texto que presentó para homenajear a Néstor Kirchnera 10 años de su muerte -y confirmar de paso que no irá a los actos oficiales de conmemoración-. No eran "las formas" lo que fallaba en sus años en el poder, sino la supuesta acción de fuerzas reaccionarias contra políticas distributivas o populares que encarna el kirchnerismo. Se encargó de resaltar que "no pocos dirigentes peronistas" cayeron en ese error.

A Alberto Fernández lo describe por las virtudes que la convencieron para elegirlo como candidato a presidente. Destaca su "experiencia política al lado de Néstor", "el diálogo con distintos sectores", "su contacto permanente con los medios de comunicación cualquiera fuera su orientación" y la capacidad para hablar con todos los sectores del peronismo dividido. Lo recuerda como el crítico que fue de su gobierno (y sugiere que el equivocado a la larga era él). Es una enumeración fría que se confunde con el relato de quien quiere probar una mentira ajena: "Castigan al Presidente como si tuviera las mismas formas que tanto me criticaron durante años. A esta altura ya resulta inocultable que, en realidad, el problema nunca fueron las formas".

En ese punto sacó a relucir una queja airada por un episodio que Fernández había evitado cuestionar en público. Habló un "punto cúlmine" del "maltrato", en relación a las críticas empresariales que se hicieron públicas durante la alocución del Presidente en el coloquio de IDEA."Se produjo hace pocos días en un famoso encuentro empresario autodenominado como lugar de ideas, en el que mientras el Presidente de la Nación hacía uso de la palabra, los empresarios concurrentes lo agredían en simultáneo y le reprochaban, entre otras cosas, lo mucho que hablaba", escribió.

La carta de Cristina es como una adenda urgente del libro Sinceramente, en la que refuta a las acusaciones más recientes contra su figura. Que "solo quiere resolver sus problemas judiciales", que manda sobre el Poder Ejecutivo, que busca la confrontación y no el consenso. Sobrevuela la pandemia, hasta ahora un tabú en su discurso, apenas como justificativo del oscuro momento actual. Por supuesto despedaza la gestión de Mauricio Macri y defiende la herencia que le dejó.

Pero quizás el punto más impactante del documento resultó su propuesta de un acuerdo "que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina" para solucionar el problema de la moneda. Es decir, llama a sentarse con la lista completa de los acusados en los párrafos precedentes de la carta. Una presidenta del Senado que cierra micrófonos de los opositores, que admite haber necesitado un candidato con fama de dialoguista para recobrar competitividad electoral, que se declara víctima del establishment y que en 8 años de presidencia jamás recibió a la oposición presenta como una certeza indiscutible la necesidad de un gran pacto nacional.

Dijo que no hay otra forma de solucionar la fiebre por el dólar, a la que calificó como el "problema más grave de la economía argentina".

Descartada la opción de que sea una revisión crítica de sus políticas o de la forma de gestionar su fortuna, queda imaginarlo como un reclamo concreto a Fernández para que avance con el acuerdo político que fue la promesa estelar de la campaña. Un balde de agua fría al optimismo del Gobierno, que ruega por un poco de paciencia y dice tener las soluciones para el alarmante drama del dólar.

© La Nación

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