domingo, 24 de mayo de 2020

El confinamiento era otra cosa

Por Guillermo Piro
Richard E. Byrd fue un almirante, aviador y explorador estadounidense. Había nacido en 1888 y entre las dos guerras mundiales participó de varias expediciones polares.

En 1934, Byrd pasó más de 180 días solo en la Antártida, en una cabaña cubierta por la nieve, mientras afuera solo había noche.

Byrd era descendiente de,John Rolfe, John Rolfe, el colono británico conocido por su matrimonio con Pocahontas; después de la Primera Guerra Mundial, durante la cual prestó servicio en la Marina estadounidense, se interesó por la aviación. Durante un viaje a Groenlandia conoció al aviador Floyd Bennett, con el que en 1926 decidió sobrevolar el Polo Norte, algo que hasta entonces no había hecho nadie. Nunca se supo si lo consiguieron o si simplemente pasaron cerca, pero en aquel entonces la empresa tuvo mucha resonancia.

Resumiendo: a fines de los años 20 Byrd era un personaje conocido, de esos que se invitan a la Casa Blanca para que estreche la mano del presidente (entonces era Calvin Coolidge) y a los que se les confiere la Medalla de Honor. Hubiese podido retirarse y disfrutar de su éxito.

Pero no. En 1933 organizó una nueva expedición antártica. Partiendo desde Little America, una pequeña base estadounidense en la costa del continente antártico, acompañado de una docena de compañeros de aventura, muchos perros e incluso una vaca, Byrd quería explorar y estudiar el continente. Fue durante esta expedición que Byrd se preguntó si sería capaz de atravesar toda la noche antártica, que va de abril a octubre, en aislamiento total en medio del hielo, con el fin de recoger datos científicos de un lugar en el que, durante el invierno y por tanto tiempo, nadie antes se había atrevido.

Tal como lo cuenta Dennis Overbye en el New York Times, al comienzo Byrd evaluó que varias personas podrían acompañarlo. En un principio pensó en dos, luego en una sola, pero finalmente descartó ambas ideas: la primera porque resultaba muy costosa, la segunda porque consideró que dos hombres, encerrados durante seis meses en medio de la oscuridad y el frío, terminarían asesinándose. Decidió entonces llevar a cabo la misión solo.

Sabemos lo que ocurrió gracias a Solo, el libro publicado años después por Byrd y traducido y publicado hace pocos años en España por la editorial Volcano. Byrd cuenta que decidió aprovechar la ocasión para experimentar la soledad absoluta, leer todos los libros que no había podido leer y escuchar en santa paz un poco de música clásica en un tocadiscos que había llevado consigo.

A fines de marzo de 1934 Byrd llegó en avión al lugar de su reclusión, con los víveres (mucha verdura y carne de foca)y los instrumentos que le habrían hecho falta. Era una pequeña cabaña enterrada en la nieve, reparada así de los vientos fuertes y helados, con una especie de escotilla en el techo para poder entrar y salir. Se encontraba a un centenar de kilómetros de Little America, donde los otros miembros de la misión habían recibido la orden expresa de no intentar en ningún caso una misión de socorro.

Byrd vio ponerse el sol por última vez el 12 de abril. Entre todas las dificultades que atravesó (estuvo a punto de intoxicarse con el monóxido de carbono que emanaba de su estufa a aceite) tiene tiempo para lo que Overbye llama los momentos más “líricos”, por ejemplo aquellos en los que Byrd describe las auroras boreales que consigue ver en el cielo a través de la escotilla del techo. Al finalizar la misión había adelgazado 30 kilos.

Si eso es estar confinado...

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