viernes, 28 de agosto de 2020

El límite infranqueable que Cristina Kirchner no acepta


Por Sergio Suppo

Un país en blanco y negro, binario y decadente discute agendas exóticas en medio de otra fenomenal crisis económica y social. Es un país con dirigentes que especulan con sus propios enfrentamientos y diseñan su futuro según el calendario electoral o sus urgencias personales.

La reforma judicial es el ejemplo más próximo y más grave, pero no es la única muestra de ese conjunto convergente de desatinos. El proyecto condenado a naufragar por la falta de acuerdos integra una batería de medidas orientadas a garantizar que Cristina Kirchner zafe de las graves causas de corrupción abiertas en su contra. No es el único.

Una embestida política contra jueces y camaristas para desacreditarlos, el intento de destituir al jefe de los fiscales, Eduardo Casal, la anulación de los traslados para cubrir vacantes dispuestas por el gobierno anterior y, quizá lo más importante, un plan para crear una nueva mayoría automática en la Corte forman parte de un paquete de alternativas.

A esto se agrega la activación de causas contra Mauricio Macri y sus hijos, en espejo con la situación de Cristina y su familia, lo que traslada a los tribunales la bipolaridad política con consecuencias impredecibles.

El rechazo a la reforma que se expresó en las calles el 17 de agosto anticipó el rechazo que ese proyecto tendrá en Diputados. Es ahí donde Cristina, antes de que se votara en el Senado, aprovechó para tomar distancia del proyecto. "Esta no es mi reforma", dijo en un ejercicio sin antecedentes de distancia y desprecio hacia Alberto Fernández.

En esa actitud, la vicepresidenta mostró un error de comprensión que puede resultar decisivo para la suerte del Gobierno. Un año y medio atrás, Cristina comprendió que ella no podría aspirar a regresar a la Casa Rosada, pero mantenía la posibilidad de un armado político para ganar las elecciones. Su jugada fue un éxito y Alberto Fernández se convirtió en un presidente inesperado.

El error de Cristina consiste en creer que la maniobra de quedarse en un segundo lugar era una táctica fugaz. En menos de un año, está comprobando que hay una oposición invertebrada pero decidida a impedirle su pleno regreso al ejercicio del poder. Es por eso que cada una de sus irrupciones detona una inmediata reacción que le marca un límite, a la vez que le quita capacidad de maniobra a Alberto Fernández.

A esta altura, como si no la hubiese tratado durante años desde un rango inferior, el Presidente ya sabe que su receta de consensos y acuerdos no podrá ser aplicada.

Cristina y sus irrupciones anularon cualquier diálogo con la oposición que no sea la pandemia. El acercamiento y la confianza construida estos meses singulares le servirán de poco al Presidente una vez que descubra que Cristina se encarga cada vez que puede de recordarle que dirigentes como Horacio Rodríguez Larreta nunca dejarán de ser el enemigo.

Es el propio jefe de gobierno porteño el que ya empezó a construir su proyecto presidencial haciendo lo que le gustaría hacer a Fernández. Larreta explora en el peronismo y en el mismo kirchnerismo la posibilidad de tener acuerdos interpartidarios a largo plazo sobre cuestiones de fondo de la Argentina.

No es original quien fue mano derecha de Macri. No hay país serio que no tenga acuerdos sobre temas cuyo tratamiento no cambia cada vez que asume otro gobierno.

Cristina cree que las únicas soluciones para el país son sus ocurrencias y que ese plan puede ser impuesto a todo el país en lugar de que sea acordado y aceptado.

Con apenas toques certeros, la vicepresidenta ya le detonó a Fernández la relación con el sector agropecuario, esencial para cualquier proyecto de recuperación de la economía. Y también dinamitó el vínculo con la Corte, cuyos fallos adversos al Gobierno pueden ser un problema sin solución ni apelación posible.

Un destino de marchas y contramarchas asoma sobre un país arruinado, una vez más.

© La Nación

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