viernes, 1 de mayo de 2020

Libertario

Por Fernando Savater
Tengo mis libros repartidos entre dos casas y estoy acostumbrado a que el que necesito esté siempre en la otra. Pero ahora no puedo ir a buscarlo: ése es el peor castigo de este encierro. Llevo varios días añorando las obras del doctor Thomas Szasz, aquel psiquiatra húngaro profesor en Syracuse al que traté un solo día (gracias a Antonio Escohotado, que lo invitó a España) y que me dejó una imborrable impresión de rara agudeza y coraje intelectual.

Szasz escribió contra el mito de la enfermedad mental (si es enfermedad no es mental, lo mismo que si vemos malos programas de televisión no es porque nuestro receptor esté estropeado) y a favor de nuestro derecho a usar las drogas que otros quieren prohibir. Pero sobre todo su obra es una encendida defensa de la libre autonomía personal como blasón de la dignidad humana. Quien se respeta a sí mismo, repite Szasz de mil maneras, “la considera no negociable y no la cambia ni por la salud ni por la riqueza ni por nada”. 

El empeño del Estado, ese ogro filantrópico, es lograr que renunciemos a la autonomía personal para disfrutar de su protección sin sentirnos responsables, es decir culpables o amenazados... por nosotros mismos. Del Estado policial de los colectivismos vamos pasando al Estado Clínico democrático, que no impone la ideología sino la curación.

¿Qué pensaría Szasz de la reclusión obligada como remedio a la covid-19? ¿La consideraría la ocasión soñada para el triunfo definitivo del Estado Clínico o una medida que favorece los abusos pero es inevitable ante la dificultad de tanta gente para gestionar su libertad sin dañar a los demás? ¿Se habría quedado en casa el doctor Szasz, aunque desde luego sin aplaudir en el balcón?

© El País (España)

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