martes, 26 de mayo de 2020

Entre mirlos y lagartos

Por Carmen Posadas
Esta semana tenía pensado escribir sobre la inquietante tentación de algunos políticos de cercenar libertades y derechos con la pandemia por coartada, pero a mi ventana ha llegado un mirlo. Aunque no estoy muy puesta en aves, no me parece que su hábitat natural sea la jungla de asfalto (mi casa está detrás de las Cortes, en pleno centro de Madrid, y en los treinta años que llevo aquí jamás había visto uno por los alrededores).

Como es insistente mi mirlo y me mira desde el alféizar tan fijo y gorjeante, me he puesto a ‘googlear’ y he descubierto que en muchas culturas un Turdus merula como el mío está considerado un ave sagrada. Una que, a diferencia del resto de aves de plumaje negro, no está considerada heraldo de fatalidades, sino de buen agüero.

Como tal me lo he tomado, de modo que, en vez de prestar atención a los desafinados graznidos que me llegan desde las Cortes (hoy es 6 de mayo y los padres de la patria llevan horas dedicados a tirarse los trastos a la cabeza y/o a cambiar cromos con el tema de la prórroga del estado de alama), prefiero observar a mi emplumado visitante. Los mirlos no son los únicos que han salido de sus escondrijos mientras nosotros estábamos confinados. En la Fuente del Berro, no muy lejos de aquí, los vecinos han descubierto con asombro cómo tomaba sus calles una mayestática pareja de pavos reales mientras que por Cuatro Caminos se han avistado jabalíes y, un poco más allá, ciervos. En otros países, la recuperación por parte de los animales de lo que en su día fueron sus territorios es aún más notable. Las hasta hace un par de meses abarrotadas playas de Cancún ven ahora cómo vuelven las grandes tortugas a poner sus huevos mientras que, en las abandonadas tumbonas de un hotel de campanillas de Tulum, se asolean los jaguares. No lejos de allí, mientras tanto, en un parque acuático huérfano de turismo, se han colado unos cuantos caimanes, dueños ahora de toboganes, loopings y montañas rusas.

Esta reconquista de los animales de los paraísos de los que los habíamos expulsado me parece uno de los efectos colaterales más curiosos y positivos de la era coronavirus. Michel Houellebecq, que es uno de mis iconoclastas favoritos, escribió hace poco para France Inter un texto en el que sostiene que, a pesar de lo que muchos creen, nada cambiará sustancialmente una vez pasada la pandemia. Volverán, según él, los egoísmos, las mismas frivolidades y estupideces, también el infantilismo memo que nos abruma desde hace años y que tan patente ha quedado, por ejemplo, en el comportamiento de no pocos líderes políticos. Más que nunca en estos días, hemos tenido la sensación de estar en manos de unos infantiloides incompetentes y desbordados que se dedican a inventar la rueda cada mañana y luego a reinventarla por la tarde cambiando de criterio sin despeinarse el tupé. Yo, a pesar de que estoy de acuerdo con Houellebecq en mucho de lo que dice, soy optimista y pienso que los grandes traumas sirven al menos para hacernos ver todo lo que antes no veíamos.

Al igual que la pandemia ha hecho recuperar terreno a la naturaleza, habrá de servir también para poner de manifiesto nuestra fragilidad, nuestras limitaciones, nuestra irrelevancia. Y, curiosamente, la conciencia de esa fragilidad y de esa irrelevancia es la que hace a la gente más fuerte. También más avisada a la hora de hacer caso a las promesas fútiles y engañosas de estos políticos infantiloides a los que aludía Houellebecq. Ojalá así sea porque, tras la peste, llega el feo espantajo del quebranto económico, que será un virus tanto o más difícil de erradicar que la COVID-19. Y más vale que nos pille vacunados contra demagogias porque volverán, sin duda, los populismos, los remedios fáciles a problemas complejos, también los extremismos de uno y otro signo. ¿Habremos aprendido la lección que nos ha dictado la adversidad? La vida es una maestra tan intransigente que, si uno no aprende a la primera, vuelve a pasarle la misma lección una, otra y otra vez. He terminado de escribir mi artículo y el mirlo sigue en el alféizar, mirándome. Espero que sea verdad que el Turdus merula es pájaro de buen agüero. Aunque, por si las moscas, creo que invocaré a otro animal que también campa por ahí, y encantado, desde el confinamiento: lagarto, lagarto.

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